El embajador de España en Bulgaria durante la Segunda Guerra Mundial, Julio Palencia, salvó la vida a cientos de personas perseguidas por los nazis y se jugó la suya propia al adoptar a los hijos de un sefardí ejecutado en un calabozo. Su nombre ha sido propuesto en Israel para recibir el reconocimiento de Justo entre las Naciones.
Esta es la historia de un héroe y de algunas de las personas a las que salvó de los nazis. Es también el reconocimiento a la conducta de Julio Palencia, embajador de España en Bulgaria durante la Segunda Guerra Mundial, que ejerció su cargo con un valor físico y moral que fue más allá de lo que exigía el deber, que es sólo una forma de subrayar la hazaña de un gran ser humano. Su gesta aconteció entre marzo y septiembre de 1943 en Sofía, la capital búlgara, entonces bajo el yugo de un gobierno títere nazi y de la propia Gestapo, que se aplicaba en la persecución del pueblo judío y otras minorías.
Julio Palencia, olvidado en España pero no en Israel, se plantó ante los nazis y sus superiores del gobierno de Franco para salvar la vida de seiscientos judíos cuyo destino era la cámara de gas. Sin embargo, este diplomático español, del que hoy en día el Ministerio de Asuntos Exteriores no encuentra ni la foto, no se conformó con facilitar salvoconductos. Fue muchísimo más lejos. Don Julio, como le recuerdan las personas a las que salvó, desafió a nazis alemanes y fascistas búlgaros y españoles al adoptar y dar su apellido a los hijos del sefardí León Arié (Arieh en algunos documentos), un comerciante local ahorcado por los nazis por el delito de ser judío.
Se puede situar el arranque de esta dramática peripecia en el martes 16 de marzo de 1943, cuando el diplomático español Julio Palencia se enteró de la inminencia de las deportaciones de los sefardíes que vivían en Bulgaria. Se lo dijo el propio Bogdan Filov, primer ministro búlgaro, que le anunció sin pudor que la medida procedía de Alemania. Al día siguiente, un Palencia alarmado telegrafió al ministro español de Exteriores, Francisco Gómez Jordana, advirtiéndole de la amenaza nazi.
Palencia esperaba de Gómez Jordana –militar franquista, en teoría anglófilo, que había sustituido al falangista y nazi Serrano Súñer– una respuesta acorde con la condición formal de españoles de muchos sefardíes esparcidos por el mundo gracias a una ley del gobierno de Primo de Rivera. Con esa idea telegrafió a Madrid un mensaje que fue interceptado por los británicos y desclasificado en Londres. Decía: ”Máximo secreto. Asunto: Judíos españoles en Bulgaria. N. º: 115514. De: Ministro español, Sofía. Para: Ministro de Asuntos Exteriores, Madrid. 17 de marzo de 1943. A la vista de la deportación inminente a Polonia de todos los judíos que viven en Bulgaria, ayer tuve una entrevista con el presidente del Consejo de Ministros, que me dijo que la deportación comenzaría a finales de abril y me hizo entender que era una medida impuesta por Alemania. Informo a su excelencia, para el caso de que considere oportuno, indicar al Gobierno alemán y al ministro búlgaro en Madrid que España no puede permitir que sus súbditos sean deportados a Polonia por razones de una ley racial no existente en (ilegible), añadiendo que los búlgaros viven en paz en España y, por tanto, los españoles tienen el derecho de hacer lo mismo en Bulgaria.”
Pero Gómez Jordana no escuchó a su embajador, y Palencia insistió, consciente de que los judíos serían asesinados. El 15 de mayo de 1943 suplicó al ministro que ”sería de gran ayuda si me concediera autoridad urgente para repatriar a todos los ciudadanos judíos de nacionalidad española que viven en Bulgaria y en territorios recientemente anexados, al propio coste de las personas afectadas. Serían unas 300”. Madrid respondió con un silencio criminal.
