El 17 de enero de 1945, hace 69 años, Raoul Wallenberg viajó de Budapest a Debrecen para reunirse con el comandante soviético, mariscal Malinovski. Lo acompañaba su chofer personal, Vilmos Langfelder.
El tema del encuentro era discutir el futuro de los sobrevivientes judíos en Hungría. En lugar de ello, Wallenberg y Langfelder fueron detenidos bajo el eufemismo «custodia de protección», y quedaron a cargo del temido Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD). Desde entonces nada se sabe de ellos.
Wallenberg había llegado a la capital de Hungría el 9 de julio de 1944, después de haber sido reclutado por la Junta de Refugiados de Guerra (War Refugee Board). La cancillería sueca le concedió status diplomático para cumplir funciones de asistencia humanitaria desde la embajada en Budapest. En una gesta sin igual, y en sólo seis meses, logró salvar las vidas de miles de judíos y otras personas condenadas a muerte por el nazismo.
Desde hace casi siete décadas desde su desaparición se debate cuáles pueden haber sido los motivos de la detención y el cruel encarcelamiento. Aún más inexplicable es la pertinaz renuencia de las actuales autoridades rusas a permitir el libre acceso a los archivos de la NKVD y de la posterior KGB.
En 2006, en respuesta a una carta dirigida a Vladimir Putin, Alexander Darchiev, a la sazón número dos en la embajada de Rusia en Washington DC, escribió: «La muerte del señor Wallenberg recae en el liderazgo de la URSS en ese momento y de Joseph Stalin, personalmente».
La responsabilidad de Rusia es clave pero no exclusiva en esta interminable tragedia.
El rol de Suecia ha sido, y es aún hoy, desconcertante. Podría decirse que sucesivas administraciones de gobierno no sólo han fracasado sino que han abandonado a Wallenberg, probablemente el héroe más importante en la historia del país, como se abandona en el campo de batalla a un soldado herido.
En 2012, coincidiendo con el centésimo cumpleaños de Wallenberg, el ministro de Integración de Suecia, Erick Ullenhag, hizo una sincera declaración:
«Estoy orgulloso de representar al mismo país de Raoul Wallenberg. Pero para ser honesto, no puedo estar orgulloso de la historia de Suecia en relación a su destino. Lamento que hayamos dejado en soledad a la familia Wallenberg. Lamento que no nos hayamos animado a hacer más para saber qué fue lo que pasó con este valiente diplomático sueco.»
Igualmente desconcertante es el papel desempeñado por la poderosa familia Wallenberg; sobre todo por Jacob y Marcus Wallenberg, primos-hermanos del padre de Raoul, quienes durante la guerra conducían los negocios de la familia. La pasividad de ambos se refleja en la carta escrita el 18 de septiembre de 1947 por John Pehle, director ejecutivo de la Junta de Refugiados de Guerra, a Henry Morgenthau, Secretario del Tesoro de los Estados Unidos.
La carta de Pehle cuenta la difícil situación de los familiares más cercanos de Raoul, incluyendo su media hermana Nina, quien aún vive, y de los intentos desesperados para lograr la liberación. «Debo añadir que mientras Raoul Wallenberg lleva el nombre de una familia acaudalada, su problema y el de sus familiares más cercanos no preocupan a los Wallenberg más prominentes.», escribe en una postdata.
En 2012, en una reunión especial con el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, la Fundación Wallenberg anunció una recompensa de 500.000 euros a cambio de información verificable que permita arrojar luz sobre la suerte y el paradero de Wallenberg y Langfelder. Una maravillosa estatua recuerda al «Héroe sin Tumba» en la esquina de la avenida Figueroa Alcorta y la calle Austria.
La batalla es difícil, pero debe ser librada, día a día, sin bajar los brazos. Esperamos que Suecia no abandone a su hijo y que Rusia abra su corazón y sus archivos.
Eduardo Eurnekian, presidente. Baruj Tenembaum, fundador Fundación Internacional Raoul Wallenberg.