Tal vez parezca que en este lugar del mundo estamos lejos de los problemas que aquejan a otras sociedades. Quizás sea cierto, no lo sabemos. De cualquier modo, no es la dimensión geopolítica lo que interesa plantear acá sino las vicisitudes personales que llevan a los jóvenes a obedecer ciegamente y a someterse voluntariamente en nombre de una “causa justa”.
Resulta interesante difundir algunos datos sobre los adolescentes y los jóvenes que caen en la “radicalización” propuesta por grupos extremistas.
La antropóloga francesa Dounia Bouzar, que actualmente trabaja en el Ministerio del Interior de Francia con familias de hijos radicalizados, reúne en sus investigaciones las características comunes de aquellos que son captados por el discurso hipnótico y mortífero de una organización (1):
– La edad vulnerable va de los 14 a los 24 años
– El 50% ha cambiado de religión
– El 40% son mujeres; son las primeras víctimas
– El 80% de las familias de origen, no practican ninguna religión
– El 5% tiene antecedentes de delitos comunes
– El 67% proviene de clases medias
– El 90% potencia su radicalización a través de Internet
Todos los jóvenes adoctrinados han padecido un episodio de depresión, una crisis de identidad y de cuestionamiento de sus orígenes, un vacío existencial por falta de ideales, algún tipo de rebeldía contra el orden existente.
Muchos de ellos, en especial las adolescentes, buscan alguna causa humanitaria en la cual participar para cambiar las injusticias del mundo.
Los 8 000 o 10 000 de la organización rastreando en las redes sociales responden de inmediato. Expertos en el marketing mediático, saben adaptarse a la demanda: videos aterradores para los que piden violencia “mata y luego existes” (varones, en general) o promesas de salvar a niños oprimidos “disparan artillería contra escuelas” para los que buscan salvar a la humanidad (mujeres, en general)
¿A qué se debe su “éxito”?
– Prometen lo que a estos jóvenes les falta: un ideal por el cual valga la pena vivir… o morir.
– Aparecen en todo momento, a través de distintos canales de comunicación, para sostenerlos en el proyecto de luchar como héroes por una causa justa. Colman su soledad con mensajes permanentes.
– Refuerzan su autoestima señalándolos como “elegidos”, diferentes a todas las personas que lo rodean.
– Aseguran que les espera un futuro de líder para ejercer poder.
– Perciben su crisis de identidad y su debilidad, y responden dándoles una identidad de grupo consistente con una misión universal.
Es decir que se da un encuentro complementario entre un malestar y un discurso.
De los fenómenos descriptos anteriormente, podemos llegar a algunas conclusiones que se suman a las observaciones comentadas en una nota anterior.
En cualquier familia de cualquier clase social, en cualquier escuela pública, laica o religiosa, puede haber un adolescente extraviado e hipersensible que, buscando su lugar en el mundo, quede fascinado por las propuestas medíaticas de manipuladores que usan sus propios códigos para encadenarlo a lógica sectaria, mortífera y perversa.
Nos engañamos si pensamos que eso sólo pasa en las clases sociales bajas o marginales.
Es necesario combatir la ignorancia y fomentar, una y otra vez, el pensamiento crítico transmitiendo a los jóvenes que hay situaciones en las que hay que tener el coraje de desobedecer.
«El poder no nace sólo de las armas sino de la docilidad de quienes aceptan obedecer», dice el profesor de La Sorbona Jacques Sémélin en sus escritos sobre la No Violencia.
Licenciada Diana Liniado
(1) Su experiencia se centra en los jóvenes reclutados por el ISIS.