mayo 11, 2005

Sobre nazis y placas de bronce

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La crónica periodística señala que el presidente Néstor Kirchner y su señora esposa se conmovieron durante una visita al campo de exterminio de Dachau, en Alemania.

”En el 33, el mundo se quedó callado”, dijo el Presidente en referencia al ascenso al poder de Adolf Hitler, y a las atrocidades cometidas por el nazismo.

Lamentamos que ese silencio se parezca al que la actual administración guarda en relación a una placa que rinde tributo a diplomáticos argentinos que ”se mostraron solidarios con las víctimas del nazismo”, tal la leyenda grabada en la pieza de bronce emplazada en 2001 en la planta baja del nuevo edificio de la Cancillería argentina. Nada habría para objetar a un homenaje a funcionarios del servicio exterior argentino, si no fuera por que no sólo ninguno de los diplomáticos de la placa fue solidario con las víctimas del nazismo (sólo cumplieron con el deber de asistir a ciudadanos argentinos en Europa durante la guerra) sino por que, además, uno de los homenajeados es Luis H. Irigoyen, secretario de la embajada argentina en Berlín y responsable de dejar morir en las cámaras de gas a alrededor de 100 judíos argentinos, a pesar de que altos jerarcas del Tercer Reich quisieron entregarlos a las autoridades de nuestro país, de acuerdo con las investigaciones del profesor Haim Avni, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y el escritor Uki Goñi.

A pesar de las numerosas gestiones de la Fundación Wallenberg para que la placa sea retirada, realizadas ante el canciller Rafael Bielsa, así como de cartas enviadas al presidente de la Nación y a la senadora Cristina Fernández de Kirchner, nunca respondidas, la placa continúa simbolizando la vergüenza de un país bifronte, que se escandaliza en el exterior de lo mismo que no lo conmueve en su propio suelo.

José Ignacio García Hamilton
Raúl Otero
Nicholas Tozer

Fundación Internacional Raoul Wallenberg
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