I. En la presencia de Jesús resucitado
”Es verdad, ¡el Señor ha resucitado!” Lo nuevo ha irrumpido. Aquí se funda nuestra alegría. Aquí tiene su raíz la esperanza. Es el acontecimiento siempre actual, cuya fuerza opera en la historia como desde su propio núcleo; siempre en condiciones de alumbrar su novedad inspiradora en cada época. Capaz de despertar el asombro y el júbilo y de mover al coraje y a la audacia.
Que la fuerza poderosa del Resucitado, poder suave y discreto, emerja hoy entre nosotros renovándonos y transformando nuestras comunidades educativas.
”Ustedes son testigos de todo esto.” Testigos en el tiempo de la posmodernidad. Insertos en una transición que alguien bien podría calificar como cultura del naufragio. Lectura que no nos encierra en el pesimismo sino por el contrario: nos dice reto, desafío, vocación. En dicha situación tenemos parte activa: ser náufragos. El náufrago siempre está solo con su propio ser y su propia historia: ésta es su mayor riqueza. Claro que subsiste la tentación ante la crisis, de reconstruirlo todo por inercia con los trastos viejos de un barco que ya no existe o la de caer en la mera repetición o en el esnobismo desesperanzado de quien se acomoda sin más a los tiempos que corren.La clave está en no inhibir la fuerza creativa de nuestra propia historia, de nuestra historia memoriosa. El ámbito educativo, en cuanto búsqueda permanente de sabiduría es un espacio indicado para este ejercicio: reencontrarse con los principios que permitieron realizar un deseo, redescubrir la misión allí escondida que pugna por seguir desplegándose.
Memoria que es anámnesis, reactualización y reencuentro, como en la celebración eucarística donde nos reencontramos con nuestra carne y la de nuestros hermanos en la Carne de Cristo. Memoria es ir a las fuentes a la vez que dar con el sentido, ahondarlo y avanzar luego con direccionalidad. Por eso tiene que ver con el ser y con el destino.
Vemos tanta memoria enferma, desdibujada, desgarrada en recuerdos incapaces de ir más allá de su primera evidencia, entretenida por flashes y corrientes de moda, sentimientos del momento, opiniones llenas de suficiencia que ocultan el desconcierto. Todos esos fragmentos quieren distraer, oscurecer y negar la historia: El Señor está vivo y está en medio de nosotros, El nos llama, El nos sostiene, en El nos reunimos, y El nos envía. En El somos hijos, en El hallamos la estatura a la que estamos llamados.
II. Asumiendo los desafíos de nuestra cultura
Afirmamos que todo avance no arraigado en la memoria de nuestros orígenes que nos dan el existir, aún el cultural y el histórico, son ficción y suicidio. Una cultura sin arraigo y sin unidad no se sostiene.
Nos mueve, pues, la búsqueda de la plenitud de la existencia humana situada en el contexto epocal que le da carácter peculiar y determina posibilidades. Hay una tensión bipolar entre plenitud y límite. Entonces cabe preguntarnos: ¿Cuál es la antropología sobre la cual debe apoyarse la acción educativa y el anuncio evangelizador? Esto nos lleva a intentar una justa aproximación valorativa de la época.
Son rasgos expresivos del hombre de hoy la mentalidad tecnicista juntamente con la búsqueda del mesianismo profano. Generan el hombre gnóstico: poseedor del saber pero falto de unidad, y por otro lado necesitado de lo esotérico, en este caso secularizado. La tentación de la educación es ser gnóstica y esotérica, al no saber manejar el poder de la técnica desde la unidad interior que brota de los fines reales y de los medios usados a escala humana.
Cuántos son además los que reducen política a retórica u optan por enredarse en análisis de coyuntura más que trascenderse en la captación de los signos de los tiempos. O los que no escapan a la seducción cultural que hoy ejerce la autonomía de la semiótica que poco a poco va creando un mundo de ficciones con peso de realidad. Hay que liberar la antropología del enjaulamiento de los nominalismos.
Por otra parte podemos encontrar una legión que se aferra a sus temores conscientes o inconscientes, enarbolando banderas de dioses que justifican sus aberraciones o simplemente sus prejuicios o ideologías. Es así que desde el fundamentalismo de cualquier signo hasta la new age, pasando por nuestras propias mediocridades en la vida de fe o de aquellos que usan elementos cristianos pero que diluyen en la neblina lo esencial de la fe, los náufragos posmodernos nos hemos nutrido en la poblada góndola del supermercado religioso. El resultado es el teísmo: un Olimpo de dioses fabricados a nuestra propia ”imagen y semejanza”, espejo de nuestras propias insatisfacciones, miedos y autosuficiencias.
