Por Mike Collett-White, Reuters
LONDRES – A Denis Avey, de 92 años, le tomó más de 60 años poder romper el silencio, pero, finalmente, pudo contar su historia sobre la manera en que logró entrar dos veces al campo de concentración de Auschwitz, para ser testigo de los horrores del Holocausto.
Avey era un soldado británico que fue capturado durante la Segunda Guerra Mundial. Lo llevaron a un campo de trabajo cerca de Auschwitz, en donde trabajó para la planta de IG Farben junto a otros prisioneros del campo de concentración, a los que llamaban “los rayados”, debido a sus uniformes.
Avey era un soldado obstinado y endurecido por la guerra y conforme se iba enterando del exterminio en masa de judíos y respiraba el olor rancio del crematorio cercano del campo, tomó una decisión: quería ver por sí mismo qué estaba sucediendo en Auschwitz.
Aunque las condiciones laborales en el campo de trabajo eran terribles, tanto la comida como el trato eran menos duros que en Auschwitz. Y, al ser prisionero de Guerra, muchas veces recibía paquetes de la Cruz Roja, con chocolates y cigarrillos, que podían ser intercambiados por mejores provisiones y elementos de primeros auxilios.
Luego de muchas semanas de preparación, que incluyeron sobornos a un guardia, Avey logró intercambiar dos veces el uniforme con un judío holandés, de su misma altura, para escabullirse dentro del campo, en donde pasaba la noche. En ambas ocasiones, los dos hombres lograron cambiarse nuevamente, y esquivar el riesgo de ser descubiertos y asesinados.“Hice mi tarea durante semanas y semanas, y afortunadamente la suerte siempre estuvo de mi lado”, dijo Avey en una entrevista para promocionar su biografía, llamada “El hombre que irrumpió en Auschwitz”
(The Man Who Broke Into Auschwitz), coescrita con Rob Broomby, y
publicada en Gran Bretaña por Hodder & Stoughton.
“Mi vida dependía de 50 cigarrillos: 25 para entrar y 25 para salir. Él (el guardia) podría haberme disparado muy fácilmente.”
La motivación que lo llevó a arriesgar su vida tuvo dos aspectos: la de lograr engañar al enemigo y, además, ver qué estaba sucediendo en el campo, para luego poder contarle al mundo todas las atrocidades cometidas.
En su libro, recuerda haber visto pilas de cadáveres “casi humanos” de trabajadores que morían cada día, llevados por otros prisioneros, quienes, a su vez, ya no mostraban ningún sentimiento; en cuanto lo hacían, se ganaban una golpiza, y probablemente la muerte.
Muy débil como para resistir
Los hombres eran sacados de las formaciones y llevados a las cámaras de gas. Ninguno de sus compañeros protestaba: se encontraban muy débiles y deprimidos como para hacerlo.
Avey describió el “aire rancio” de la zona en donde dormían y la pútrida “sopa” que se les servía a los hombres, la cual él nunca se atrevió a probar.
Se las arregló para poder conversar, casi susurrando, con su compañero de cama, quien sabía sobre su plan, con el fin de averiguar todo lo que pudiera sobre el campo de concentración.
“No había otro lugar en el mundo como Auschwitz III; era el infierno sobre la tierra. Esta fue la razón por la que me convertí en un testigo, pero fue una experiencia horrible.”
Luego de haber sobrevivido al campo de concentración y a la “marcha de la muerte” al finalizar la Guerra, Avey trató de contarle al Ejército sobre sus experiencias, pero al encontrarse con lo que él llamó “síndrome del ojo vidrioso”, se dio por vencido y mantuvo el silencio por 60 años.
Incluso su madre no supo por lo que había pasado, y nunca preguntó por qué estaba tan desmejorado cuando regresó a Inglaterra.
Por seis años, Avey tuvo pesadillas regularmente y era frecuente que se despertara bañado en sudor frío. Aún en la actualidad recuerda sus experiencias .
Luego, durante una entrevista radial, logró sincerarse y contar su historia. Desde entonces ha tenido reconocimientos a su coraje por parte de las organizaciones relacionadas con el Holocausto y por algunos políticos.
La Fundación Internacional Raoul Wallenberg honró a Avey con un diploma, y un vocero israelí dijo: “Creemos que esta historia es genuina”, y agregó que un amigo sobreviviente corroboró el relato de su experiencia, a la Fundación.
Avey aseguró que su libro es relevante hoy en día. “Es cada vez más difícil de distinguir lo que está bien de lo que está mal”. Se está debilitando la toma de consciencia; la gente simplemente dice ‘así es la vida’. “Las personas son así hoy en día”.
A pesar de su duro contenido, la historia termina con un final lleno de esperanza: recientemente, Avey descubrió que un judío sobreviviente de Auschwitz , de nombre Ernst, grabó su testimonio en un video. Allí, habló sobre un soldado – Avey-, quien le dio 10 paquetes de cigarillos ingleses, los cuales logró cambiar por comida y por nuevas suelas para sus zapatos, sin las cuales no habría podido sobrevivir la “marcha de la muerte”.
“Pensé que había muerto”, dijo Avey. “No podía creerlo”.
Traducción: Brenda Ficher