POR conocidos que sean los detalles de la tragedia, por difundido que esté el horror del Holocausto, nada es comparable a pisar el escenario mismo del genocidio. Atravesar las vías de la muerte por las que medio siglo atrás circulaban los vagones cargados de víctimas inocentes. Circundar la tierra arrasada fecundada por las cenizas de los mártires. Experimentar la carga de ese silencio espeso donde antes hubo gritos de angustia, no escuchados pedidos de clemencia.
”Este era el lugar donde las familias eran separadas. Aquí las madres eran despojadas de sus hijos”, explica el guía, sabiendo que lo que describe casi rechaza los adjetivos. El guía es un joven sacerdote alemán, Manfred Desealers, uno de los encargados del Centro de Diálogo y Oración, donde se desarrolló el encuentro interreligioso Religión y Paz, Religión y Violencia, y un profundo conocedor de la tragedia: su tesis doctoral fue dedicada a Rudolf Hess, el comandante del mayor campo de exterminio nazi.
A él le toca mostrar lo incomprensible: el campo de Auschwitz, y su vecino de Birkenau. Restos de crematorios, de cámaras de gas y de piras; la plataforma ferroviaria donde se realizaba la selección de los deportados, un estanque con cenizas humanas, algunas de las barracas donde se hacinaban los reclusos.
Son como estaciones de un nuevo Calvario. ”El Gólgota de la edad moderna”, lo llamó Juan Pablo II.
Es que la recorrida fue en realidad una peregrinación; una caminata reflexiva asediada por los temas del mal y del dolor humano.
Encuentro interreligioso
Allí estaban todos los participantes en el encuentro interreligioso: el cardenal emérito de Irlanda del Norte, Cahal Daly; el secretario de la Comisión Vaticana para las relaciones con el judaísmo, monseñor Remi Hoeckman; el rabino emérito de Europa, René Samual Sirat; el obispo John Brown (Episcopal), emérito de Chipre y el Golfo; Hans Ucko, luterano, del Consejo Mundial de Iglesias; el imán Deen Mohammed, líder musulmán de Chicago; Amira Shamma Abdin, profesora de cultura islámica en Londres, por sólo citar algunos. Fueron, en total, cerca de medio centenar de creyentes pertenecientes a las tres grandes religiones monoteístas: judíos, cristianos y musulmanes.
Ninguna de las enriquecedoras conferencias del encuentro pudo alcanzar el valor de esa peregrinación compartida. Todo el esfuerzo del diálogo entre creyentes, todos los gestos de buena voluntad, toda la búsqueda de entendimiento judeo-cristiano-musulmán logró su culminación espiritual y religiosa en esas dos horas en las que todos construyeron un silencio común en ese escenario de horror.
Un silencio doloroso que se hizo oración frente a las cuatro lápidas de piedras negras, junto al enorme monumento con placas escritas en las lenguas de los millones de víctimas del Holocausto.
Se escuchó primero el fervoroso lamento de los salmos: llegó después la oración cristiana y por último el rezo musulmán.
Bien lo había dicho Samuel Pizar, uno de los sobrevivientes que asistió con nosotros. ”Tengo credenciales para decir que esta reunión cuenta con la presencia de millones de mártires inocentes que si pudiesen hablar por sí mismos clamarían: nunca más.”
Giro histórico
”¿Cómo podemos hablar después de lo que vimos?”, diría un rato más tarde el cardenal Daly al iniciar su disertación sobre los caminos de la paz en el Nuevo Testamento. La suya, como otras, fue una prédica destinada a exaltar la raíz judía del cristianismo, cuyos conceptos se insertaron en el giro histórico abierto por el Concilio Vaticano II y acentuado hace poco tiempo por el pedido de perdón del documento sobre la Shoah -el Holocausto- presentado por el Papa: un largo sendero de diálogo judeo-cristiano que reconoce numerosos aportes, algunos de los cuales proceden de la Argentina, como fielmente lo testimonió en la reunión el doctor Norberto Padilla, distinguido miembro del equipo de la Secretaría de Culto.
Antes se había escuchado una clase magistral del doctor Martin Marty, de la Universidad de Chicago, uno de los mayores expertos mundiales en fundamentalismo religioso, y vinieron más tarde los aportes de Amira Shamma y del profesor Abdul Hadi Palazzi, de la comunidad islámica italiana.
Representantes del Patriarcado de Moscú y de la Iglesia Ortodoxa de Polonia, el cardenal arzobispo de Baltimore, William Keeler, y muchos otros religiosos y académicos poblaron la mesa del encuentro organizado por el Centro de Entendimiento Judeo-Cristiano de la Universidad del Sagrado Corazón, dirigido por el rabino Joseph Ehrenkranz y auspiciado, entre tantas otras instituciones, por la Casa Argentina en Israel, Tierra Santa.
El significativo prólogo para esta peregrinación interreligiosa al campo de exterminio de Auschwitz lo había aportado el rabino Arthur Schncier, sobreviviente de la matanza de judíos realizada por los nazis en Hungría y hoy activo militante en la defensa de los derechos humanos. ”Ya los gobiernos no pueden decir que la discriminación religiosa o social es una cuestión interna. Ya no es más excusa para cometer crímenes”, clamó.