Además del Instituto Goethe, es la primera vez que me invitan a disertar a una casa de estudios o a una organización que no sea una organización judía. Creo que da un poco la idea de lo que me motiva en este trabajo que hago, que es llevar la conciencia de estos temas a todo el mundo. A veces tengo que explicar que yo no tengo ningún interés particular en el tema del nazismo ni tampoco en el tema del general Perón como figura histórica argentina.
Yo llegué a investigar la huida de los primeros nazis a la Argentina por una cuestión generacional casi, supongo. Durante la década del 70 trabajé en un diario que se llama Buenos Aires Herald, que es un diario de habla inglesa que se publica acá y que, a diferencia de los otros en ese momento en la Argentina, decidió comunicar lo que estaba ocurriendo durante la década del proceso. Cuando venían las madres de Plaza de Mayo, simplemente un par de personas mayores que venían a contar que se habían llevado a sus hijos la noche anterior de su casa, y que al día siguiente habían vuelto y se habían llevado el televisor, empezamos a publicar esas notas. A mí, como hablaba mejor español que el resto de las personas, que los otros periodistas del diario, me tocaba recibir a estas madres que, con el tiempo, después se convirtieron en las madres de Plaza de Mayo. Y en particular, recibía a un grupo de chicos jóvenes también que, yo en ese momento no lo sabía, pero era el grupo en el cual se había infiltrado el entonces teniente Alfredo Astiz; y cuando ocurrieron los secuestros en la Iglesia de la Santa Cruz en 1977, cuando desaparecieron las dos monjas francesas que secuestró Astiz y las otras diez personas, me acuerdo que esa noche llegó la lista de los que se habían llevado, yo digo ”Bueno; de estas personas, conozco a ésta, ésta y ésta” porque me venían a ver acá al Herald a contarme sus historias.
Entonces, cuando yo dejé el Herald en el año 94, escribí un primer libro que se llama El infiltrado sobre la infiltración de Alfredo Astiz en este grupo de familiares de desaparecidos y, un par de años después, fue que me acerqué al tema del escape de los criminales nazis porque me dije ”¡En la Argentina hay tanto silencio!” Había más silencio en aquella época, y ciertamente durante la época del proceso para mí era ensordecedor el silencio que había sobre estas desapariciones-. Ese fue el disparador en el tiempo para tratar de entender cuál fue este lento acostumbramiento que tenemos los argentinos que nos permitió convivir con cosas terribles como hemos convivido en estos últimos treinta años, digamos.”
Pensé para mí mismo ”Una sociedad que cobijó a un criminal de la talla de Adolf Eichmann, Joseph Mengele y cientos de otros criminales menores igualmente importantes, no es una coincidencia que después pudiera convivir tranquilamente con personajes como Videla, Astiz, etcétera. Para darles una idea, cuando yo empecé a investigar, existía ese mito de los criminales nazis viviendo en suburbios alejados de la ciudad de Buenos Aires en condiciones paupérrimas. Esto no es necesariamente así. Por ejemplo, Charles Lascar, un criminal de guerra francés, era el editor de Je Suis Partout que era una publicación terriblemente antisemita que había en París durante la guerra.