El sincretismo conciliador que fascina por su apariencia de equilibrio, también abunda. Evita el conflicto no por resolución de la tensión polar sino simplemente por balanceo de fuerzas. Adquiere sus mayores dimensiones en el área de la justicia y a precio de los valores. En sí mismo se considera un valor y su basamento radica en la convicción de que cada hombre tiene su verdad y que cada hombre tiene su derecho: basta con que se guarde equilibrio. Gusta proclamar los valores comunes que no son ni ateos ni cristianos. si no más bien neutros o que son, como suele decirse, transversales respecto de las identidades y de las pertenencias. Es pues la forma más larvada de totalitarismo moderno: el de quien concilia prescindiendo de valores que lo trascienden. Se da un desplazamiento hacia una moralina conciliadora de estructura totalitaria en contra de los valores más hondos de nuestro pueblo.
Cercano está el relativismo, fruto de la incertidumbre contagiada de mediocridad, que es la tendencia actual a desacreditar los valores o por lo menos que propone un moralismo inmanente que pospone lo trascendente reemplazándolo con falsas promesas o fines coyunturales. La desconexión de las raíces cristianas convierte a los valores en mónadas, lugares comunes o simplemente nombres. De ahí al fraude de la persona hay un paso. Porque en definitiva, una antropología no puede eludir la confrontación de la persona con la Persona que trasciende y que la fundamenta en esa misma trascendencia.
Hermanada a éstos, encontramos la pretendida búsqueda de una puridad que está a la base de cualquier forma de nihilismo. Parecen evocar los dones preternaturales: razón pura, ciencia pura, arte puro, sistemas puros de gobierno. Esta ansia de puridad, que a veces toma forma de fundamentalismo religioso, político, histórico, se da a costa de los valores históricos de los pueblos y aísla la conciencia de tal manera que le impide captar y aceptar los límites de los procesos. El hombre de carne y hueso, con una pertenencia cultural e histórica concreta, la complejidad de lo humano con sus tensiones y sus limitaciones, no son respetados ni tenidos en cuenta. La realidad humana del límite, de la ley y las normas concretas y objetivas, la siempre necesaria y siempre imperfecta autoridad, el compromiso con la realidad, son dificultades insalvables para esta mentalidad.
Un nuevo nihilismo que ”universaliza” todo, anulando y desmereciendo particularidades o afirmándolas con tal violencia que logra su destrucción. Esa tendencia a uniformar políticas hacia un «nuevo orden», por la internacionalización total de capitales y de medios de comunicación nos deja un agrio sabor de despreocupación por los compromisos sociopolíticos concretos, por una real participación en la cultura y valores locales. No podemos reducirnos a ser un número en las estadísticas de las encuestas de opinión o en los estudios de mercado, o un estímulo para la publicidad.
El hombre de hoy experimenta el desarraigo y el desamparo. Lo llevó hasta allí el afán desmedido de autonomía heredado de la modernidad. Ha perdido el apoyo en algo que lo trascienda. Aquí se da una tensión entre los opuestos regla-originalidad, en la que hay que evitar caer en la coerción -que es exageración de la regla-, como en la impulsividad -que es exageración de la originalidad-. De ese alejamiento de las raíces constitutivas deviene la tentación de los retornos y de los refugios culturales. Al encontrarse dividido, divorciado consigo mismo, confunde la nostalgia propia del llamado de la trascendencia con la añoranza de mediaciones inmanentes también desarraigadas.
III. Proyectemos nuestra mirada confiada
”Yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto.”
Basados en la promesa triunfa la esperanza. No dejen sus lugares. Permanezcan juntos. El Don que es fuerza, hará nuevas todas las cosas.Estamos invitados a tejer una ”cultura de comunión”. Y una mística auténtica recuperada es fundamentalmente incisiva: se impone hacia fuera pero no con violencia titánica, sino más bien con esa mansedumbre que nace de la sabiduría y va ganando espacio por su suave luminosidad.
Nuestra consagración a Dios Padre desde la cosmovisión que implica el nacer en el seno del Cuerpo Místico del Verbo Encarnado y especialmente de la experiencia de vida del pueblo fiel creyente, nos ubica en una clara posición de fundamentación e identidad propios.
Hoy convivimos con una humanidad inquieta, buscadora de sentido de su propia existencia, deseosa de articular lenguajes y discursos para reconstruir una armonía del saber perdida, ansiosa por integrar su ”yo” ante tantas inseguridades. No podemos dejar de ver esta búsqueda espiritual como signo del Espíritu de Dios.
