marzo 30, 2015

Jack Fuchs, bajo el peso de Auschwitz

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Historias de vida.Sobreviviente del exterminio nazi, estudioso y pedagogo incansable, logra conjurar el pesimismo y la amargura con dosis de humor.

Hace siete décadas, Jack Fuchs pesaba 44 kilos. Había sido abandonado por los guardias nazis del campo de Duchau, que trasladaban un contingente de internos y huyeron apenas resonó el ingreso del Ejército Rojo a Alemania. Jack, consumido, encuentra reparo en un granero y queda adormecido sobre una pila de heno. Al día siguiente, los granjeros alemanes lo conducen a un hospital. En el hospital alemán se liberan las camas que estaban ocupadas por soldados del Tercer Reich y Jack, y otros como él, pasan a recibir los cuidados imprescindibles. Si antes las manos alemanas se encargaban del sometimiento y el exterminio, ahora pasan a inyectar complejos vitamínicos y a velar por la recuperación. Jack recuerda que si su socorro apenas se dilataba un día más no hubiera logrado sobrevivir. Sobrevivió a Auschwitz y a Duchau. En cambio, no sobrevivieron sus padres y sus tres hermanos, la mayoría de sus vecinos y de sus amigos, que fueron aniquilados en Auschwitz.

Jack nació en Lodz, Polonia, en 1924. A los quince años fue encerrado en el gueto montado por el nazismo en esa ciudad. En la hambruna y la miseria extrema, entre muros y púas, cada tanto jugaba. Y aun dentro del gueto, integró el Partido Socialista Bund y participó en actividades de resistencia pacífica. Estuvo en ese encierro hasta agosto de 1944, cuando fue deportado a Auschwitz junto a su familia. Luego Jack fue trasladado al campo de concentración de Dachau. Allí estuvo hasta las instancias finales de la Segunda Guerra Mundial. Jack lo recuerda: “Nunca más volví a ver a mi familia. Todos murieron. Y así, huérfano, me lanzaron con salvajismo a Dachau. La pesadilla parecía no terminar.”

En 1945 volvió a nacer, pero encontrándose en una soledad absoluta. Jack ha enseñado que los campos nazis no fueron liberados. Ninguna de las potencias triunfadoras se interesó particularmente por esos espacios concentracionarios. Ninguno de los ejércitos vencedores tuvo como objetivo la liberación de las personas internadas. No se consideró el padecimiento de las víctimas. Mientras tanto, ante el avance de las fuerzas aliadas, los soldados alemanes abandonaban sus posiciones y las víctimas que aún tenían aliento debían hallar alivio por las suyas. Jack encontró reparo y atención.

No hizo nada para transformarse en víctima: se apoderaron de él en un instante y así, esa furia exterminadora, lo marcó por siempre. Afirma que no hizo nada especial para sobrevivir. Simplemente sobrevivió.

En 1946 llegó a Nueva York y vivió en Brooklyn, con ayuda del International Rescue Committee. Antes de la guerra una tía había emigrado a la Argentina. Jack perdió contacto con ella. Durante mucho tiempo se resistió a recuperar el vínculo. Luego, bastante después, supo la razón de esa resistencia: temía que ella le preguntara por sus padres y hermanos; temía también que le preguntara por qué él sobrevivió y por qué aquellos otros, en cambio, no. Con ayuda, logró localizar a su familiar y viajó a Buenos Aires. Su tía no le preguntó nada. Y en 1963 se radicó en Buenos Aires.

Pero estuvo y, en un sentido existencialmente radical, no ha dejado de estar en Auschwitz. Recuerda que con sus compañeros veían salir el humo oscuro de las chimeneas del campo de exterminio: “Quemarán la ropa de la gente”, suponían al inicio sin poder imaginar qué en verdad se hacía.

Víctima-testigo de Auschwitz, Jack advirtió que necesitaba estudiar, saber qué vivió. Padeció Auschwitz, pero necesitó estudiar e investigar sobre los campos nazis, el racismo y la guerra. Lo hizo en especial en el Centro de Documentación de Yad Vashem, en Jerusalem. A la experiencia del testigo sobreviviente le sumó, entonces, el conocimiento de los historiadores. Fue amigo de Raul Hilberg, el autor de La destrucción de los judíos europeos. Con ese gran historiador ya fallecido, Jack ha compartido la inquietud crucial: podemos describir lo sucedido en Auschwitz, pero no podemos responder por qué sucedió. Jack sigue impulsando el estudio de la Shoá y los genocidios, la interrogación histórica en la que aloja un tono escéptico y algún aguijón pesimista.

Su último libro es Dilemas de la memoria (2006). Es embajador itinerante de la Fundación Raoul Wallenberg, profesor honorario de ORT, personalidad destacada de los Derechos Humanos de la Ciudad de Buenos Aires. Ha pasado los noventa años. La mayoría de los sobrevivientes de los campos nazis ya quedaron en el camino. Muchos amigos de Jack también. Le pesa esa soledad. Lo alivian su hija y sus nietas. Preserva el más vital y también ácido humor judío-polaco. Cultiva el arte de la conversación. Jack ha sido tocado por el don de transmitir: da con afecto íntimo y cálido, da sabias dosis de inquietud y calma existencial.

Por Claudio Martyniuk