Charles Lascar era argentino-francés y, de hecho, había sido encarcelado antes de la guerra, antes de la invasión de Francia, por el gobierno francés por su colaboracionismo con el nazismo antes de la invasión. Cuando ocurre la ocupación de Francia por los nazis, Charles Lascar es liberado y vuelve a ser el editor de Je Suis Partout. Charles Lascar es uno de los primeros en armar la red de escape hacia la Argentina y vivía acá, en la calle Santa Fe en un departamento muy lindo que todavía existe en Santa Fe y Larrea. En Callao y Melo, en un departamento que también existe, vivía Branco Benzon, que fue el embajador de Croacia ante Berlín durante la guerra y amigo personal de Hitler y de Göering. Después de la guerra, Benzon vino a Argentina y estableció amistad con Perón y con Evita y pasó a ser un agente especial de la Dirección de Migraciones, después de la guerra, para formar parte de este equipo que traía criminales nazis. Pero él también tenía órdenes del gobierno argentino de no permitir el ingreso de judíos a la Argentina. Y en los legajos, si había un judío que pedía el ingreso a la Argentina, él firmaba ”P NO B”, que significaba ”J NO B” que, a su vez, significaba ”judío no firmado por Benzon”. Carlos Fuldner, un capitán de las SS que después de la guerra -también amigo de Lascar y de Benzon- pasa a ser agente de Perón y viaja de nuevo a Europa y organiza la traída de criminales como Eichmann y Mengele, Carlos Fuldner vivía acá en la calle Ombú en Palermo Chico. Hoy en día, sería vecino de Susana Giménez y de Mauricio Macri. Pierre Daye, que fue un colaboracionista belga, vivía en lo que hoy conocemos como Palermo Viejo.
El tema de esta noche es ”La diplomacia y el Holocausto” así que no voy a hablar tanto de estas vías de escape, sino sobre este tema. Yo empecé investigando las vías de escape, pero, en el camino, fui descubriendo el tema del antisemitismo en la Argentina, en la diplomacia argentina y también algo que se sabe muy poco, que es cómo la Argentina cerró o, por lo menos, intentó cerrar sus puertas a los judíos durante la guerra. Es un tema que me toca personalmente. Yo soy de familia diplomática. Mi abuelo fue cónsul en Europa en los años previos a la guerra. Mi padre fue diplomático; tengo un tío diplomático, un hermano diplomático. O sea que desde niño conozco muy bien, conozco probablemente a casi todos los diplomáticos o a una gran cantidad de diplomáticos de carrera en la Argentina.
Yo sabía por historias de familia y por historias que venían de parte de mi abuelo en particular -mi abuelo fue cónsul en Viena, Génova y después fue cónsul acá y en La Paz- que a principios de la guerra o poco antes de la guerra, la Argentina había editado una orden secreta prohibiendo el ingreso de judíos al país. Y yo sabía esto porque esta orden secreta, que emitió la Cancillería, rápidamente dividió a los diplomáticos argentinos entre aquellos que se consideraban profesionales y aplicaban estrictamente esta orden, aunque ellos no necesariamente eran pronazis o antisemitas, y, después, los diplomáticos argentinos que aprovecharon esto para vender debajo de la mesa visas a judíos. La leyenda de mi familia es que mi abuelo formaba parte del primer grupo, de los que aplicaron la orden. Y mi abuelo era totalmente antinazi -de hecho, tuvo grandes problemas en Cancillería por su postura proliberal, etcétera- pero él se consideraba profesional y aplicaba estrictamente esta orden, especialmente en Bolivia porque había muchos judíos que no lograban permiso para entrar a Argentina y, entonces, iban a Bolivia e intentaban entrar a Argentina desde Bolivia o desde Uruguay o desde algún país latinoamericano.
Me sorprendía en mis charlas con funcionarios argentinos, con historiadores argentinos, el no ver -jamás la vi- la existencia de esta orden mencionada en ningún libro, en ningún periódico, en ningún lado. Cuando en 1997 se formó una comisión que se llamaba CEANA en la Cancillería argentina para investigar las relaciones de argentina con el nazismo, me invitaron para ser parte de esa comisión, lo primero que dije fue ”Bueno, yo conozco la existencia de esta orden. Habría que buscarla y encontrarla”. No se buscó. Pero en la investigación para este libro tuve la gran suerte de que una investigadora, que se llama Beatriz Gurevich, en el archivo de la embajada argentina en Estocolmo encontró una copia de la orden, la Circular 11. Esta orden fue dictada, a ver si tengo la fecha acá: el 12 de julio de 1938, por el entonces Canciller José María Cantilo, y la orden lo que decía era que no se podían otorgar visas a personas que hubiesen sido expelidas de su país por sus ideas políticas u origen racial. O sea, se prohibía el ingreso a judíos y se les prohibía a los diplomáticos argentinos mencionar la existencia de esta orden a la persona a la que se le negaba la visa, y también había que negar la existencia de la orden ante los propios gobiernos que estaban acreditados.
