La organización cuyo presidente es Eduardo Eurnekian nació para proteger a los perseguidos. El proyecto Casas de Vida nace en un momento en el que la política internacional vira hacia la xenofobia.
Vía telefónica desde Israel, Baruj Tenembaum se expresó sobre la reconciliación de los pueblos y el entendimiento interreligioso. Raoul Wallenberg fue un diplomático sueco que, a riesgo de perder su propia vida, rescató a miles de judíos de origen húngaro de sufrir una muerte segura durante el Holocausto. En su honor, Tenembaum se ha ocupado de construir un diálogo constructivo apostando por un mundo digno despojado de prejuicios.
Desde hace más de dos décadas, la Fundación Raoul Wallenberg, presidida por Eduardo Eurnekian, lleva a cabo presentaciones alrededor del mundo homenajeando a quienes ayudaron a los perseguidos por el nazismo: “Consideramos que las gestas de quienes auxiliaron al prójimo deben cobrar vida más allá de la letra que las documenta y convertirse en fuentes de enseñanza para generaciones presentes y venideras, atentas al componente pedagógico de los procesos históricos. Solidaridad y coraje cívico son los pilares éticos que rigen nuestra labor”, comienza diciendo Tenembaum. “Uno de los últimos emprendimientos de la FIRW es Casas de Vida, un programa educativo que tiene como objetivo identificar, rendir tributo y difundir las acciones de instituciones o individuos que dieron una mano solidaria durante el Holocausto. Se trata de locaciones públicas y privadas –monasterios, iglesias, escuelas, casas– en las cuales los perseguidos encontraron refugio”.
Ya han sido marcadas más de 500 Casas de Vida en Italia, Francia, Bélgica, Polonia, Hungría, Holanda, Dinamarca y Grecia. El aspecto pedagógico de este emprendimiento es que la gente que vea las placas de Casa de Vida conocerá la noble gesta heroica de los salvadores y así agradecer su espíritu solidario: “En este mundo convulsionado resulta oportuno sacar a la luz estas historias desconocidas sobre acciones de solidaridad y coraje cívico protagonizadas por ciudadanos comunes”, continúa Tenembaum, “No se trató de gestos sencillos sino de verdaderas gestas elaboradas de salvataje. Estas historias abundan tanto como el silencio que las rodeó durante más de setenta años. Ante este cuadro de desconocimiento, nació la voluntad de descubrir y ennoblecer sitios y personas que los protagonizaron durante la Segunda Guerra Mundial. Debo destacar aquí un nuevo descubrimiento de la FIRW relacionado con la acción solidaria del clero polaco durante el Holocausto. En Polonia estaba penado con la muerte ayudar a judíos y, muy a pesar de esa amenaza, hemos dado con más de mil curas polacos que fueron solidarios con judíos. Muchos fueron ejecutados pero el común denominador de esta lista es lo poco que se sabe sobre un tema que nos encargaremos de difundir a nivel global”.
La enfermedad K. No trabajan solos: a partir de su labor, muchos se han acercado: “Una de las apuestas más conmovedoras y firmes fue la de la Universidad Católica Lumsa de Roma, que puso sus equipos científicos a disposición. La FIRW también instaló placas en Italia: en la curia de la Hermandad Capuchina, en la sede de las Hermanas Franciscanas, en la Casa de Santa Brígida y en el Hospital de los Hermanos de San Juan de Dios. Sobre esta última quisiera destacar lo excepcional del caso: cuando las SS entraron al hospital, médicos y religiosos explicaron a los alemanes que en dos salas especiales se encontraban enfermos que padecían una terrible afección llamada K, que algunos pacientes estaban en estado terminal y que la enfermedad era desconocida y muy contagiosa. Los oficiales no se atrevieron a abrir las puertas. El nombre era terrible, pero no era un virus letal. Era la genial invención del profesor Giovanni Borromeo para salvar la vida de decenas de judíos. De haber entrado, los SS se hubieran encontrado con familias judías”. Sigue incansable en su discurso y dedicación: “En poco tiempo aparecieron datos sobre el heroísmo de gente que se atrevió a enfrentar al nazismo mediante el ocultamiento de víctimas inminentes, especialmente niños. Y no hablo sólo de la Segunda Guerra Mundial sino también del Genocidio armenio de 1915”.
—¿Cuál es su visión de la actualidad?
—La xenofobia está a la orden del día en todo el mundo, el odio a las minorías, a lo diferente, fíjese usted lo que ha sucedido el 12 de junio en Orlando, Estados Unidos; o lo que ocurre a diario en otras regiones que reciben menos cobertura de los medios de comunicación. Pese a miles de testimonios inapelables sobre el Holocausto y el Genocidio de 1915, aún existen gobiernos y entidades que niegan los hechos. Lamentablemente, estas negaciones no generan masivo repudio, ni siquiera de las organizaciones que dicen defender los derechos humanos.
