En un gélido mes de Enero de 1945 estaba una niña judía de 12 años de edad, parada a las orillas del Río Danubio que cruza Budapest, unos minutos antes de que se cumpliera su destino, similar al de aquellos que fueron ejecutados y cayeron en sus aguas.
Su familia ya le fue arrebatada, y ella estaba allí, gracias al temple y audacia de su madre: la niña había corrido tras su familia que se iba alejando, pero su madre le dijo firmemente al soldado de La Cruz Flechada, organización fachista local, que esa niña no era su hija, sino una niña descocada que se le prendió en sus faldas.
En un momento preciso y piadoso se detiene un vehículo como una camioneta, así lo narra esta misma niña, actualmente Dra. Naomi Gur, y del interior de la misma sale un joven apuesto, examina sus documentos y comienza a interrogarla. Él sostiene con fruición que el documento de la tía, en poder de la niña, le pertenece.
El hombre aprovecha un momento de distracción del soldado de la Cruz Flechada para empujar a la niña al interior de la camioneta, y tras ella a varios judíos, y se retira apresuradamente del lugar. Ese hombre era Raoul Wallenberg.
Este año se cumplen 100 años del nacimiento de Raoul Wallenberg, hijo de una familia de banqueros, militares y políticos de renombre en Suecia.
En 1936 Wallenberg se encontraba en Haifa, por espacio de medio año, para especializarse en comercio marítimo internacional. Allí conoció el lugar y se encontró con los refugiados que llegaron de Alemania a Israel.
En Julio de 1944, exactamente cuando se interrumpieron los envíos desde Hungría a Aushwitz, arribó a Budapest, portando un pasaporte diplomático – Suecia neutral representó en ese entonces a la Unión Soviética frente a los alemanes – para continuar sus acciones en la cancillería de Suecia.
Esta distribuyó cientos de pasaportes de protección suecos, desde que irrumpió Alemania en Hungría, sin embargo, Wallenberg aumentó la cantidad a miles y puso en marcha actividades adicionales, especialmente desde Octubre, cuando los soldados de La Cruz Flechada, pronazis, se apoderaron de Hungría y Eichmann comenzó con la organización las llamadas Marchas de la Muerte de los 200.000 judíos que permanecían en la capital.
Con el dinero que logró recaudar de la judeidad de U.S.A y con un permiso especial – debido al veto absoluto impuesto por los aliados de la Segunda Guerra Mundial al traspaso de cualquier cosa que pueda ayudar a los alemanes en los países conquistados – creó junto con otras representaciones, entre ellas Suiza y la Cruz Roja, y activistas de los movimientos juveniles sionistas, el ghetto internacional, que brindó protección a 15 mil personas, y que se ocupaba de su economía y seguridad.
El persiguió con su automóvil a los prisioneros en las marchas, retirando de las filas a cientos de ellos, asi como de las estaciones de ferrocarril y de las oriilas del Danubio.
Él ayudó a obstaculizar los planes de los alemanes para hacer explotar el ghetto que levantó y los que construyeron los alemanes, previo a la entrada de los soviéticos, sobre los 100.000 habitantes.
En enero de 1945, cuando llegaron los soviéticos a Budapest, Wallenberg despertó sus sospechas debido a la gran cantidad de pasaportes y la defensa de los judíos, que les pareció un encubrimiento de espionaje en beneficio de los alemanes – dado que la familia Wallenberg tuvo antes de la guerra relaciones comerciales con Alemania – y por ello Raoul Wallenberg fue detenido. Fue trasladado a la Unión Soviética , y desde entonces no se supo cual fue su destino.
Este hombre valiente arriesgó su vida en pro de personas que no conoció y nada les debía, se convirtió en una leyenda y un símbolo de perspicacia y renunciamiento indestructibles en beneficio del prójimo.
Monumentos, escuelas y asociaciones se erigieron en su nombre en todo el mundo. Se editaron sellos, se produjeron películas y libros fueron editados, y sobre todos ellos se perfila la pregunta, ¿qué mueve a un hombre a actuar de esa manera y no de otra, y que haríamos Ud. y yo en esa circunstancia?
Este año, en el centenario de su nacimiento, se celebran también los 70 años de la Conferencia de Wannsee, en la que se analizaron los pasos concretos para el asesinato del pueblo judío en Europa y fuera de ella; 50 años del Juicio de Adolf Eichmann; y a fines de Enero se conmemoró el Séptimo Día Internacional del Holocausto desde que fuera declarado por las Naciones Unidas en el 2005.
Por todo ello, se opacó un poco el «Año de Wallenberg», anunciado por el Gobierno de Suecia dentro de la gama de eventos que se llevaron a cabo en el mundo. Pero el mensaje humano que representa su personalidad es el más diáfano.
En Octubre 1943, cuando se supo en Israel que Suecia le brindó refugio a 7,000 judíos de Dinamarca, Natán Alterman escribió en su columna periodística una canción dedicada a la lengua sueca, que no se complicó ni se doblegó como la de otros pueblos que encontraron argumentos para evitar abrir sus puertas, y lo dijo con sencillez: «Se permite la entrada».
Un año después Wallenberg siguió ese mismo camino.
* La autora es Directora del Instituto Stephen Roth para Estudios Contemporaneos de Antisemitismo y Racismo, Universidad de Tel Aviv