Los archivos argentinos siguen efectivamente cerrados a los investigadores independientes que quieran ver lo actuado con el Reich. Un roce con la Fundación Wallenberg es otra prueba.
Todo indica que las amistosas relaciones de Argentina con el Tercer Reich van a seguir siendo un hecho maldito, algo que no se menciona. La respuesta oficial de la Cancillería argentina a una carta de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg demuestra materialmente que la negativa cerrada a investigar ese período vergonzante sigue siendo política de Estado. La carta toca un tema particularmente espinoso: según el Estado argentino hay once diplomáticos ”que salvaron judíos” y merecen homenaje y memoria. Pero Cancillería nunca exhibió la documentación que probaría los actos de sus funcionarios y la lista incluye nada menos que a Luis H. Irigoyen, del que sí está documentado que hizo lo indecible para vedar la emigración judía a la Argentina durante la guerra y hasta se rehusó a ayudar a argentinos judíos que vivían en Europa. De hecho, por su intervención estos compatriotas fueron exterminados por los nazis.
La Fundación Wallenberg homenajea al diplomático sueco que salvó cientos de vidas hacia el final de la Segunda Guerra Mundial y pagó con su vida sus actividades a favor de los judíos y otros grupos perseguidos. A mediados de noviembre, la Fundación escribió al canciller Carlos Ruckauf pidiendo ayuda en esclarecer ”una situación” que los intrigaba. Según parece, la Comisión de Esclarecimiento de las Actividades Nazis en Argentina, CEANA, se dedicó a compilar una lista de ”diplomáticos argentinos que salvaron judíos”, lista que fue homenajeada en la última Feria del Libro en una muestra llamada ”Visas a la vida”. La Fundación Wallenberg destaca en la carta que la muestra mezclaba a estos argentinos con ”probados salvadores” como el nuncio vaticano Angelo Rotta, el portugués Sousa Mendes y el mismo Wallenberg.
No es que la fundación cuestione de por sí la presencia de los argentinos en el mismo ámbito: lo que solicita es la documentación que pruebe que mercen estarlo, documentación que pidieron ”en más de una oportunidad” a la CEANA y nunca recibieron.
Cancillería, al contrario de la CEANA, contestó a la fundación. Pero tampoco entregó -ni ofreció entregar- documentación alguna. Firmada por el subsecretario de Política Exterior Fernando Petrella, la nota es un modelo de diplomacia que explica que la lista fue compuesta no sólo por el ministerio sino por investigadores de la CEANA y, parcialmente, por el Centro de Estudios Sociales de la DAIA. También señala que sus nombres fueron implícitamente aceptados por Israel y la comunidad judía internacional, ya que en un acto de homenaje a sus nombres habló el embajador israelí Benjamín Orón y estuvieron presentes ”representantes del Congreso Judío Mundial y la B’nai B’rith.”
Petrella adjunta ”las sinopsis biográficas” de doce -y no once, como figuraron en la Feria del Libro- ”argentinos nativos y naturalizados” cuya ”humanidad y actuación solidaria con las víctimas del nazismo los llevó a ingresar en los registros oficiales argentinos y alemanes”. Para cubrirse preventivamente, Petrella aclara que estos funcionarios no están en la lista de ”Justos entre las Naciones” que sólo puede compilar el Yad Vashem israelí.
Lo que no adjunta Petrella son las referencias concretas a qué ”registros oficiales argentinos y alemanes” se refiere exactamente, a qué documentación probaría la humanidad de estos diplomáticos. El detalle es relevante, porque no sólo muestra una vez más la impenetrabilidad de los archivos del ministerio de Relaciones Exteriores, sino que cubre la inclusión en la lista que él mismo ofrece de la figura de Luis H. Irigoyen.
Cancillería describe a Irigoyen como un diplomático de carrera que fue agregado civil en Berna y Berlín entre 1927 y 1937, y secretario de segunda en Alemania entre 1937 y 1944, quedando como encargado de negocios dos veces entre 1937 y 1942. La nota de Petrella indica que ”los archivos alemanes” revelan que Irigoyen ”se interesó” por lograr que los nazisdejaran emigrar a la Argentina a la empleada de la embajada argentina en Viena Ilse Sara Schnapek, judía polaca, junto con su madre y su hermana. Según las mismas fuentes, continúa la nota, Irigoyen intercedió para que una judía argentina, Rosa Kulka, recibiera tarjetas de racionamiento en 1943. El secretario habría evitado la deportación del argentino Israel Hecht, habría protestado por los intentos de deportación a Alemania de la comunidad judía argentina en Grecia y contra la imposición a esos mismos compatriotas del uso de la estrella amarilla.
Como Cancillería en ningún momento dice a qué archivos alemanes se refiere en particular, es difícil saber si se trata de los mismos que consultó el investigador argentino Uki Goñi para su libro La auténtica Odessa. En esa estremecedora historia de cómo Juan Perón armó una vasta red de inteligencia para traer al país a cientos de criminales de guerra alemanes, croatas, italianos, franceses, holandeses y belgas, Goñi cuenta con un notable nivel de detalle y documentación la constante política exterior argentina de evitar la llegada de perseguidos europeos y colaborar con los nazis, antes, durante y después de la guerra.
Lo impactante es el volumen de documentación que aporta Goñi, rigurosamente anotado y detallado en notas al pie. Sucede que lo que Argentina todavía mantiene en secreto, Alemania ya lo abrió a los investigadores. Los documentos alemanes citados por Goñi pintan a Irigoyen bajo una luz muy distinta, como un diplomático que exasperaba al canciller alemán Ribbentrop por su cazuda negativa a evacuar a los judíos argentinos de Europa. Ribbentrop defendía a este grupo de judíos en particular para mantener buenas relaciones con un país que funcionaba como un aliado, y no entendía realmente la desidia argentina en aprovechar la oportunidad de salvar conciudadanos.
Irigoyen llegó al extremo de negar que cientos de argentinos judíos residentes en Europa fueran realmente argentinos. Lo hizo viendo una lista que los alemanes -y no él- se habían molestado en compilar. El destino final de esos compatriotas fueron las cámaras de gas.
Pero todo indica que ni esta investigación tan documentada -con número de legajo, carpeta, caja y hasta estante- pueda conmover al Estado argentino. El mismo que no ve nada de notable en que un antisemita estridente como Hugo Wast siga siendo homenajeado con una sala en la Biblioteca Nacional. O que Irigoyen sea forzado en listas de hombres justos, cuando entregó a los nazis a conciudadanos que debía defender.
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