Durante la segunda guerra mundial Hitler no era el único líder de un régimen totalitario en Europa. Benito Mussolini gobernaba en Italia, António de Oliveira Salazar en Portugal y Francisco Franco en España.
Todos esos gobiernos tenían como denominador común la violación sistemática de las libertades individuales, así como las persecuciones raciales, religiosas y políticas.
Si bien la interferencia del Estado en la vida social e individual de los ciudadanos era permanente y opresiva, la maquinaria burocrática no logró invadir las conciencias de las personas de bien convencidas de que los valores supremos de la vida y la libertad preceden a cualquier consideración política o ideológica.
Entre esas personas -una multitud de benefactores anónimos- pueden citarse a Giovanni Palatucci, jefe de policia de Fiume en Italia, asesinado en el campo de concentración de Dachau por salvar judíos; Aristides de Sousa Mendes, cónsul portugués en Bordeaux, salvador de decenas de miles de refugiados y defenestrado por la dictadura de su país hasta que murió en la indigencia y, también, quien fuera representante de España en Hungría, Ángel Sanz Briz.
Sanz Briz (1910, Zaragoza) fue un jóven diplomático del gobierno franquista que cumplió una misión como encargado de negocios de España en Budapest entre 1943 y 1944. Lo que hizo en ese breve lapso de tiempo le valió pasar a la historia como héroe de la humanidad.
Sin que mediara una órden de su gobierno, Sanz Briz utilizó todos los recursos posibles para evitar que miles de personas fueran conducidas a las cámaras de gas de Auschwitz y Birkenau. Trabajó en colaboración con Raoul Wallenberg, detenido y desaparecido en 1945 por el ejército soviético; el Nuncio Apostólico Angelo Rota, el cónsul suizo Carl Lutz y muchos otros diplomáticos que conformaban una suerte de red clandestina de salvataje.
Entre sus más fieles colaboradores se encontraba Jorge Perlasca, un amigo italiano que se autoproclamó embajador de España cuando Sanz Briz fue obligado a abandonar la misión a fines de 1944 y que salvó a miles de la deportación a los campos de exterminio.
Trabajando sin pausa, provisto sólo de determinación y coraje, Sanz Briz emitió miles de cartas de protección que garantizaban inmunidad a sus portadores. Cuando era interpelados por las autoridades pro-nazis o por el mismísimo Adolf Eichmann -encargado de la ”Solución Final” en Hungría- argumentaba que se trataba de documentos para ser entregados sólo a judíos sefaraditas, a quienes el gobierno de Franco les reconocía su derecho a la nacionalidad española.
”Las doscientas unidades que me habían sido concedidas las convertí en doscientas familias; y las doscientas familias se multiplicaron indefinidamente merced al simple procedimiento de no expedir documento o pasaporte alguno con un número superior a 200”, contaría años después Sanz Briz en el libro ”España y los Judíos”, de Federico Ysart.
Sólo una minoría de los aproximadamente 5.200 judíos que salvó Sanz Briz eran de origen español.
El 16 de Octubre de 1994 fue descubierta una placa en su memoria frente al Parque San Esteban, en una de las casas de Budapest que sirvió de refugio a centenares de judíos. En España su rostro y nombre ilustran una estampilla conmemorativa de una serie dedicada a los derechos humanos.
También merecen ser mencionadas las acciones desarrolladas a favor de los judíos por el agregado de la embajada española en Berlín, José Ruiz Santaella, poco tiempo antes que Sanz Briz llegara a la capital magyar.
Estos diplomáticos y otros menos conocidos serán homenajeados en marzo próximo por la Fundación Internacional Raoul Wallenberg y la embajada de España en Buenos Aires en un acto en el que seguramente no estarán ausentes ni la emoción ni la alegría que corresponde sentir cuando se celebra la vida.