Aunque el interés viene desde el proceso contra Adolf Eichmann, a comienzos de los 60, durante los últimos tiempos comenzó a tomar fuerza la búsqueda de los salvadores de judíos de la persecución nazi que todavía no fueron reconocidos.
Los Justos entre las Naciones son aquellos que en una situación terrible, el Holocausto, tomaron el riesgo de ayudar a personas judías que padecían el plan de exterminio.
El reconomiento lo concede el Yad Vashem, también conocido como el Museo del Holocausto de Jerusalén. Fundado con la Ley de la Memoria de 1953, tiene la misión de rendir tributo a las víctimas y a los héroes de aquellos tiempos.
La primera comisión para reconocer a los Justos la encabezó el jurista Moshe Landau, quien había presidido el tribunal que juzgó y condenó a Eichmann. Pero este organismo gubernamental no tiene el mandato de buscarlos, sino de recibir el pedido, y una comisión presidida por un miembro del Tribunal Supremo emite el dictamen, en base a testimonios directos de personas salvadas y de testigos.
El salvador por antonomasia es el diplomático sueco Raoul Wallenberg, que hacia el final de la guerra evitó la deportación de los dos guetos de Budapest, con sus 100.000 habitantes. Hacia 1997, el recientemente fallecido legislador estadounidense Tom Lantos – salvado por Wallenberg-, y el líder ecuménico argentino Baruj Tenembaun crearon la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, con sedes en Buenos Aires, Nueva York y Jerusalén.
”Creamos la Fundación porque muchos hablan del Holocausto y mencionan los campos de concentración, la destrucción. Es la parte negra, oscura, de la época”, explica Tenenbaum. ”Nosotros trabajamos con la luz, la parte clara. Y nos ocupamos de los salvadores porque están. Los encontramos porque los buscamos. Los salvadores están, no sólo del Holocausto, sino también de las dictaduras militares latinoamericanas, de Yugoslavia y de Darfur. Nuestra época también tiene sus Wallenberg. Seguramente, hay muchísimos. Pueden ser diplomáticos o amas de casa. ¿Quiénes son? Ahí están”.
Como única organización dedicada específicamente a la búsqueda de los Justos, saben que el tiempo no está a su favor, dada la edad avanzada de los supervivientes y de quienes pueden dar un testimonio.
Aunque se dedican a esa tarea desde 1997, la intensificaron en el ultimo año. Por eso han puesto su prioridad en el Holocausto, pero no descartan en un futuro próximo trabajar sobre los genocidios actuales.
”La Fundación tiene como primera meta identificar y reconocer a salvadores del Holocausto”, señala Daniel Rainer, vicepresidente a cargo de la oficina de Jerusalén. ”Sobre la base de esa información presentamos los casos al Yad Vahem para que les concedan el título de Justos entre las Naciones y también llevamos adelante programas educativos en Argentina (”Wallenberg en la escuela”) y en Estados Unidos (”One person can make a difference”). El tema de los salvadores destaca los valores de la bondad y del coraje en un momento terrible como el Holocausto, cuando hubo personas que pudieron ayudar al prójimo poniendo su vida en riesgo. El propósito es educar a las nuevas generaciones para crear anticuerpos frente a los genocidios de nuestro tiempo como los de Darfur y Yugoslavia”.
No se trata sólo de probar que ayudaron a judíos, sino también de ”haber actuado de manera altruista, sin buscar recompensa o compensación alguna por la ayuda prestada”. En ese caso, se le concede el diploma de Justo entre las Naciones y una medalla con una frase del Talmud: ”Quien salva una vida salva al Universo entero”.
Hasta el momento fueron reconocidas alrededor de 22.000 personas y sus nombres están inscriptos en el Museo de Honor del Jardín de los Justos. Este reconocimiento tiene implicancias tanto educativas, como morales y políticas.
”Los actos de los Justos demuestran, a ojos del Yad Vashem, que fue posible la ayuda a pesar del aparato represivo del régimen nazi”.
La última persona en recibir ese reconocimiento fue Stanislawa (Stacha) Slawinska, una ama de casa polaca de religión católica que salvó a diez supervivientes del Gueto de Varsovia. Hace unos meses, Esfira Rapapport de Meiman, de 94 años, se acercó a la oficina de la Fundación Wallenberg en Jerusalén para lograr el reconocimiento de su salvadora.
Esfira nació en Lodz y pudo huir del gueto antes de su destrucción. Stacha le dio refugio en su casa ubicada en la localidad de Grodzisk Mazowieki, a 30 kilómetros de Varsovia. Con esa acción puso en riesgo su vida y la de su familia, ya que el nazismo trataba como criminales a quienes ayudaban a los judíos.
Una vez terminada la guerra, Esfira mantuvo contacto con Stacha y pudo ayudarla económicamente. Primero desde Alemania y luego desde Perú, donde vivió entre 1948 y 1972. Ese año emigró a Israel. Pero en algún momento perdió el contacto.
Aunque suponía que Stanislawa ya había muerto -algo que sucedió el 9 de junio de 1971-, tenía un sobrino, Roman (Romek) Slawinski, quien a pesar de ser un niño en aquellos tiempos crueles colaboraba con su tía, tanto en la misión de salvar judíos como en otras actividades de la resistencia polaca.
Inmediatamente, la Fundación Wallenberg lanza una campaña internacional, con pedidos en los medios polacos, para localizar a Romek. Pero lo ubicaron de otra manera. En abril de este año, a través de una funcionaria de la embajada polaca en Buenos Aires, Isabella Matusz, hacen un contacto con la portavoz del municipio de Grodzisk Mazowieki. A las dos semanas responde el llamado y dice que lo encontró. Luego se establece una llamada telefónica de Romek con Esfira.
Así pudo dar un testimonio sobre las actividades de su tía. La Fundación preparó un expediente y lo presentó al Yad Vashem, que le otorgó en los primeros días de septiembre a Stacha el título de Justo entre las Naciones. . dpa