Entonces, don Julio –como le conocía la comunidad judía– se dirigió a la máxima autoridad alemana en Bulgaria y, mintiendo con gran riesgo, dijo que España estaba de acuerdo en la repatriación de ”todos los judíos españoles que hay en Bulgaria”. Esta valiente frase la conoce el Magazine gracias a un telegrama cifrado que Adolf Heinz Beckerle, el representante del III Reich en Bulgaria, envió a Berlín el 28 de mayo y que igualmente acabó en manos aliadas. Beckerle añadió para Berlín: ”Palencia se declara disgustado por la expulsión de los judíos de Sofía y ha pedido intervenir a favor de sus amigos judíos búlgaros, lo cual, por supuesto, he rechazado”. Según el nazi, Palencia le dijo a la cara que en estas circunstancias no podía seguir en Sofía y que había informado de ello al gobierno de Madrid, lo cual era cierto aunque no había servido para nada. Esto último no se lo dijo a Beckerle.
Es una obviedad que el comportamiento de Palencia le supuso caer en desgracia ante los nazis, que provocaron que la policía fascista búlgara detuviera temporalmente al canciller de la embajada española y que toda la legación española pasara a estar bajo estrecha vigilancia. Aun así, don Julio protegió a varios centenares de perseguidos afirmando que se trataba de españoles, pero una gota colmó el vaso del odio nazi: fue su intervención para salvar a la familia del sefardí León Arié, dueño de una droguería, al que ahorcaron en una celda tras una farsa de juicio. Como recurso extremo para salvar la vida de la familia del asesinado, el diplomático adoptó a sus dos hijos y extendió un salvoconducto a la viuda Arié, lo que supuso un ataque de nervios para Madrid y otro para Berlín.
Prueba de ello es la airada reprimenda del ministro Gómez Jordana a Palencia de 30 de junio de 1943: ”Máximo secreto. El ministro búlgaro me acaba de hacer una comunicación oficial en nombre de su gobierno en referencia a la adopción por su excelencia de los hijos del sefardí Arié, condenado a muerte por el tribunal búlgaro y ejecutado el pasado abril, mencionando especialmente su solicitud de un pasaporte diplomático para estos huérfanos. El gobierno búlgaro considera que su conducta ha sido incorrecta a la vista de la especial situación referente al orden público en Bulgaria y a la participación judía en los recientes incidentes políticos. Por favor, informe sobre este asunto, al que las autoridades búlgaras conceden tanta importancia como para llevarles a preguntarse si su presencia en su puesto puede seguir siendo deseable”.
La respuesta de Palencia al ministro Gómez Jordana no se hizo esperar: ”Referente a su N. º24 (la nota anterior). Tras seguir los consejos de dos renombrados abogados en Sofía, uno de ellos un ex ministro de Justicia, he adoptado a dos niños de 17 y 19 años, hijos del sefardí Arié, condenado a muerte y cuya sentencia ha sido considerada en general injusta y debida enteramente a su origen judío. Por tanto, es inadmisible decir que la adopción por mi parte de dos menores que pertenecen a una raza que el gobierno búlgaro desea hacer desaparecer del país es una acción incorrecta que requiera una queja. Yo no he pedido un pasaporte diplomático para (ilegible) sino sólo una tarjeta de identidad (…)”.
Entonces los alemanes decidieron detener a los Arié aunque fueran hijos de un español. Julio Palencia se dio cuenta de que su vida también corría peligro y envió un nuevo telegrama a Madrid, argumentando que era un deber humanitario y de buen cristiano salvar la vida de inocentes, al tiempo que pedía que le sacaran rápidamente de Bulgaria. Gómez Jordana contestó el 26 de julio. Juzgue el lector la respuesta: ”Secreto. Descifrar personalmente (…) Dejando a un lado el aspecto humanitario y de caridad cristiana al que hace referencia, considero que debería haber prevalecido su posición como representante acreditado en Bulgaria y debería haberse abstenido de cualquier acción que el gobierno búlgaro hubiera podido temer como de oposición. A la vista de la necesidad patente de su traslado, siento informarle de que el puesto que menciona está cubierto (…)”. Mientras, los nazis le calificaron de ”fanático antialemán” y de ”amigo de los judíos”, consideración mortal en aquel tiempo, por lo que fue declarado persona non grata en Bulgaria.
A partir de este punto todo era oscuridad a la que ha arrojado luz Miguel Askenazi, el único pariente vivo de los Arié-Palencia, residente durante décadas en Argentina y en la actualidad en Tel Aviv. Miguel es, o, mejor dicho, era primo de Cludy y de René Arié-Palencia, los jóvenes adoptados por don Julio, como él mismo se refiere al valiente embajador, que también entregó un pasaporte español a Rachel, viuda del asesinado, de soltera Behar, nacida en Lyon y que hablaba ladino, como toda la familia Arié.
