Eliahu Toker decía que el idish era un país… un país sin territorio, sin ejército, sin policía. Eliahu Toker decía que las idishe mames son un pueblo aparte, y explicaba que las que en la Argentina o EE.UU. eran “madres sobreprotectoras” en Europa Oriental no lo eran, ya que abrigarse mucho o comer una cantidad de calorías estrafalaria era necesario para sobrevivir a esos climas inhóspitos. Eliahu Toker era escritor, poeta, traductor, humorista. Además, padre, abuelo, esposo, maestro, compañero, amigo. Y arquitecto. Y un interlocutor increíble. Y, como tuve el gustazo de comprobar, “alguien que te hacía todo fácil”, alguien a quien el placer de consultar se transformaba en charla divertida y enriquecedora. Algunos podrían verlo como “una enciclopedia que camina”; no estoy de acuerdo, las enciclopedias no tienen esa calidez, esa exquisitez en el hablar, ni te convidan con un café del que salís siempre mejor que cuando llegaste. Si “un padre que da consejos, más que padre es un amigo” (dijo Martín Fierro), un “amigo que enseña”, que escucha, entiende y, siempre sin la menor soberbia (¿será que los que de verdad saben, no la necesitan?), habla, opina, polemiza, transmite.
Eliahu Toker era un erudito en lo que hace a la cultura, a las tradiciones, a la literatura judía. Autor de unos 50 libros, algunos de poemas como Papá, mamá y otras ciudades, otros de “poesía escrita en prosa”, como Estado civil, abuelos (donde recopila hechos y percepciones de uno de sus más valorados tesoros, sus nietos), El idish también es Latinoamérica (textos de escritores judíos latinoamericanos), o una recopilación de maldiciones judías que, como él decía, eran en idish, y no en hebreo, porque si eran en hebreo, idioma bíblico, corrían el riesgo de cumplirse, mientras que nadie va a tomarse en serio una maldición en idish (“que seas rico, el único rico de tu familia”, o “que Dios te mande un tonto, y no te lo puedas sacar de encima”, son dos de esas maldiciones, a modo de ejemplo).
Conocí a Eliahu Toker en 1991, en un panel de un congreso, donde él explicaba cómo el humor podía atravesar las barreras pensadas como imposibles, y traía testimonios de humor hecho, como manera de aferrarse a la vida, por prisioneros de campos de concentración, durante la Shoá. En los 19 años que siguieron compartimos amistad, trabajo y nueve libros juntos (en uno de ellos, Odiar es pertenecer, recopilamos el humor que se hizo contra el nazismo, durante el nazismo), pero sobre todo, el pensar, debatir, compartir ese concepto de que “el humor no tiene por qué ser denigratorio, la agresión disfrazada de humor es agresión, no humor” o “somos todos diferentes, y esa diferencia es lo que nos hace iguales”.
Eliahu Toker falleció el pasado 3 de noviembre. Lamento y me conmueve de verdad su muerte. Y festejo su vida, todo ese tesoro de palabras, textos y actitudes que generosamente nos legó.