Tenemos la suerte de que allá, en Estocolmo, Gurevich encontró una copia de la orden y yo la pude escribir en mi libro. Desde que se publicó mi libro, que se publicó en Inglaterra en enero de 200l, 2002, hace dos años ahora, la Fundación Wallenberg, cuando leyó el libro, y el Centro Wiesenthal, también un grupo de legisladores en el Congreso de EEUU, otro grupo de legisladores aquí en el Congreso de la Argentina, han venido pidiendo al gobierno argentino que haga reabrir varios documentos y, en particular, esta orden. Inclusive, con la Fundación Wallenberg tuvimos una reunión con el Canciller Bielsa en septiembre del año pasado donde le pedimos que se diera a luz esta orden y, no tan sólo eso, le sugerimos que aunque la orden ya no sea de aplicación, que se la derogue, porque sería un acto simbólico importante de reconocimiento de cuál fue la política argentina en aquel momento. Sabemos que la Cancillería constató lo que yo le aporté; fueron a la embajada argentina en Estocolmo y encontraron la orden. Y todavía estamos esperando que se haga el acto público de reconocimiento de esto.
Ahora, hay una inmensa incoherencia, porque, a pesar de la existencia de esta orden, la Argentina, durante la guerra, recibió a más judíos que cualquier otro país del hemisferio occidental; más que EEUU, más que cualquier otro país latinoamericano. Esto se debe exactamente, no a una buena voluntad del estado argentino, sino a la gran corrupción que hubo en el tema de los tratamientos de visados. Por ejemplo, hay un informe que yo he encontrado de la embajada de los EEUU en Argentina el año 43, y que hablaba de que en los consulados argentinos en Europa, la corrupción en este tema era la regla y no la excepción. También hay un informe de la embajada inglesa en Argentina durante la guerra que dice que los visados a los judíos se vendían entre 5,000 a 10,000 pesos y que no sólo lucraban con esto los cónsules argentinos en el exterior, sino también, personas en el entorno de la Presidencia de la Nación en la época de Castillo.
Desafortunadamente, con el final de la guerra, pareciera ser que la orden ya no se aplicaba tan estrictamente, pero seguía en pie la idea de no ingreso a los judíos. En el 46 el gobierno del GOU nombra como Director de Migraciones a Santiago Peralta, que es un antropólogo argentino que estudió en Alemania durante la guerra, en los años previos a la guerra. Estudió antropología y escribió un libro en Argentina en 1943 que se llama La acción del pueblo judío en la Argentina, que es uno de los libros más antisemitas que se han publicado en la Argentina donde decía, en realidad, hablaba de los judíos como un quiste en la sociedad argentina que había que sacar. Y siendo Director de Migraciones, en el año 46 publica un libro que se llama El pueblo árabe en la Argentina donde se declara a favor de la inmigración árabe y repite todas las cosas antisemitas y habla del quiste de vuelta, o sea que, en 1946, siendo Director de Migraciones, el director publica un libro totalmente antisemita. El escándalo fue tan grande que inclusive el New York Times tuvo un editorial sobre el tema de Santiago Peralta. Las instituciones judías se reuinieron varias veces con Perón, ya siendo presidente electo, para pedirle la dimisión de Peralta. Pero fue recién en el 47 cuando la presión internacional fue tan grande que se hizo insostenible, que se echó a Peralta y se puso a otro que se llamaba Diana y ahí empezaron a aparecer en Migraciones gente como Branco Benzon que igual firmaron ”J NO B” para el ingreso de judíos.
