Por casi 60 años una airosa controversia empañó la respuesta de la iglesia Católica Romana con respecto al Holocausto. De todas maneras, un evento reciente que pasó desapercibido ilustra otra parte de la historia.
El 10 de Julio en las cercanías de Buenos Aires, la Fundación Internacional Raoul Wallenberg bautizó un jardín de infantes con el nombre de Monseñor Angelo Roncalli. El jardín de infantes, parte de las adyacencias del Centro de la Comunidad Raoul Wallenberg, asiste a chicos de familias pobres. Entre quienes presidieron el acto estaba el Cardenal Walter Kasper, presidente de la Comisión Pontifical Vaticana para su Integración con la Comunidad Judía.
Roncalli – quien se convertiría en el Papa Juan XXIII – jugó un rol principal al salvar las vidas de miles de judíos mientras servía como Delegado Apostólico del Vaticano en Turquía durante la Segunda Guerra Mundial.
”Demasiada tinta y sangre se han derramado en la tragedia judía en aquellos años”, dijo Chaim Barlas, quién trabajó muy cerca de Roncalli como cabeza del Comité de la Agencia Judía de Rescate en Palestina. ”Pero de los pocos hechos heroicos logrados en el rescate de Judíos, uno de ellos pertenece el delegado apostólico Monseñor Roncalli, quien trabajó infatigablemente en su favor.”
La Fundación Internacional Raoul Wallenberg pidió al Museo del Holocausto en Israel la designación de Roncalli como ”Justo entre las Naciones”, un honor reservado a los no judíos que ayudaron judíos durante el Holocausto. El Rabino Simon Moguilevsky, jefe de rabinos en Buenos Aires, definió a Roncalli como, ”Un verdadero hombre enteramente creado a la imagen de Dios.”
Dado su comportamiento ejemplar Roncalli ganó el premio mucho antes del Holocausto. Como representante del Vaticano en Bulgaria de 1925 a 1934, trabajó activamente no sólo para servir las necesidades de la pequeña comunidad católica de Bulgaria sino también para reducir la intensa sospecha de la apabullante mayoría Ortodoxa.
Hay tres ejemplos claros. Nueve días antes del arribo de Roncalli a Bulgaria, un grupo de terroristas intentaron asesinar al Rey Boris III colocando una bomba en la cúpula de Sofía, la principal Catedral Ortodoxa. La explosión quebró la cúpula y esta se esparció sobre los fieles, matando a 150 y causando heridas a otros 300.
Roncalli visitó a los heridos en un hospital católico que ofreció cuidados gratuitos a todos, sin importar credo. Boris quedó tan impresionado que recibió a Roncalli a los pocos días – un gesto significativo, dado que Roncalli no poseía status diplomático; su título oficial era ”Visitador Papal”. El monarca probaría ser indispensable para Roncalli veinte años más tarde.
En Julio de 1924, Roncalli visitó un pueblo donde el sentimiento anti-católico estalló en violencia. Como Lawrence Elliott escribió en su biografía, ”Me llamarán Juan”: ”Él devolvió resplandores de hostilidad con amor. Luego predicó un sermón tan amistoso y absolutamente lleno de buenos deseos que el Vice Prefecto Ortodoxo, un anti Católico dueño de un salvaje carácter, lo visitó para pedirle disculpas.”
En 1928, una serie de terremotos devastó la parte Central de Bulgaria. Roncalli personalmente dirigió la distribución de alimentos y frazadas en las zonas más arrasadas, y hasta durmió en tiendas de campaña junto a los sin techo, ”consolándolos con su presencia cuando no tenía nada más que ofrecer”, escribió Elliott. Roncalli también solicitó fondos papales y privados para una gran cocina que alimentó a todos los damnificados por casi dos meses.
Seis años más tarde, el Vaticano envió a Roncalli a Estambul como delegado apostólico de Turquía y Grecia. Aunque no tenía ningún acercamiento diplomático con el gobierno secular de Turquía, Roncalli desarrolló relaciones cordiales con diplomáticos y oficiales siendo el único representante del Vaticano. Estos contactos resultaron vitales cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, entonces la neutralidad de Estambul se convirtió en un nido de intriga diplomática y espionaje.
La primera vez que Roncalli escuchó el ruego de Judíos en las zonas ocupadas por los Nazis, fue cuando se encontró con Judíos refugiados en Polonia, en Septiembre de 1940 – los ayudó a escapar hacia Palestina, por entonces una colonia Inglesa.
”Estamos lidiando con uno de los misterios más grandes en la historia de la humanidad”, escribió Roncalli sobre el Holocausto. ”Pobre niños de Israel. Diariamente escuchó sus quejidos a mi alrededor. Son familiares y comparten la tierra de Jesús. Que el Salvador Divino venga en su ayuda y los ilumine.”
Roncalli incluso transmitió su rabia a los Alemanes. Rechazó al embajador Alemán Franz von Papen, un devoto Católico que sugirió que el Papa Pío XII, conocido anti-Comunista, debía demostrar públicamente su apoyo por la invasión Alemana a la Unión Soviética.
”Y qué debo decirle al Santo Padre”, contestó Roncalli, ”de los miles de Judíos que han muerto en Alemania y Polonia a manos de sus compatriotas?”
Sin embargo, hasta von Papen resultó útil. Roncalli escribió al tribunal de Nüremberg que von Papen – uno de los últimos cancilleres de la República de Weimar que a duras penas escapó a la muerte en una purga Nazi en 1934 – ”me dio la oportunidad de salvar 24.000 vidas Judías.”
