Sabemos de leyendas que suenan como historia. Tuve oportunidad de leer nuevamente la obra maestra de León Tolstoi ‘La Guerra y La Paz’, novela monumental que relata las fatalidades de Napoleón Bonaparte para conquistar Rusia después de dominar casi toda Europa, menos Inglaterra. Sabemos sobre las conquistas de Napoleón. Por el contrario, sabemos muy poco sobre sus fracasos.
Tolstoi no es el único que presenta al emperador francés sin crepúsculos. Asimismo, los franceses han construído un maravilloso monumento, ‘El Arco del Triunfo’, en pleno centro de Paris, para convertir las leyendas de Napoleón en historia. Las leyendas de Bonaparte suenan hoy como verdadera historia; historia falsa en rigor de verdad, pero historia al fin.
Por el contrario, hay casos de verdadera historia que suenan como leyenda. Me refiero a un capitulo de la historia judía que es poco conocido y sobre el que vale la pena que nos detengamos. Se trata de la iniciativa del Baron Hirsh, a comienzos del siglo pasado, de crear en Argentina una comunidad de judeo-europeos que habían sido marginados en sus tierras de origen.
El generoso Baron Hirsh tenía sus dudas sobre la practicidad del Sionismo como la solución para el dolorido pueblo judío, por lo tanto resolvió que se debía encarar otro tipo de colonización.
A fines del siglo XIX hizo un pacto con el gobierno Argentino por el cual inmigrantes judíos de Europa recibirían tierras fructíferas afin de crear una parcial autonomía. La emigración, pues, hizo eje en la colonia denominada Moisesville, en la provincia de Santa Fe.
Es muy poco lo que yo había leído sobre Moisesville y sobre sus colonos, arribados o nativos. Hasta que un judío nacido y educado en una colonia mucho más pequeña, me familiarizó con ese capítulo del pueblo judío.
El nombre de este interesante judío es Baruj Tenembaum. Él es un intelectual y un erudito en la literatura sagrada. Fue estudiante de Yeshiva en la Argentina. Es un hombre de mundo y a la vez un simple judío. Es inteligente y con suerte. No es de aquellos individuos superfluos que son ‘estrellas’ todos los días pero sin luz para toda la vida.
El sabe que hay cosas que pueden enriquecer más que el dinero mismo. Mis encuentros con Baruj Tenembaum en sus visitas a Israel son siempre renovadores. Habla hebreo con la misma fluidez con que lo hace en yiddish, y su inglés está a la altura de su español. Con su sabiduría y conocimientos es, en concreto, un verdadero prodigio.
Su padre emigró a la Argentina y llevó consigo su judeidad de Lituania para la arraigarla en Las Palmeras, una muy pequeña colonia a 40 kms de Moisesville. Le pregunté a mi amigo qué me sugería leer para conocer la historia de las colonia judías. Tenembaum me envió el contenido de una conferencia que el pedagogo e intelectual argentino Máximo Yagupsky diera en 1996 en el instituto científico IWO de Buenos Aires.
Rapidamente caí en la cuenta de cómo les preocupaba a los maestros judíos y a los miembros de las distintas colonias la preservación y transmisión del legado de la cultura judía a la segunda y tercera generación de judíos emigrados a las Pampas.
Los colonos en la Argentina se asentaron en lugares apartados donde reinaba la nada. Sin embargo un poder místico los unía a las tradiciones, costumbres y folklore judío.
Recientemente he visto una película documental -aún no presentada- sobre la colonización judía en la Argentina que me ha conmovido profundamente. Su título es ”Legado” y ha sido producida por las organizaciones ”Casa Argentina en Jerusalem” y la ”Fundación Internacional Raoul Wallenberg”.
La provincia agrícola ganadera de Santa Fe no se caracterizaba por su observancia judía. Sin embargo, poseía un elevado número de estudiosos que se fijaron como objetivo cuidar la continuidad del estudio de la Torá, aún en las colonias más pequeñas. En el mencionado film documental he tenido la oportunidad de ver cuadros inolvidables de los judíos en las colonias. Se ven y hablan como judíos orgullosos y cultos. Montan a caballo, aran la tierra, y estudian Torá en la sinagoga, lugar en donde se deposita la esperanza y el espíritu de lo eterno.