—Casas de Vida resume el espíritu familiar enfrentando a la muerte.
—Las Casas de Vida que ahora son honradas debidamente cumplen la misión de accionar una alarma de resistencia contra las agresiones a la verdad en todos los rincones de este castigado planeta. El 1º de noviembre, el hospital de Bispebjerg, en Copenhague, fue reconocido como Casa de Vida. La ceremonia se celebró en la capilla de la institución, un lugar que “jugó un papel importante como refugio de judíos antes de ser llevados a Suecia”, como dijo Janne Elsborg, directora del hospital. El pueblo danés estuvo involucrado en una de las mayores operaciones de rescate conocidas por la humanidad: la mayoría de los 8 mil judíos que vivían en Dinamarca fue salvada. Miles de daneses ayudaron a esconder judíos y lograron transferirlos a Suecia. En esta fascinante historia, el hospital de Bispebjerg desempeñó un papel clave. El cirujano K.H. Koster, Ellen Christensen y otros médicos y enfermeras hicieron del hospital uno de los grandes lugares de acogida. El 2 de octubre de 2013, la FIRW le otorgó la Medalla del Centenario de Raoul Wallenberg a la primera ministra de Dinamarca, Helle Thorning-Schmidt, quien recibió el premio en nombre del pueblo danés, que contribuyó al rescate de miles de judíos en 1943.
Baruj Tenembaum fue nominado al Nobel de la Paz en 2009, año en que la Academia sueca se lo otorgó a Barack Obama. Nacido en la provincia de Santa Fe, creó junto a Jorge Luis Borges la Casa Argentina en Israel y ha promovido iniciativas interreligiosas entre cristianos y judíos. Corrían los vientos más virulentos en 1976 cuando fue secuestrado por la Triple A, acusado de “infectar la Iglesia Católica con el virus del judaísmo”.
Salvadores turcos. La FIRW y la Cátedra Kaloosdian/Mugar del Centro Strassler para estudios sobre Holocausto y Genocidio de la Universidad Clark se unieron en un esfuerzo de investigación bajo la supervisión del profesor Taner Akcam: este ambicioso proyecto tiene como objetivo identificar a turcos y kurdos solidarios con las víctimas del Genocidio armenio. El profesor Akcam es un historiador y sociólogo turco que se dedica a tratar de reconciliar las historias de armenios y turcos.
Justos, también en Armenia. Lo que sigue es un fragmento del libro Salvadores turcos:
«Quisiera hacerle una pregunta muy simple. Espero que me conteste tan sinceramente como yo lo he hecho.”
Armine Guleserian se levanta y muestra su silla: ‘Siéntese aquí, por favor’.
Erdogan Türkyılmaz: ¿Por qué?
AG: Para facilitarle que pueda ponerse en mis zapatos.
ET: Bien, ya estoy en su silla.
AG: Ahora míreme.
ET: Me senté en su silla, en su lugar. Pregúnteme lo que quiera.
AG: ¿Querría haber sido armenio en 1915?
Silencio”.
Como el personaje de Michel Beretti, Erdogan Türkyılmaz niega el Genocidio armenio. Como para muchas personas en Turquía, la pregunta “¿Querrías haber sido armenio en 1915?” es inesperada e inquietante. Sin embargo, a pesar de los hechos que niegan, ellos saben, o al menos sienten, que la respuesta es “no”. Aunque no tan riesgoso como ser armenio en 1915, oponerse a las deportaciones y el Genocidio al que los armenios eran sometidos era muy arriesgado.
Hablar de la conciencia en un momento en que las personas se llevaban de sus casas a seres marcados como “traidores” o “conspiradores enemigos” significaba “no tener en cuenta los ideales nacionales” y “la paz de la patria”. Una actitud de este tipo significaba ser relevado de su cargo o despedido, y en algunas circunstancias significaba correr riesgo de muerte. Las condiciones eran aún más peligrosas para los civiles que no tenían apoyo para protegerse a sí mismos ni a sus familias. El comando de Mahmut Kamil Pasha quedó colgado por encima de sus cabezas como la espada de Damocles: en algunas situaciones no se necesitaba ni siquiera la supervisión del Estado para llevar a cabo la orden de “Ejecutar y quemar la casa de cualquier musulmán que protege a un armenio”. Algunos sectores de la sociedad civil que participaron en el Genocidio no dudarían en ejecutar el castigo por sí mismos a quienes desobedecieran esas órdenes.
A pesar de los esfuerzos para legitimar la masacre de los armenios y los graves riesgos que amenazaban la vida en 1915 en todas las ciudades, incluyendo las regiones donde las masacres más violentas tuvieron lugar, había estadistas, funcionarios y líderes religiosos, jefes de aldea y civiles ordinarios que desafiaron las órdenes y trataron de salvar a los armenios de las marchas de la muerte.