Firenze – Judíos y exponentes de la resistencia a la dominación nazi-fascista pudieron salvar la vida en la localidad toscana de Lastra a Signa, gracias a la valentía de frailes franciscanos que les acogieron en su monasterio, disfrazándoles de religiosos para salvarles de las redadas nazis.
Para recordar el heroísmo de quienes arriesgaron la vida salvando a perseguidos indefensos la Fundación Raoul Wallenberg ha declarado “Casa de Vida” al antiguo monasterio de los frailes franciscanos de Santa Lucía, situado en esta población de 20 mil habitantes situada a 12 kilómetros de Florencia.
La Fundación Raoul Wallenberg es una ONG educativa. Su presidente es Eduardo Eurnekian y su fundador, Baruj Tenembaum.
La ceremonia tuvo lugar el 10 de mayo en un emotivo acto en el que participaron Eugenio Giani, presidente de la región italiana de Toscana, las autoridades civiles y de las fuerzas de seguridad de la ciudad.
El momento más emocionante de la ceremonia tuvo lugar cuando el señor Pier Damiano Marini, de 91 años, quien fue salvado por los religiosos, estalló en lágrimas al recordar el heroísmo de dos religiosos que no dudaron en desafiar a los nazis para salvar su vida y a la de los compañeros de persecución.
Desde septiembre de 1943 hasta agosto de 1944 los centenarios muros de ese monasterio acogieron a numerosas personas perseguidas por los fascistas y por los nazis por el pueblo al que pertenecían o por su oposición al régimen.
Los superiores franciscanos de la comunidad, en un primer momento, dudaron en acoger a los perseguidos, por las consecuencias que podrían recaer sobre toda la comunidad religiosa en caso de ser descubiertos por los nazis.
Sin embargo, pronto decidieron abrir las puertas del monasterio. La decisión fue tomada gracias a la valentía del superior, el padre Elpidio Perugini. Los refugiados, en particular el señor Marini, recordaron en particular a un pobre fraile, Benigno Salvadori, quien se dedicó a atender a sus inesperados huéspedes.
Fue él quien ideó la huida del monasterio para conducirles a un lugar más seguro, otra casa religiosa situada en la Plaza Savonarola de Florencia, vistiendo a los refugiados con el sayo franciscano.
En plena operación, los fugitivos fueron detenidos por los paracaidistas de las SS alemanas. Fray Benigno se interpuso entre los alemanes y los perseguidos para convencerles de que eran realmente religiosos. Fue tan elocuente, que las SS les dejaron pasar.
Entre las personas que pudieron salvar la vida en el monasterio se encontraba el ingeniero de Padua, Giorgio Lasz, judío, quei trabajaba como directivo de la empresa de Ferrocarriles de Italia hasta que se promulgaron las leyes raciales.
El 8 de septiembre, según testifica la crónica escrita por unos de los frailes del Convento de Santa Lucía, “dada la despiadada persecución contra los judíos”, el ingeniero Lasz “pidió y obtuvo hospitalidad a nuestro convento. Es un hombre muy gentil y educado, con los sacerdotes es muy reverente, es muy respetuoso de nuestra religión”.
De hecho, Lasz tenía entre sus amigos a monseñores del Vaticano, quienes ayudaron a su hija a recibir un visado para que pudiera viajar a Brasil y encontrarse con su marido.
Giorgio Lasz fue acogido en el convento del 8 de septiembre hasta noviembre de 1943, cuando pudo viajar escondido a Roma, ciudad en la que fue acogido por otra comunidad de sacerdotes que prestaban servicio a sordomudos.
Entre los presentes en la ceremonia se encontraba Patricia Finzi, la única nieta que tuvo Giorgio Lasz, quien ha sido capaz de reconstruir las peripecias que permitieron salvar la vida de su abuelo y el heroico testimonio de los frailes franciscanos.
El presidente de Toscana, Eugenio Giani, documentó los numerosos casos de heroísmo que vivió la región italiana durante la Segunda Guerra Mundial, tanto por parte de los exponentes de la resistencia como por la red de salvación que entretejió la Iglesia católica, a través de sus monasterios, conventos, escuelas y parroquias, por impulso del arzobispo de Florencia, el cardenal Elia dalla Costa, declarado por Israel justo entre las naciones, cuya causa está en proceso de canonización.
El padre Roberto Bellato, representante de los Franciscanos de Toscana, explicó que la placa colocada por la Fundación Wallenberg y por el Ayuntamiento de la ciudad no puede quedarse en un simple recuerdo del pasado, sino que tiene que convertirse en una lección para el presente, donde se vuelve a vivir el peligro de la violencia o la persecución.
Silvia Costantini, vicepresidente de la Fundación Wallenberg, en nombre del presidente, Eduardo Eurnekian, y del fundador Baruj Tenembaum, aclaró que esta celebración busca hacer “memoria del bien”, motivo de inspiración para los niños y jóvenes.
De hecho, entre los presentes, se encontraban los adolescentes que constituyen el “Consejo Municipal de los Muchachos”, una institución que escoge democráticamente a un “alcalde” como representante de los más jóvenes de la ciudad.
La placa que ha colocado la Fundación Raoul Wallenberg, añadió Silvia Costantini, “recordará a todos los visitantes de esta casa y a los pasantes que, si bien el Holocausto fue uno de los periodos más oscuros de la humanidad, muchas personas se opusieron a este terrible mal y este remar contra el mal hizo la diferencia”.