La inclusión en la coalición del gobierno austriaco del partido ”de la libertad” que encabeza Joerg Haider es un grave acontecimiento que advierte sobre peligros futuros para la democracia y la paz mundial. Son muchos los países que reaccionaron adversamente frente a la incorporación de este partido de simpatías neo-nazi al gabinete de Austria, incluyendo la Unión Europea, los Estados Unidos y la Argentina misma. No sólo esto, sino que en España un conjunto de dirigentes europeos de centro-derecha urgieron al gobierno austriaco a rechazar la xenofobia asociada al partido de Haider. El primer ministro español, José María Aznar, llegó al punto de sugerir que el Partido del Pueblo austriaco se retire voluntariamente de la agrupación europea de partidos de centro-derecha, por haber aceptado cogobernar con un partido que simpatiza conalgunos aspectos del régimen de Hitler.
No obstante estas sanas reacciones del centro-derecha organizado, algunos sectores de ese segmento de opinión política no terminan de comprender la lógica de la fuerte reacción internacional contra la incorporación del partido de Haider a la coalición austriaca. Se oyen quejas por doquier sobre una presunta intromisión del mundo en los asuntos internos de Austria. Se arguye que no ocurre lo mismo cuando en Francia ex comunistas comparten el poder. Se menciona también el caso de Massimo D´Alema, otro ex comunista, que está a cargo de los destinos de Italia. E insistiendo con Italia, se razona que ni siquiera hubo reacciones similares a las actuales cuando en 1994 Silvio Berlusconi incorporó al gabinete italiano a cinco neofascistas. Se aduce también que si los austriacos quieren al partido de Haider en el poder, y lo votan, eso es lo que exige la democracia.
Es de extrema importancia comprender las falacias que subyacen a estos argumentos. Para empezar, los ex comunistas franceses no reivindican genocidios, mientras Haider y su acólito, el actual ministro de justicia de Austria, han llamado ”campos de castigo” a los infames campos de exterminio de Tercer Reich, como si las víctimas del Holocausto de alguna manera hubieran merecido su destino.
En segundo término, más allá de D´Alema y los ministros franceses, ni siquiera es razonable la comparación con comunistas de la laya de los soviéticos y de Fidel Castro, a pesar de las gruesas violaciones de derechos humanos que perpetraron, incluido el genocidio en el caso de la ex URSS. Por atroces que fueran esos crímenes, existe una diferencia entre el crimen de lesa humanidad cometido por un régimen cuyo objetivo utópico es una sociedad sin clases regida por la fraternidad y el amor entre los hombres, y el crimen de lesa humanidad cometido por un régimen cuya ideología supone, como premisa, que es necesario eliminar a todo un pueblo (el judío), y que otro pueblo (el alemán) debe dominar a todos los demás.
En tercer lugar, aunque el neofascismo italiano no es para tomar en broma, existe también una diferencia radical con el nazismo. El régimen de Mussolini fue el execrable cómplice oportunista de los crímenes nazis, pero el racialismo nazi no era parte de su propio ideario. Se prestaron, en parte, al genocidio (como todos los pueblos en algún momento de su historia), pero el crimen de lesa humanidad no figuraba como premisa y objetivo de su programa.
Esta es una enorme diferencia que nunca se puede dejar de enfatizar. El genocidio era parte del programa nazi. Era un objetivo. Por ello, la apología del nazismo es inaceptable en una medida inconmensurablemente mayor a lo objetable de la apología del fascismo italiano y el estalinismo soviético.
Finalmente, en lo que toca a la democracia, la respuesta a las críticas es obvia. Hitler fue elegido democráticamente. También lo fue Mussolini. Pero cuando un gobierno con apoyo popular viola derechos de minorías, deja de ser democrático aunque conserve el apoyo popular: se convierte en una dictadura de la mayoría.
Para la provinciana Argentina, vale lo mismo respecto del Perón de los tiempos en que, por fuerza de abrumadora mayoría en el Congreso, privaba de sus fueros a cualquier legislador que osara criticarlo y lo metía preso por ”desacato”: entre otros, el caudillo radical Ricardo Balbín fue una de las víctimas de este aciago procedimiento.
Cuando utilizó estos métodos, el régimen de Perón dejó de ser una democracia. Mucho más grave es, por supuesto, el caso de la dictadura popular que llega al genocidio, como los nazis, soviéticos, y tantos otros. Y como se dijo, se torna incomparablemente más perverso cuando dicho crimen de lesa humanidad es una premisa propia de la ideología del régimen, para el cual el genocidio pasa a ser un objetivo programático: en el Occidente del siglo XX, el Tercer Reich fue el único régimen basado en este tipo de premisas, y de allí su carácter único e incomparable. Fue el mal absoluto.
