”El siglo XXI será ético no será”, escribió el autor francés Gilles Lipovetsky en un ensayo reciente. Como signo vital de un país que quiere ser, en la Argentina de hoy se vislumbra una lucha sin cuartel por la recuperación de la ética. El encubrimiento, la arbitrariedad, el favoritismo, la complicidad, la impunidad, llenan de hartazgo a una ciudadanía cada vez más inquieta. La corrupción marca un riesgo de decrepitud moral que muchos no estamos dispuestos a facilitar. La corrupción penetra todas las áreas sociales, pero la indignación ciudadana pone su mira, comprensiblemente, en lo que debería ser el ámbito más noble de la vida pública: la política. Así, el vínculo entre ética y política aparece como el necesario debate estratégico que la sociedad reclama.
La Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires fue el epicentro de un intento delictivo que seguramente no sorprendió a muchos, ¿Por qué la Legislatura habría de permanecer impoluta en una sociedad con corrupción ”metastásica”?. Es deseable que sorprenda la respuesta que la institución genere. Respuesta que deberá ser la demostración de que viejas y nocivas prácticas políticas empiezan a agotarse. Integrantes del cuerpo legislativo solicitaron coimas para facilitar el ingreso a compras y contrataciones de la institución. Las aristas negativas del intento son el hecho que pretendió instaurar prácticas delictivas, un plus al deterioro de la imagen del cuerpo y como toda situación crítica también tiene en sí misma la posibilidad de superación y resarcimiento. Esta posibilidad se ha expresado en la actitud decidida de dos funcionarios administrativos que con la denuncia frenaron la consumación del delito, una respuesta institucional sin demoras ni encubrimientos, prudencia y firmeza de todos los bloques políticos en el tratamiento del tema.
En estos días como consecuencia de ello, el presidente del bloque radical debió reemplazar su pedido de licencia por la renuncia a aquel cargo directivo. Estos hechos deben general reflexiones nuevas.
¿Qué es la política? ¿el ejercicio de una vocación de servicio o una oportunidad personal? ¿a quién o a quiénes se debe lealtad? ¿a la Constitución, a las leyes, a la ciudadanía, o a un grupo de amigos?; ¿Qué es una institución pública’? ¿un ámbito para que el esfuerzo colectivo permita construir una sociedad más justa o un espacio que se captura para el beneficio de unos pocos?; ¿Qué son las leyes? ¿el ideal que debe guiar el comportamiento o un estorbo para algunos intereses?
De las respuestas que demos, dependerá que la vergüenza y el dolor por algunos hechos lamentables fructifique en fortaleza y responsabilidad social para construir un país mejor.
En la Argentina de hoy es imprescindible poner el mayor empeño en moralizar el poder político porque el peligro que nos amenaza es la insostenible disociación entre la ética y la política. La política sin ética oculta indiferencia o desprecio hacia la gente, hacia sus necesidades, hacia su sensibilidad, hacia su inteligencia.
No temamos devolverle a la política sentido autocrítico, visión humanística, calidad espiritual, porque sin ética, sin moral pública, peligrará el porvenir de la democracia y la posibilidad de ”ser” en el ya cercano siglo XXI.
* Marta Oyhanarte es legisladora de la Ciudad de Buenos Aires.