Hay otra historia poco conocida que la había escrito acá un historiador israelí que se llama Haim Avni, que escribió un libro que se llama Argentina y los judíos, (Argentina and the Jews), que creo que se publicó, no me acuerdo exactamente, en la década del 90. En la reunión de Wannsee, en enero del 1942, en la que el jefe de las SS, Heidrich, se reúne con Eichmann y varios jerarcas involucrados en el tema de la ”Solución Final al problema judío” como lo llamaban ellos, Heidrich menciona la necesidad de instrumentar una solución final porque decía que la idea de hacer emigrar a los judíos ya no funcionaba y que, en particular, no funcionaba porque los países que antes los recibían habían cerrado sus fronteras o pedían sobornos muy grandes para dejar entrar a judíos. Con lo cual la Circular 11 adquiere otro color, cuando la vemos a través de la visión que tenían los jefes de las SS cuando se reúnen a complotar la idea de la solución final; y allí hay una responsabilidad del gobierno argentino en el Holocausto, yo creo, en cerrar sus fronteras.
Pero hay una responsabilidad más directa aún que es lo siguiente: en su extraña manera de pensar, los nazis, en aquella época, a los judíos de los países neutrales los mantenían con vida y habían conseguido que los países neutrales repatriaran a esos judíos que estuvieran en Alemania o en países ocupados por Alemania como Francia, Grecia, etcétera. Y la oficina de Eichmann había contabilizado unos cien y algo de judíos argentinos que vivían en Europa. Por esta razón había un enlace entre la Cancillería alemana y la oficina de Eichmann, que era la 18, Edward Von Thadden, que también era de las SS, que citaban constantemente a diplomáticos argentinos en Berlín -porque Argentina tenía todavía abierta su embajada en Berlín durante la guerra- para pedirle que la Argentina repatriara a estos cien judíos.
El diplomático argentino que asistía a estas reuniones con Thadden se llamaba Luis Irigoyen, que era un hijo natural del presidente Irigoyen, era hijo de una amante austríaca de Irigoyen, por lo tanto, Irigoyen hijo, diplomático argentino en Berlín, hablaba perfecto alemán. Inclusive fue embajador en Bonn después de la guerra, en la década del 50; un diplomático muy distinguido. Por ejemplo, en una oportunidad, Thadden cita a Irigoyen y le dice ”Hay cincuenta judíos argentinos en el gueto de Varsovia.” Y le puso sobre la mesa creo que alrededor de quince documentos de estos supuestos argentinos judíos. Y Thadden -que yo he visto en los informes que escribía Thadden después de sus reuniones con Irigoyen-, dice que Irigoyen no quiso ni siquiera tocar los documentos y a simple vista los declaró falsos y que la Argentina no tenía ningún interés en esas personas. Esto se repitió en gran cantidad de oportunidades y lo increíble es que, durante la guerra, Eichmann solicitaba constantemente a la Cancillería Alemana que quería llevarse a campos de concentración a esta gente, que no había ninguna razón para mantenerlos libres. Y la Cancillería Alemana decía no, porque en la Argentina había muchos alemanes ”y si nosotros llevamos a campos de concentración a estos judíos argentinos puede haber represalias contra los alemanes que viven en Argentina”. Esta situación llegó así a enero del 44 cuando Argentina rompe relaciones diplomáticas con Berlín y ahí Eichmann, furioso, y Kaltenbrunner también, jefe de las SS, dicta una orden para que a los cien judíos argentinos se los lleve al campo de Bergen-Belsen y otros campos de concentración, y es donde les perdemos el rastro y supuestamente perecieron allí.
Y traigo esto a colación porque no me acuerdo cuándo fue exactamente, en el 200, 2001, algunos funcionarios de Cancillería me habían venido a hablar cuando publiqué un primer libro que se llama Perón y los alemanes en el 98.
