La autora del libro, Olga Lengyel, vivió el horror de Auschwitz, donde asesinaron a su familia. Lo contó al mundo en 1947.
POR Guido Carelli Lynch
Cuando en 1943 un comandante alemán, quebrado por su conciencia, el alcohol y la sed de compañía, le habló sentado en el living de su propia casa en Cluj (actual Rumania), de eufemismos como tratamiento especial, liquidación, experimentación y solución final , con los que los nazis aludían a horrorosas muertes, Olga Legnyel no le creyó. No pensó que pudiera existir una maquinaria tan perfecta y aceitada para matar a millones. Supo que estaba equivocada cuando ya era tarde. Al enterarse de la deportación de su marido, el doctor Miklos Lengyel, para “trabajar en un hospital en Alemania”, decidió acompañarlo junto a sus hijos y sus padres. Recién cuando los subieron a todos a los vagones hacinados que los llevarían a Auschwitz entendió su error. Suyo fue en 1947 el primer testimonio de un sobreviviente de Auschwitz-Birkenau, y se llamó Las cinco chimeneas . En México lleva más de 60 ediciones, en Argentina acaba de publicarse por primera vez.
Las cinco chimeneas eran los hornos crematorios de Birkenau en los que se quemaban los cuerpos de millones, incluidos los hijos de la autora. Los eufemismos eran la norma para referirse al exterminio de judíos. Incluso por parte de los mismos judíos: las compañeras de cautiverio de Lengyel llamaban “panaderías” a los hornos.
Con el pasar de los años los eufemismos se dejaron atrás, y en sus siguientes reediciones en múltiples idiomas el libro de Lengyel pasó a llamarse Los hornos de Hitler . Menos poético, pero mucho más claro.
Allí, se podían reducir 360 cadáveres a cenizas cada media hora, y 17. 280 cadáveres cada 24 horas. A ellos se sumaban los casi 8 mil muertos que todos los días eran enterrados en fosas comunes. En total, los nazis producían alrededor de 24 mil cadáveres por día.
El valor literario de Los hornos de Hitler no desentona con el incalculable valor testimonial del libro. El drama de la autora-protagonista colabora con el dramatismo de la historia. Desde la desacertada decisión de acompañar a su marido, con toda su familia, hasta el colosal error de decir que su hijo era menor de edad para evitarle los trabajos forzados –los que no podían trabajar eran asesinados–, hasta su trabajo en la enfermería, la propuesta de cambiar sexo por animales y la resistencia y los pequeños gestos de humanidad en medio de la degradación más absoluta. “Cuando un libro que ofrece un testimonio tiene además un valor estético dice más acerca de la complejidad del tema, porque la búsqueda formal en el decir deja más al descubierto en este caso lo imposible del relato”, explica la poeta y crítica literaria argentina Sara Cohen, quien ha reflexionado sobre algunos testimonios.
Para Jennifer Lemberg, coordinadora de la Memorial Library creada por Lengyel en Nueva York, la estética importa porque es otra herramienta que ayuda a recordar . “El libro de Olga sigue teniendo un profundo impacto debido a que fue escrito poco después de la guerra, proporciona una mirada cruda de la experiencia de las mujeres en los campos”, asegura Lemberg.
Es extraño, sin embargo, el desconocimiento generalizado que existe sobre el libro entre los estudiosos del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial en Argentina. Para Mario Feferbaum, presidente del Museo del Holocausto en nuestro país, el “olvido” del libro de Lengyel se debe a que la explosión sobre la “temática” fue recién en 1960, cuando el ideólogo de la solución final, Adolf Eichmann, fue secuestrado por los agentes de la Mossad en la provincia de Buenos Aires.
El de Lengyel comparte algunos rasgos característicos con testimonios imprescindibles, como Si esto es un hombre , de Primo Levi. La culpa por sobrevivir, por no haber sabido evitar llegar a los campos o no haber hecho lo suficiente para salvar a otros, son algunos de ellos.
Olga Lengyel era rumana y médica. Sobrevivió a la muerte de su marido, sus hijos y sus suegros. En Auschwitz trabajó en la enfermería y colaboró en la rebelión que destruyó uno de los hornos crematorios .
Einstein le dijo a Lengyel: “usted ha prestado un verdadero servicio al permitir que hablen los que ya están silenciados y casi olvidados”, omitió decir que el servicio también se lo prestó a la literatura.