Nuestro aporte irá a superar la inercia que lleva a reconstruir lo que fue ”el ayer” cuando sólo se tiene en la playa los restos de un viaje trunco. Como los primeros cristianos -el contemplarlos puede ser una visión analógica de utilidad para reencontrarnos con el espíritu de nuestra misión- debemos anunciar, no sólo con mensajes convincentes sino fundamentalmente con nuestra vida, que la verdad basada en el amor de Jesucristo a su Iglesia es realmente digna de fe. Porque hartos de mensajes, ninguna voz suscita confianza y corremos el peligro de caer en la incertidumbre y en la mala indiferencia, graves enfermedades del espíritu.
Cuando nuestra Madre, la Iglesia, nos remite a una norma objetiva, a una enseñanza, no hace sino traducir al pensamiento y a la praxis, la condición humana esencial y por ende hace a su dignidad personal que cada hombre la tenga como horizonte de su accionar, más allá de cualquier cultura y situación. La posibilidad de criticar y autocriticarse, al medio y a sí mismos, con una principalidad y normativa que esté más allá de toda otra, ayudará a madurar. Es bueno tener una palabra última a la cual referirnos, la que nos libere de todo condicionamiento y nos refiera a nuestra esencia.
Hoy, más que nunca, el camino es la santidad: ser testigos veraces de lo que se cree y se ama y vivirlo en fraternidad. Intentando ser reflejo, no de nuestras opacidades, sino de la Palabra de Otro. Esto es verdadera realización simbólica: la de un deseo unido al de Aquel que no podemos explicar, pero que lo hemos visto porque nos hemos dejado encontrar por El y lo hemos amado. Y el símbolo, bien sabemos, crea cultura.
Esta conversión creativa, en nuestros criterios, en nuestras metodologías, en la búsqueda incesante de la verdad -que no pretende ser omnipotente sino crucificada- que surge de todo encuentro real con Jesucristo nos lleva a plasmar una vida comunitaria en la que dé gusto adentrarse en la Verdad y la Belleza, donde nos sintamos invitados a vivir el Bien. Por otra parte, en el silencio del estudio, en la humildad del compartir y ayudarse, está el remedio contra la mediocridad que lleva a la corrupción y al desinterés, ambas cosas que tanta incertidumbre provocan en nuestros jóvenes, y que tanto motivan a la evasión y la superficialidad.
Fundados en el misterio de Dios manifestado en la Carne de Cristo podemos delinear la tarea formativa de nuestros colegios: ser reflejo de la esperanza cristiana de afrontar la realidad con verdadero espíritu pascual. La humanidad crucificada no da lugar a inventarnos dioses ni a creernos omnipotentes; más bien es una invitación -a través del trabajo creador y el propio crecimiento- a creer y manifestar nuestra vivencia de la Resurrección, de la Vida nueva.
Es misión de la escuela formarse y formar en esta conciencia: el hombre es hijo, filiación en el Unigénito del Padre, y por tanto hecho para aspirar a su Deseo, su Voluntad, que siempre reorienta la propia. La ilusión relativista de que en uno mismo está la propia orientación no es si no un viaje náufrago más, que marca una nueva frustración. Los seres humanos no podemos vivir sin Ley que nos estructure, sin Llamado que nos oriente, sin Calidez de Padre que nos convoque.
El espíritu relativista busca evitar las tensiones, los conflictos; teme la verdad. Nos da miedo, en estos tiempos donde todo parece moverse por puro interés, pensar que algo pueda ser Don, que hay un Amor que nos sostiene y que la única garantía de ser libres en plenitud, está en abrazarse a esa Verdad.
La concreción de la verdad que creemos es posible en las particularidades diferenciadas. De comunidades pequeñas pero conscientes de su identidad, afirmadas sin soberbias ni estereotipos sino con la serenidad de quien cree y convoca con su solo ejemplo, es posible engendrar a aquellos que sean capaces de grandes deseos y grandes renuncias. Nuestra pasión es engendrar verdaderos hijos de esa Verdad, aunque estemos ausentes de proyectos mundanamente ambiciosos.
IV. A nuestras comunidades educativas
Nos convoca una obra de amor: educar. Educar es dar vida. Pero el amor es exigente. Pide comprometer los mejores recursos, las ganas no ciclotímicas, despertar la pasión y con paciencia ponerse en camino.
Son nuestros colegios ámbitos privilegiados de encuentro interhumano. Cada hombre y mujer es único, es inalienable e irremplazable; debe ser esa unicidad la que inspire la armonización en un plano superior de las inevitables tensiones de los momentos de crisis. Y son también un lugar propicio para la animación de una experiencia de vida orientada al encuentro y a la solidaridad, expresión lo más acabada posible de lo que es ser comunidad.