Cuando concluye el film, Baruj dice, respondiendo a una pregunta, que en realidad nunca se fue de Las Palmeras. Se impone la pregunta: ¿Cómo es posible que un judío como Baruj Tenembaum, de cultura universal y orgullo nacional cultural, una persona inteligente, dueño de un excelente humor por un lado y de una profunda preocupación por el destino de Israel por otro, diga de sí mismo que, en realidad, nunca se fue de Las Palmeras?
Creo conocer la respuesta: Las Palmeras nunca fue un pueblo. Fue creciendo hasta convertirse en urbe imponente. ¿Qué significa ‘urbe imponente’? No se trata exactamente una gran ciudad donde abundan calles y comercios, sino de un lugar que posee varias opciones educativas para brindar una vida más elevada a los judíos y hombres en general. Las Palmeras es un concepto, todo un universo del cual Baruj nunca se salió.
Nos refiere Máximo Yagupsky sobre sus primeras vivencias en Las Palmeras a la que llegó en calidad de nuevo inspector de escuelas para seleccionar alumnos para el Majón Lelimudei Haiahadut (Instituto Superior de Estudios Religiosos Judaicos) en Buenos Aires. Citemos entonces su charla con un distinguido jefe de familia, el señor Iche Tenembaum (padre de mi amigo Baruj). La charla tuvo carácter de exámen, según sus palabras, pues Iche y su esposa Ite le tomaron una prueba al inspector, quien escribe: ‘Ellos tuvieron noticia que mi padre era ‘shojet’ (matarife), y que su hogar era un hogar judío como Dios manda. Sin embargo, eso no les bastaba. Ellos querían saber si sus dos hijos, Malkiel y Baruj, a los que querían enviar a Buenos Aires para continuar los estudios, podrían obsevar Kashrut (dieta judía), rezar y hospedarse en una pensión judía.’
Tan consternados estaban el señor Tenembaum y su esposa por el destino de sus hijos en Buenos Aires, que acercaron un proyecto excepcional sobre cuyas características no tengo antecedentes.
El padre de los hermanos Tenembaum exigió que el inspector responsable de la educación de sus hijos jurara que cumpliría su promesa ante el Arón Kodesh (Arca Sagrada de la Ley) abierto, en la sinagoga de Las Palmeras.
‘Sumamente conmovido por la excepcional exigencia que los padres me presentaron’, escribe Máximo Yagupsky, ‘les concedí su deseo y fui con ellos a la sinagoga y ante el Arón Kodesh abierto les juré que cuidaría de sus hijos, Malkiel y Baruj, según su imposición. ¡Sí, juro!, les aseguré a Iche e Ite’.
En cuanto supe de este juramento descomunal y fantástico me emocioné profundamente, quedé terriblemente conmovido y permanezco aún perplejo ante el hecho de que semejantes vivencias hayan acaecido en un país lejano y extraño para mi como Argentina, y no en Israel.
Cuando un judío emigraba a Israel, él y su familia en la diáspora creían que el sólo hecho de vivir en la Tierra Sagrada les aseguraba la continuidad y observancia del judaísmo. Según lo que sabemos se equivocaron totalmente. Esta fue justamente la preocupación de los judíos lituanos (los Tenembaum lo son): que sus hijos se alejaran del legado de sus mayores en la lejanía geográfica y espiritual. Por ello la necesidad del compromiso ante el Arón Kodesh abierto. Imaginemos la escena dentro de una sinagoga humilde, en un diminuto pueblito. Un juramento increíble para asegurar el futuro de la heredad. Una historia que suena a leyenda.
(Zvi Kolitz es profesor emérito de la Yeshiva University de Nueva York, y autor, entre otras obras, de Yosel Rakover le habla a Dios (Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1999. Traducción de Eliahu Toker)
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