Con el aumento de la persecución racial, Roncalli apuró sus actividades. En Enero de 1943 trasladó el pedido de Berlas al Vaticano, preguntando si algún otro país neutral podía garantizar asilo a Judíos, para informar al gobierno Alemán que la Agencia Judeo-Palestina tenía 5.000 certificados de inmigración disponibles y para solicitar a la Radio del Vaticano que difundiera que ayudar a los Judíos era un acto de misericordia aprobado por la iglesia.
Aunque el Vaticano se negó, Roncalli permaneció firme. Con la ayuda de Boris, rey de Bulgaria, un reclutante del eje Aliado, Roncalli utilizó la Cruz Roja para salvar de la ejecución a miles de Judíos Eslovacos que habían sido deportados a Bulgaria.
En Febrero de 1944, Roncalli tuvo dos encuentros con el Rabino Isaac Herzog, Gran Rabino de Jerusalem. Herzog le pidió que interceda por 55.000 judíos presos en Rumania, otro país del eje Aliado. Aunque Roncalli notificó a Roma, solo 750 refugiados Judíos – 250 huérfanos – se salvaron al llegar su barco a Jerusalem.
”Los márgenes de habilidad de Roncalli ahora eran una cruel apariencia”, escribió Peter Hebblethwaite en su biografía. ”Quedaba muy poco lugar para maniobrar.”
Sin embargo en 1944, Roncalli lanzó su apuesta más arriesgada.
Ese verano, Roncalli recibió a Ira Hirschmann, una enviada especial de la Junta de Refugiados de Guerra Americana e inmigrante Húngara. Alemania invadió a Hungría en Marzo, y Hirschmann aportó notas sobre estadísticas y testigos de las purgas anti-Semitas.
”Roncalli escuchó atento mi relato del ruego desesperado de los Judíos en Hungría”, señaló más tarde Hirschmann. Luego acercó su silla y preguntó en voz baja, ”¿Tiene algún contacto con personas en Hungría para colaborar?”.
El monseñor había oído reportes sobre monjas Húngaras que distribuían certificados de bautismo a Judíos, en su mayoría niños. Oficiales Nazis reconocieron los certificados como legítimos y les permitieron dejar Hungría sin ser molestados. Roncalli planeó reforzar y expandir la operación – sin importar si los Judíos eran realmente bautizados. Hirschmann lo apoyó.
”Estaba claro que Roncalli consideró el plan antes de mi arribo”, recordó Hirschmann, ”y que creó un ambiente en el cual pude probar mis credenciales, mi discreción y mi habilidad para llevar a cabo la operación.”
Roncalli utilizó correos diplomáticos, representantes del papado y a las Hermanas de Nuestra Señora de Zion para transportar y emitir certificados de bautismo, certificados de inmigración y visas – muchas de ellas falsas – a judíos de Hungría. En un informe del 16 de Agosto de 1944, Roncalli ilustra al nuncio papal en Hungría la intensidad de la ”Operación Bautismo”:
”Dado que los ‘Certificados de inmigración’ que le enviamos en Mayo han contribuido a salvar las vidas de los Judíos a los que estaban destinados, he aceptado de la Agencia Judía en Palestina tres paquetes más, rogando que su excelencia los entregue a la persona a la que estaban destinados, Mr. Miklos Krausz.”
Miklos Krausz era Moshe Kraus, secretario en Budapest de la Agencia Judeo Palestina.
La ”Operación Bautismo” demostró ser tan efectiva que cuando los Soviéticos tomaron Budapest en Febrero de 1945, ”unos 100.000 judíos (200.000 en toda Hungría) resultaron ilesos”, escribió Elliott.
Para esa época, Roncalli se encontraba en su tercer mes como nuncio papal en Francia, considerada como la posición más buscada en el cuerpo diplomático del Vaticano. En 1952, Pío XII lo nombró Cardenal y Patriarca de Venecia. Seis años más tarde, Roncalli se convirtió en el Papa Juan XXIII y reinó hasta su muerte en 1963.
El pontificado de Juan XXIII es más conocido por el Segundo Concilio del Vaticano, que él inició para modernizar las prácticas y actitudes Católicas. Un resultado de ese Concilio fue la encíclica Nostra Aetate (”En nuestro tiempo”), que enfatizaba en las raíces Judeo Cristianas y fue pensado para reparar siglos de hostilidad entre ambas creencias. Algunos extractos:
”Dado que el patrimonio espiritual común a Cristianos y Judíos es tan grande, esta sagrada asamblea quiere recomendar y promover el entendimiento mutuo y el respeto que es el fruto, sobre todo, de los estudios teológicos y bíblicos como así también del diálogo fraternal.”
”Aunque la iglesia sea el nuevo pueblo de Dios, los Judíos no deben ser presentados como excluidos o acusados por Dios, como si ello saliera de las sagradas escrituras.”
”Además, en su rechazo de toda persecución contra cualquier hombre, la Iglesia, consciente del patrimonio que comparte con los Judíos y movida no por razones políticas sino por el amor espiritual de los Evangelios, denigra odios, persecuciones, muestras de anti-Semitismo, dirigido en contra de los Judíos en cualquier momento y por cualquier persona.”
Aunque Juan XXIII murió antes de que el documento se hiciera público, expresa teológicamente la valerosa actitud que demostró dos décadas atrás.
”Para Roncalli, quien se refirió al virtual genocidio Judío Europeo como seis millones de crucifixiones”, escribió Elliott, la misión para salvar Judíos de las manos de Hitler,”no fue de una sola persona, pero sí obligatoria en cualquiera que clamara amar a Dios y a la humanidad.”