Del autor al lector
Tenés el derecho a preguntarte qué tengo que ver yo con los armenios como para decidirme a mis 86 años a investigar el exterminio que padecieron a partir de 1915 a manos de otomanos y turcos. Es fácil comprenderlo. Viví mi adolescencia durante la gran guerra contra el nazismo y mi raíz judía me llevó a la militancia en una organización juvenil que trataba de crear conciencia en el espacio reducido de un barrio porteño sobre el peligro que acechaba a la humanidad, a nosotros, si los hitleristas conquistaban el mundo. A pocos años de la derrota del Tercer Reich tuve la oportunidad de viajar a Alemania y encontrar escombros en las calles de Berlín, el Reichstag incendiado, las mujeres manejando los tranvías porque los nazis habían condenado a la muerte en territorios ajenos a varias generaciones de hombres alemanes que habían sido entrenados para borrar de la tierra a seis millones de judíos, un millón de gitanos, miles de políticos democráticos, débiles mentales, homosexuales, discapacitados.
El siglo XX fue un siglo genocida. Los genocidios en gran escala comenzaron por la masacre de 1.500.000 de armenios y en el par de décadas posteriores los nazis provocaron la Shoá.
Nurenberg juzgó el genocidio judío pero el jurista judeo/polaco creador del término ”genocidio” ya lo había advertido antes de la Shoa: no olviden el exterminio armenio.
Mi madre, Paulina, vivió en Odesa durante el zarismo. Ya en la Argentina nos contaba a sus hijos que cuando se avecinaban los pogromos de los cosacos, los armenios escondían en sus casas a sus vecinos judíos. Mi madre, pues, ha sido quien inspiró este trabajo. De ella heredé nuestra deuda de gratitud con la comunidad armenia.