BOXEO: EL MITICO BOXEADOR MURIO A LOS 99 AÑOS
Noqueó al gran Joe Louis en 1936 y Hitler se apropió de ese éxito. Pero él jamás se afilió al nazismo y salvó de la muerte a niños judíos.
Max Schmeling, el hombre que sacudió la lógica del boxeo cuando noqueó al gran Joe Louis en 1936, el mismo hombre que reivindicó la condición humana al negarse a ser parte del partido nazi a pesar de las presiones del poder, murió en Hamburgo, Alemania, a los 99 años, sin darse el gusto de vivir un siglo, como pretendía, pero recibiendo los honores y las memorias conmovidas que mereció la dignidad de su existencia.
Unico campeón mundial de boxeo de Alemania en la historia, logró esa distinción en 1930, cuando se impuso al estadounidense Jack Sharkey, el mismo pugilista que le arrebató el título dos años más tarde. Cosa curiosa, no fue ese paso por la cumbre el que le dio la mayor notoriedad. En realidad, Schmeling, quien había nacido en Brandeburgo en setiembre de 1905, entró en la fama plena cuando el 19 de junio de 1936, en Nueva York, dejó tirado en el piso a Joe Louis, invicto hasta entonces y uno de los más brillantes boxeadores de todos los tiempos. De la victoria de Schmeling se apropiaron Adolfo Hitler y el nazismo, instalados en el poder, tratando de hacer notar que la fortaleza de ese boxeador expresaba la declamada superioridad de la raza aria. Y por eso mismo hubo quienes, inclusive, llamaban a Schmeling ”el boxeador de Hitler” cuando en 1938 fue de nuevo a Nueva York para perder ante Louis en el primer asalto. Sin embargo, para esos días el ex campeón ya ejercía una resistencia silenciosa, que se manifestaba en su negativa a afiliarse al nacionalsocialismo, también soportando repetidos requerimientos para que lo hiciera.
En noviembre de aquel mismo 1938, Schmeling salvó la vida de dos hermanos judíos de apellido Lewin. Mientras en las calles de Berlín la saña nazi arrasaba judíos en un lúgubre episodio conocido como La Noche de los Cristales, el boxeador mantuvo escondidos a los dos jóvenes en su suite en un hotel y después los ayudó a abandonar Alemania y llegar a los Estados Unidos. Décadas más tarde, ese acto en el que arriesgó su vida le valdría una distinción de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg.
Bajo esa lógica, Schmeling conservó a su manager, también judío, Joe Jacobs, pese a las demandas del ministro de Prensa y Propaganda del régimen, Joseph Goebbels. La agencia AP recordó ayer que Schmeling usó su influencia para evitar la deportación de otras personas hacia los campos de concentración.
El don de gentes del alemán se extendió más allá de la nobleza de conductas que expresó en los años del horror nazi. Con Louis, su mítico rival, trabó una amistad que duró hasta el último día: cuando el estadounidense murió en la pobreza, Schmeling fue uno de los que pagó el funeral.
Ayer, al conocerse la noticia del fallecimiento, las grandes figuras de la política y del deporte de Alemania le rindieron tributo, desde el premier Gerhard Schroeder hasta el multicampeón de Fórmula 1 Michael Schumacher. Y millones de personas recordaron a ese deportista grandote que no sólo acertó golpes en los rings sino que eligió jugarse por la vida. ”Quien salva una vida, salva al mundo”, dice el Talmud, un libro sagrado del judaísmo. La frase le cabe a Max Schmeling, alguien que, en el sentido más profundo de la existencia, siempre será un campeón.