Con la Gestapo literalmente en los talones, Julio Palencia logró que sus nuevos hijos y Rachel Behar llegaran a Rumanía, donde se refugiaron en casa de Abraham Arié, hermano del asesinado y abuelo de Miguel Askenazi. La casa era una de las consideradas españolas y por lo tanto inviolables por los nazis. El caso es que en Rumanía estaba otro héroe, José Rojas Moreno, embajador de España en Bucarest, que igualmente denunció ante Madrid la persecución que sufrían los judíos y, actuando por su cuenta, impidió centenares de deportaciones colocando un letrero en trescientas casas habitadas por judíos que decía ”aquí vive un español”, lo que frenó la detención de sus ocupantes, a los que también suministró alimentos.
Pero la guerra es cruel, y René Arié-Palencia murió en un bombardeo en 1945, al final del conflicto. Cludy, una mujer muy bella, como se puede apreciar en las fotos del álbum de familia, se enamoró de un primo con el que se casó. Durante un tiempo esperaron en Rumanía a que las cosas mejorasen, pero el nuevo régimen comunista propició que los Arié se fueran del país en 1948. Recalaron en Milán después de un duro periplo europeo. Nadie los quería. Desde la ciudad italiana lograron un permiso de residencia en Argentina, donde se establecieron. A principios de los años 60, Cludy se divorció sin haber tenido descendencia y en 1982, a los 56 años, murió de un ataque al corazón. Cludy y su familia, incluido Miguel, el superviviente, sentían un profundo amor por don Julio Palencia, a quien consideran un ángel. De Palencia poco se sabe, excepto que falleció en 1952. De Bulgaria regresó a España perseguido por los nazis y el ministro le castigó por su acción. Un castigo que debe de durar todavía, ya que en su ministerio no le recuerdan.
Salvadores del holocausto
Muy pocas personas en España y tan sólo algunas en Israel y Argentina saben relacionar el nombre de Julio Palencia con uno de los actos humanitarios más memorables de la Segunda Guerra Mundial. No se estudia en los colegios españoles, y sólo dos o tres libros de historia recogen, a vuelapluma y de refilón, retazos muy incompletos de su hazaña. Como si no tuviera importancia. Como si lo que hizo Julio Palencia pudiera hacerlo cualquiera. Ha sido posible reconstruir los extraordinarios hechos protagonizados por el embajador Julio Palencia gracias a una investigación de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, organización norteamericana dedicada a fomentar los valores que animaron las gestas de los llamados Salvadores del Holocausto, y a La Vanguardia, que rastreó en archivos de Londres y Washington y halló documentos secretos reveladores sobre el comportamiento de don Julio. Una conducta que la Fundación Raoul Wallenberg acaba de presentar ante Yad Vashem –la institución oficial israelí en memoria de las víctimas del holocausto– con el propósito de que otorgue a Julio Palencia el reconocimiento universal de Justo entre las Naciones.
Siempre en el recuerdo
Miguel Askenazi reside en Israel tras pasar su vida en Argentina. Para él, don Julio Palencia es un héroe familiar, una persona que siempre está presente aunque nunca le conoció.
Miguel es hijo de Jenny Arié y de Enrique Askenazi y nieto de Abraham Arié, el hermano de León Arié, cuyo asesinato por los nazis en Sofía (Bulgaria) desencadenó esta historia trufada de desdicha y sensibilidad.
Explica Miguel que, tras lograr huir de Bulgaria gracias a su adopción por Julio Palencia, Cludy se enamoró de un primo suyo, Emilio Arié. Finalmente se casaron, de modo que Cludy Palencia-Arié fue prima y tía de Miguel al mismo tiempo.
Sus primos-tíos murieron en Argentina sin descendencia, pero la historia de don Julio fue y sigue siendo objeto de largas conversaciones en las noches de tertulia familiar de los Askenazi: ”Pasar por ese tipo de duras experiencias provoca emotivos recuerdos para toda la vida. Nunca olvidaremos a don Julio”.