Es obvio que un partido político que condona esta perversión está más allá de los límites del pluralismo democrático. En la democracia el pluralismo y la tolerancia son imperativos categóricos excepto en un caso: el de quienes pregonan la intolerancia y la negación del pluralismo. El partido de Haider no es aceptable para un gobierno democráticamente respetable porque rebasa estos límites ampliamente. Que un 27% de los austriacos lo vote no lo hace más legítimo sino más peligroso. Además, habla mal de ese 27% de austriacos, que no se merecen el respeto soberano demandado por algunos columnistas.(1)
Por otra parte, que las clases políticas de Occidente reaccionen contra los acontecimientos de Austria es de una inestimable importancia didáctica, especialmente en estos tiempos en que el racismo y la intolerancia se presentan en muchas partes como el coletazo no buscado de la globalización y las corrientes migratorias. Estos son tiempos en los que el destino de la Humanidad depende de que podamos educar a nuestros congéneres en los valores de la democracia, el pluralismo, y la tolerancia en la coexistencia y la cohabitación.
Por cierto, una buena educación democrática fue precisamente lo que les faltó a los austriacos después de la Segunda Guerra Mundial, en parte por la complacencia de las potencias vencedoras, que aceptaron la pueril excusa de que Austria había sido anexada al Tercer Reich por la fuerza y no quisieron imponerle a Viena las condiciones a que se sometió a los derrotados. Era más fácil aceptar la mentira austriaca de que ellos no habían sido, como los alemanes y al decir de Daniel Jonah Goldhagen, Hitler´s willing executioners. Austria fue víctima, no victimaria: este fue el mito que se creó, mientras la cultura austriaca de preguerra permanecía prácticamente sin cambios, y no desarrollaba los estándares de political correctness que se convirtieron en código obligatorio en el Occidente desarrollado.
Algo similar a lo ocurrido en Austria pasó en los países europeos que, ocupados por el Ejército Rojo hacia el final de la Guerra, pasaron a integrar el bloque comunista. La Unión Soviética no se caracterizó por su adhesión a los valores de la democracia, la libertad y el pluralismo. Llevó a cabo procesos de ingeniería étnica de mucha mayor magnitud que los intentados recientemente en Kosovo por Milosevic. Predicó el igualitarismo socialista, pero en casi todas las demás esferas vinculadas a la ética cívica permitió que la educación mantuviera los contenidos tradicionales europeos que, en Alemania y Austria, habían hecho posible la popularidad del régimen de Hitler.
En los países sometidos a la influencia soviética pasó lo mismo. Jamás se enseñó a no discriminar contra algún grupo étnico. Y la cultura tradicional de toda la Europa anterior a la Segunda Guerra Mundial legitimaba la discriminación. Es por eso que para la mayoría de los polacos hoy, un judío polaco no es un polaco. Y es por eso que las estadísticas del Instituto de Investigaciones Criminológicas de la Baja Sajonia revelan que, aunque hay más delitos violentos en la ex Alemania Occidental que en la Oriental, hay entre cuatro y seis veces más crímenes violentos de origen racista en el ex sector comunista.
Permítaseme la reiteración: hay más violencia, a secas, en Alemania Occidental, pero hay mucha más violencia racial en la ex República Democrática Alemana, a pesar de que el porcentaje de no germanos que vive allí es apenas una cuarta parte del que vive en el sector occidental. En ambos territorios, ahora unificados, viven los mismos alemanes, pero con una diferencia: durante medio siglo los occidentales fueron socializados con valores pluralistas que estuvieron ausentes en los contenidos educativos de la ex RDA. El racismo más flagrante es tolerado con sonrisas por la mayoría en varios de los enclaves más pobres de la ex RDA. A través de la intimidación, los extremistas frecuentemente se jactan de crear zonas ”liberadas” de extranjeros.(2)
Pero aun el sector occidental de Alemania deja mucho que desear. Basta recordar las dificultades para cambiar la legislación referente a la ciudadanía, que hasta el advenimiento del gobierno de Gerhard Schroder poco menos que imposibilitaba la ciudadanía alemana de un sujeto nacido en Alemania pero de etnia no germana, pero se la otorgaba a un sudete (o un argentino) de origen alemán sin vacilar, aunque ni hablaran alemán. Los pocos casos de individuos de etnia turca naturalizados alemanes requirieron muchos años de duro batallar, aun cuando hubieran nacido en Stuttgart, dominaran la lengua alemana y hubieran asistido a buenos colegios. Para la ley tradicional, un descendiente de alemanes varado en Rusia desde el siglo XVIII es legalmente alemán, mientras un eslavo nacido en Hamburgo no lo es. Por este motivo, casi el 10% de los habitantes de Alemania no son ciudadanos alemanes.