Y un importante funcionario de Cancillería me vino a sugerir que yo tenía que escribir un próximo libro sobre algún Wallenberg argentino. Y yo que conocía esta historia de Irigoyen y la existencia de la orden secreta dije: ”Bueno. Va a ser muy difícil” porque no había ningún Wallenberg argentino que salvara vidas de judíos durante la guerra, no que yo conozca, al menos. Sin embargo, la Cancillería persistió en esta idea y se colocó una placa -que el entonces canciller Rodríguez Giavarini colocó- homenajeando a doce diplomáticos argentinos que supuestamente salvaron vidas de judíos durante la guerra. Si se viera la lista, puede ser que alguno de ellos haya participado en, por lo menos, entregar pasaportes a ciudadanos argentinos judíos que vivían en Alemania y, por lo tanto, la Cancillería parece considerar que otorgar pasaportes a ciudadanos argentinos, si son judíos, es meritorio de una placa, cuando es el deber de cualquier diplomático salvaguardar a ciudadanos argentinos no importa cuál sea su religión, credo, raza. Y entre esos doce que están en la placa, figura Luis Irigoyen, el hombre que cuando vio los documentos del gueto de Varsovia dijo que eran falsos. Existe ciertamente la posibilidad de que esos documentos sean falsos, pero si este hombre hubiese tenido algún interés en salvar judíos, hubiese hecho lo que hizo Raoul Wallenberg y los hubiese declarado verdaderos, aún sabiendo que eran falsos. Porque Raoul Wallenberg se subía a los techos de los trenes que llevaban a los judíos hacia Alemania y tiraba pasaportes falsos, que imprimía él mismo, adentro de los vagones, y después hacía parar el tren a los oficiales alemanes diciéndoles ”hay ciudadanos suecos adentro del tren” que no eran suecos de ninguna manera y los mismos pasaportes que les había entregado Raoul Wallenberg eran falsos.
Entonces, yo podría hablar con gran número de detalles de cómo se organizó esta vía de escape, sobre los archivos que consulté en Bélgica, sobre los archivos suizos que vi que hablan sobre la colaboración suiza también para ayudar a la Argentina a traer a criminales después de la guerra, el documento norteamericano que habla sobre el tema, los documentos que vi en la anarquía de archivos en la Argentina.
Me acuerdo en particular que una vez fui al Archivo de Tribunales, que es de los pocos archivos bien guardados, bien cuidados. Los documentos están en condiciones y hay bastante documentación sobre las vinculaciones entre el espionaje nazi y Perón durante la guerra. Y el jefe del Archivo me recibió con los brazos abiertos y él, como no iba nunca nadie a consultar eso, se pasaba sus horas leyendo estos documentos increíbles, me decía ”Qué gran felicidad me da ver a alguien que finalmente venga a pedir estos documentos porque acá nunca aparece nadie para pedir verlos.”
Y si alguno ha leído mi libro va a ver que es un libro, bueno, sumamente aburrido, lleno de pies de página, todo totalmente documentado y lo he hecho así porque creo que el tema es de tal envergadura, y ha sido tan controvertido en Argentina, que no se puede encarar de otra manera. Porque aún hoy en día, a pesar de la conciencia que tenemos y a pesar de que hay una nueva generación de argentinos en el Estado, todavía hay dificultad con estos temas.
Pero mi motivación ciertamente no es ninguna fascinación con los nazis, no es una búsqueda social de la figura de Perón, sino, de alguna manera, derribar este muro de silencio ante estos eventos tan terribles que ocurrieron en Europa. Y creo que con la disertación, el embajador nos ha dado una idea del tamaño de lo que realmente ocurrió cuando habla de las cifras de las expoliaciones, del número de víctimas, de este tema que me resonó bastante, que habla de los saqueos de los departamentos, habla de 38,000 saqueos, pianos, que me recuerda a esas madres que me venían a ver a principios del año 77, cuando no eran las Madres de Plaza de Mayo todavía, que me decían ”ayer se llevaron a mi hijo, hoy volvieron y se llevaron la heladera.” En algunos casos se llevaron los marcos de las puertas.