PARÍS.- Danielle Mossé no sabe cuántos años tenía cuando las hermanas de Sión la escondieron en lo que en aquel entonces era un pensionado, hoy reconvertido en el colegio Nuestra Señora de Sión, a metros de los jardines de Luxemburgo. Danielle nació a fines de 1937 y aquí estuvo durante cinco o seis meses, en algún momento entre 1938 y 1943. No existen archivos porque, dado el peligro de la época, nadie escribía nada. «La única prueba que tengo es que estoy viva», susurra Danielle, que perdió a sus dos padres en los campos de concentración. Sus tíos la adoptaron, y su hermano se fue a vivir con sus abuelos. Creció en el departamento de Vosgos, al nordeste de Francia, vino a París para estudiar, se convirtió en profesora de inglés, tuvo un hijo y tiene hoy dos nietos. Su hijo le insiste para que les cuente su historia a sus nietos, así conocen y aprenden, pero esta abuela menuda de apariencia moderna cree que no se puede contar todo. «No queremos. Es un traumatismo que no se va. Con frecuencia nos gana la cobardía de no hablar. El pasado siempre está acá», confiesa.
Danielle convivió mucho tiempo en una especie de negación y con molestia, hasta que se dejó convencer por unos amigos que pasaron por una experiencia similar y decidió retomar contacto. Ese impulso la llevó a volver a este colegio hace algunas semanas y estar presente durante la ceremonia en la cual la institución fue distinguida como «casa de vida» por la fundación internacional Raoul Wallenberg, una ONG fundada por el argentino Baruch Tenembaum y hoy presidida por Eduardo Eurnekian que tiene como misión preservar la herencia de aquellos que ayudaron a las víctimas de la persecución nazi. La placa «Casa de vida», que identifica y conmemora a todos aquellos conventos, monasterios, iglesias y escuelas que sirvieron de refugio durante la segunda guerra mundial, llega por primera vez a Francia, después de Roma y de Londres. Danielle observa como es colocada entre dos fotografías: los retratos de la hermana Marie-Francia y del papa Francisco.
La ceremonia cobra particular importancia en un país en el que los actos antisemitas aumentaron 84% entre enero y mayo en comparación con los cinco primeros meses del año pasado según los últimos datos del servicio de protección de la comunidad judía (SPCJ), un organismo que trabaja en colaboración con el Ministerio del Interior francés y que censa las denuncias por actos o amenazas antisemitas. Fueron 508 en este primer semestre. Aquí los especialistas coinciden en que al antisemitismo clásico, que en Francia provenía sobre todo de los partidos de extrema derecha y de los viejos vichistas, se le suma ahora un nuevo tipo de antisemitismo ligado a la extrema izquierda y a los islamistas. Y con dos novedades: el antisemitismo en el seno de las poblaciones negras, con la idea de que los judíos son los responsables de la trata negrera y de que quieren monopolizar el sufrimiento histórico; e Internet, en donde existe la creencia de que todo puede ser dicho y expresado sin límites, y que en ese contexto los judíos son un límite a la libertad de expresión. El gobierno francés presentó a mediados de abril un plan de lucha contra el racismo y el antisemitismo dotado de 100 millones de euros sobre tres años.