Esta legislación tuvo su origen en la filosofía de Herder y Fichte, y se institucionalizó como ley imperial en 1913. Los Aliados no osaron cambiarla a pesar de la ocupación y la educación democrática, y éste fue otro de los pecados de omisión del ”Mundo Libre”, que está en consonancia con el cometido en Austria. A su vez, Helmut Kohl y sus demócrata cristianos defendieron esta legislación racista a rajatabla. Para colmo, el artículo 116 de la Ley Básica de Alemania Occidental consolidó el carácter alemán y los derechos a la ciudadanía de los ”alemanes” (étnicamente definidos) residentes en el extranjero, lo que no era sino la otra cara de la moneda de la negación de derechos ciudadanos a no germanos nacidos en Alemania.(3)
El absurdo de la ley heredada quedó patentemente demostrado en 1998 en Baviera, un estado gobernado por los social cristianos, de donde se deportó a Estambul a un adolescente de 14 años convicto de varios delitos, a pesar de que el chico había nacido y vivido toda su vida en Alemania.(4)
Aunque una nueva y más benigna ley entró en vigencia el 1º de enero de 2000, la oposición de la Democracia Cristiana y la Unión Social Cristiana impidió que se admitiera la doble ciudadanía, e incluyó la condición del dominio de la lengua alemana hablada y escrita para sujetos no germanos, lo que imposibilitará que muchas mujeres de comunidades turcas tradicionales puedan acogerse a sus beneficios. Los bebes ”extranjeros” recién nacidos en Alemania de padres extranjeros serán sus principales beneficiarios: tendrán ciudadanía automática siempre que sus padres hayan residido en Alemania más de ocho años.
La ley resultó menos liberal de lo deseado por Schroder debido al triunfo de los demócrata cristianos en una elección estadual en Hesse de febrero de 1999. Los seguidores de Kohl adoptaron un discurso anti-extranjero y racista que les consiguió la victoria que privó a la coalición de Schroder del control de la Cámara Alta del Parlamento. Aliados a la derechista Unión Social Cristiana, lograron aguar una ley que hubiera hecho de Alemania un país, jurídicamente al menos, tan democrático como Francia, Estados Unidos o la Argentina actual.
Como se ve, la situación alemana es potencialmente afín a la austriaca. Además, el éxito de Haider y su partido ha alentado a neo-nazis en toda Europa occidental. Si a ello le agregamos lo que ya se dijo sobre los países europeos del ex bloque comunista, algunos de los cuales ya ingresaron a la OTAN y son candidatos para ingresar a la Unión Europea, la necesidad de educar a las masas con valores pluralistas es urgentísima. El ascenso de Haider en Austria nos da la posibilidad de condenar, predicar y educar. Si esto irrita a los austriacos es cosa muy secundaria. No es cuestión de seguir los pasos de Neville Chamberlain. Aunque lo nieguen, eso es lo que todos los apaciguadores nos invitan a hacer.
El desafío educativo, sin embargo, es más complejo de lo que parece. El racismo, que es tan antiguo como la humanidad, ha sido categorizado por algunos pensadores en tipos diferenciados, entre ellos el moderno y el posmoderno. El anterior está basado en argumentos sobre la presunta desigualdad, superioridad e inferioridad de las razas humanas. En cambio, el posmoderno niega la desigualdad pero enfatiza la diferencia. Muchas veces, cuando se buscó combatir el racismo, se aplicaron estrategias pedagógicas basadas en el relativismo cultural de pensadores como Michel Foucault o Jacques Derrida(5). Esto sólo consiguió suplantar el racismo moderno por el posmoderno. Lo que se requiere es enfatizar la necesidad de igualdad de derechos de la humanidad entera. No es el posmodernismo, sino el anticuado iluminismo, lo que puede generar una auténtica cultura del pluralismo y la libertad.
- Como Oscar Cardoso, en Clarin (Buenos Aires), 12 de febrero de 2000
- Globe and Mail, Toronto, 19 de agosto de1999
- Anthony Richter, ”Blood and Soil: What it means to be German”, World Policy Journal, 1 de enero de 1998
- The Economist, 9 de enero de 1999.
- Ramón Flecha, ”Modern and Postmodern Racism in Europe: Dialogic approach and anti-racist pedagogies”, Harvard Educational Review, 1 de Julio de 1999.
Carlos Escudé, Ph. D. Yale University. Political Science.
Profesor de la carrera de Relaciones Internacionales en la Universidad Di Tella. Su último libro publicado es ‘Estado del mundo. Las nuevas reglas de la política internacional vistas desde el Cono Sur’.