Un proceso que inició Juan XXIII y selló Juan Pablo II
La eliminación de alusiones hirientes en la liturgia católica y la aclaración de que los judíos no son responsables por la muerte de Jesús acercaron a los hijos de Abraham. Los pedidos de perdón de la Iglesia al pueblo judío por las ofensas cometidas por cristianos también contribuyeron.
La relación entre el catolicismo y el judaísmo estuvo signada durante siglos por prejuicios y desconfianzas. Prejuicios por parte de los católicos originados en una errónea interpretación de los Evangelios sobre el papel de los judíos. Desconfianza por parte de los judíos, producto de siglos de persecución hacia su pueblo que en el siglo XX padeció su capítulo más horroroso: el Holocausto. Prejuicios y desconfianzas pese a invocar el mismo Dios, compartir el Antiguo Testamento o Biblia Hebrea, profesando la misma fe de Abraham y de Moisés, y las enseñanzas de los Diez Mandamientos.
Pero en las últimas décadas se produjeron fuertes gestos de acercamiento desde el catolicismo, despejando sus propios obstáculos, que alumbraron una etapa de creciente confraternidad y diálogo intenso. Todos concuerdan que el gran arquitecto de ese giro fue el Papa Juan XXIII, quien en 1959- al año siguiente de asumir su pontificado- quitó de la tradicional oración de la liturgia del Viernes Santo la controvertida referencia a ”los pérfidos judíos y los infieles”. Hoy se sabe que Juan XXIII- siendo Nuncio en Turquía- salvó a miles de judíos de los campos de concentración al entregarles certificados de bautismo.
El siguiente paso del Papa Bueno fue convocar al Concilio Vaticano II, que aggiornó a la Iglesia y abrió las puertas de par en par al diálogo con los otros cultos cristianos y no cristianos, y de un modo especial con el judaísmo.
El documento conciliar Nostra Aetate acabó con la oprobiosa interpretación que le asigna responsabilidad a los judíos en la muerte de Jesús:”Lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que entonces vivían ni a los judíos de hoy.(…) No se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras”.
Paulo VI avanzó con su viaje a Tierra Santa, en 1964, al considerar a los patriarcas ”nuestros padres en la fe”. Pero fue Juan Pablo II quien selló la reconciliación con una sucesión de gestos históricos: fue el primer Papa que visitó una sinagoga (la de Roma, en 1986), ocasión en que habló de los judíos como ”nuestros hermanos mayores en la fe”. Y también el primer Papa que visitó un campo de concentración (Auschwitz, en 1979). En su pontificado, El Vaticano difundió el texto ”Una reflexión sobre la Shoa” (1998), donde se pregunta si ”los prejuicios antijudíos de algunos cristianos no facilitaron la persecución nazi”.
También bajo su papado, la Santa Sede estableció relaciones diplomáticas con Israel (1993). Con motivo del Jubileo de 2000, Juan Pablo II pidió perdón a los judíos ante ”la hostilidad y la mala fe de numerosos cristianos hacia los hebreos en el curso de los siglos, que constituye un hecho doloroso”. De nuevo, interrogó acerca de la vinculación entre los prejuicios antijudíos y la persecución nazi. Poco después, durante su viaje a Tierra Santa, pidió perdón a los judíos ante el Muro de los Lamentos, evocó a las víctimas del Holocausto y dijo que la Iglesia ”está profundamente triste” por el antisemitismo de ciertos cristianos.
En la Argentina
La Argentina -donde reside una de las más importantes comunidades judías del mundo- acompañó este proceso. Al igual que a nivel mundial, los primeros pasos no fueron fáciles. A los prejuicios hacia los judíos en ciertos sectores, se sumaba un nacionalismo vernáculo. Pero el proceso era imparable. Ya en los años ´50 y comienzos de los ´60, aportaban lo suyo figuras como monseñor Gustavo Franceschi, el hoy cardenal Jorge Mejía, el entonces Gran Rabino de la Congregación Israelita de la República Argentina, Guillermo Schlesinger, y el padre Carlos Cucchetti. Pero los contactos eran personales, no institucionales.
Al promediar los ´60 comenzó a surgir un joven laico judío, de formación bíblica, Baruj Tenembaum, quien -con tan sólo 33 años- lanzó la Casa Argentina en Israel Tierra Santa, que propiciaba la confraternidad interreligiosa. La incipiente institución jugaría un singular papel en el acercamiento. Monseñor Ernesto Segura -obispo auxiliar de Buenos Aires y secretario general del Episcopado-, se convirtió en su primer presidente, potenciando su dedicación al diálogo con los judíos. El entonces arzobispo de Buenos Aires, cardenal Antonio Caggiano- quien fue el primer primado en visitar una sinagoga- fue el primer socio.
Con el paso del tiempo,la Casa Argentina financió el viaje de decenas de sacerdotes a Tierra Santa y organizó incontables eventos para fomentar la confraternidad judeo-católica. Mucho más acá en el tiempo, en 1993, propició y logró que el cardenal Antonio Quarracino se convirtiera en el primado de la Argentina en visitar la antigua sede de la AMIA. Fue a raíz de la visita al país del Kadi de Jerusalén- la máxima autoridad islámica en Israel- Faruk Zoabi, invitado por la Casa. La foto de ellos allí, junto al Gran Rabino de Buenos Aires, Schlomó Ben Hamú, tomados de la mano, fue otro gesto fuerte.
Pero el mayor hito logrado por la Casa Argentina fue la instalación, en 1997, de un mural en la Catedral metropolitana, que recuerda a las víctimas del Holocausto, por decisión de Quarracino. Hay acuerdo en que Quarracino -quien pidió ser enterrado junto al mural- hizo el aporte más vigoroso al diálogo.
La lista de figuras y entidades relevantes en el acercamiento es más larga. Por caso, la congregación de las Hermanas de Sión, con la monja Alda; el rabino León Klenicki; el Seminario Rabínico Latinoamericano y su fundador, el rabino Marshall Meyer, el padre Rafael Braun, monseñor Justo Laguna y los miembros del Consejo de Libertad Religiosa, encabezado por Angel Centeno y Norberto Padilla.
Todos ellos hicieron que el país sea un ejemplo de convivencia.