OPINION – En su libro The Real Odessa, publicado a comienzos de 2002 en Londres, de reciente aparición en los Estados Unidos y de inminente lanzamiento en Argentina, el escritor argentino Uki Goñi relata la historia de un centenar de judíos argentinos ignorados por la Cancillería argentina, muy a pesar de los reiterados esfuerzos de los más altos jerarcas del nazismo para evitar su exterminio. ”Una y otra vez Berlín ofreció a Argentina la oportunidad de repatriar a sus ciudadanos judíos -alrededor de cien- que vivían en Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Italia y Grecia. El ministro de Relaciones Exteriores, Joachim von Ribbentrop, se mostraba especialmente precocupado por el destino de estas personas”, afirma Goñi.
Ribbentrop, conspicuo antisemita y el primer criminal de guerra en ser colgado después de los juicios de Nurenberg, no obraba motivado por nobles sentimientos humanistas. Su estrategia era preservar -a pesar de la cerrada oposición de Heinrich Himmler, jefe máximo de las SS- la excelente relación que la Alemania de Hitler mantenía con la Argentina conducida por los coroneles de Perón. Argentina proveía a Alemania una discreta pero eficiente cobertura a una vasta red de espionaje nazi así como un escenario ideal para el lavado de dólares estadounidenses y la provisión de suministros esenciales para el esfuerzo que demandaba la guerra.
En enero de 1943, sostiene Goñi en un trabajo impecablemente documentado, el embajador argentino en Vichy, Ricardo Olivera, fue llamado por los alemanes para discutir la repatriación de alrededor de quince argentinos que vivían en Francia. Los nazis querían dejarlos ir y le dieron a Olivera tres meses para que arreglase la evacuación. Seis meses después la respuesta no había llegado. Ribbentrop llegó a enviarle al mismísimo Adolf Eichmann un memorándum en el cual le recordaba la necesidad de preservar las vidas de los ciudadanos argentinos.
En marzo del mismo año fue convocado Luis H. Irigoyen, secretario de la embajada argentina en Berlín, delegación en la cual revistaban numerosos simpatizantes del nacional-socialismo, muchos de ellos en el bolsillo del servicio secreto de Himmler, según Goñi. En Cracovia sobrevivían 59 argentinos, siete en Holanda y otros tantos en Grecia. Dieciséis documentos de identidad argentinos le fueron mostrados a Irigoyen a modo de prueba de lo que se le hablaba. El diplomático apenas les echó un vistazo y señaló: ”Son falsificaciones. La embajada argentina no está interesada en los portadores de esos documentos apócrifos”.
El 26 de enero de 1944, y como resultado de la intensa presión aliada, Argentina rompió relaciones diplomáticas con el Reich. Los judíos argentinos ya no gozaron de protección, fueron detenidos y transportados al campo de Bergen-Belsen. Sobre el destino de estos ciudadanos argentinos es poco lo que se sabe, aunque se presume con fundamentos que la mayoría pereció exterminada. ”Argentina se convirtió así en el único país en el mundo en negarse a repatriar a sus ciudadanos”, subraya el autor. De acuerdo con Goñi, Irigoyen no hizo sino seguir al pie de la letra las indicaciones de la secreta Directiva 11 del ministro de Relaciones Exteriores José María Cantilo que, sin mencionarlos, aludía a los judíos cuando instruía a los consulados argentinos en todo el mundo ”negar visas, aun de turismo o de tránsito, a todas las personas que abandonen su país de origen por indeseables o por haber sido expulsados, cualesquiera sean los motivos”. La Directiva 11, firmada el 12 de julio de 1938, ”era el equivalente de una sentencia de muerte para miles de judíos europeos”, señala Goñi.
Resulta al menos llamativo que el mismo Luis H. Irigoyen haya sido incluido, junto a otros once diplomáticos argentinos, en un ”Listado de diplomáticos que salvaron judíos”. La lista fue elaborada por la ”Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades del Nazismo en la Argentina” (CEANA), organismo de la Cancillería argentina, para la exhibición ”Visasa la Vida”, presentada en la última edición de la Feria del Libro, en Buenos Aires. Sería un gran aporte a la verdad histórica que esta evidente contradicción sea aclarada para que todas las personas de buena voluntad puedan honrar la memoria de los verdaderos salvadores sin equívocos de ninguna naturaleza. Los argentinos que perecieron en el Holocausto merecen que se los recuerde con dignidad y respeto.
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