Que cada persona que se sume al proyecto para ejercer su rol de educador lo haga en sintonía plena con el ideario, con disponibilidad a la obra común, asumiendo con responsabilidad el espacio que se le confía. Y así cada uno con su peculiaridad hará más rico el intercambio, sirviendo a un proyecto mayor y perdurable. Proyecto que no es otro que el de Dios para el hombre.
Un clima especial debe imperar. Marcado por la búsqueda de la sabiduría. Con seriedad académica vayan desplegando la rica y variada información científica, pero favoreciendo la integración del saber. Tarea ímproba que debe ser acompañada por un doble movimiento: ayudar a bucear en profundidad, desarrollando la capacidad de ver más allá, de captar los signos y alusiones sumergidas en las cosas y en los acontecimientos; y en todo lo que corresponda, posibilitar el encuadre y la síntesis con la cosmovisión católica del mundo y de la historia. Aquí vemos como urgente una mayor cooperación interdisciplinaria entre las ciencias y la teología, que facilite la contemplación de la sinfonía de la creación.
Queridos educadores: qué grande es la tarea que Jesús pone en sus manos. Cultiven su personalidad, trasmitan con su ser un estilo, una certidumbre. No sucumban a la tentación de prorratear la Verdad. Que esa suerte de paternidad y maternidad no descrea de las capacidades de los alumnos, nivelando para abajo por medio del consenso negociador, del pacto demagógico, consintiendo el cotidiano ”zafar”.
Hagan amar a Jesucristo. Muestren el esplendor de la verdad que aparece para el que sabe ver, emergiendo de cada rincón de la naturaleza o de las obras de los hombres. Forjen ideas luminosas para que apropiándoselas orienten a los jóvenes y niños por los campos de la vida. Ayuden a generar lazos y vínculos con personas, ideas y lugares, porque se crece alimentando pertenencias.
Muy queridos chicos: recuerden siempre que el Dios bueno y todopoderoso que creó el universo, es nuestro Padre. De El recibimos todos los regalos mejores. Nos presentó a su Hijo Jesús como el mejor amigo y modelo. Que entre sus alegrías cuenten con la de saberse y sentirse muy amados por Jesús. Por lo tanto, les quiero pedir que hablen con El todos los días, en la oración confiada y sencilla.
Queridos chicos: quieran a sus colegios; tengan muchos amigos y no dejen pasar la hermosa oportunidad de crecer estudiando con ganas, rodeados por los cuidados, el cariño y el interés de sus padres y maestros. Ahora, tómense un momento para recorrer con la memoria, las caras de todos sus compañeros, deténganse por un instante en sus miradas: ámenlos como Jesús los ama a ustedes.
Muy queridos jóvenes: vean en Jesús el ideal de hombre que sufre, llora y se alegra, que trabaja y reflexiona con hondura, que ama entrañablemente hasta dar la vida; que vive en plenitud, porque se sabe amado sin condiciones y hasta el final, por el Padre.
Queridos jóvenes: apunten alto. Aprendan a conocerse y a conocer el mundo que Dios hizo para ustedes. Dominen las disciplinas que les permitirán ir desentrañando la verdad, no sólo para satisfacción personal, sino para compartirla por amor en el lugar que elijan para servir mejor a los demás.
Reconcíliense con el esfuerzo por mantenerse de pie, superando los tropiezos. Tengan pasión por la Verdad, el Bien y la Belleza. No caigan en la tentación del facilismo que los hace débiles. Sepan que en una existencia sin trascendencia, las cosas se vuelven ídolos y los ídolos degeneran en demonios que asolan y devoran a los mismos que pretendían disfrutarías.
Queridos padres: es un honor y un deber para la Iglesia, el acompañarlos en la magnífica tarea de educar a sus hijos. Defiendan esos ámbitos sagrados que son las escuelas. Estén presentes, no se desliguen ni se desentiendan. Sus hijos siempre los necesitan cerca. No se desalienten. Déjense enseñar en lo que corresponda, a la vez que siguen el delicado instinto que Dios puso en ustedes. Y no se olviden: Dios es buena compañía para todos y en todo momento.
Ustedes eligieron y decidieron cuál sería la escuela para sus hijos. Forman parte de una comunidad comprometida en la formación integral de ellos. Procuren que haya armonía en los mensajes que tienen como destinatarios a esas personas que revisten en sí esta doble condición: hijos y alumnos; ellos merecen y demandan coherencia. Nuestro servicio de adultos, que han caminado y quizás errado la senda o tropezado, será el de buenos baqueanos que recomiendan los mejores senderos, para que los más jóvenes puedan recorrerlos.
Queridos directivos y todos aquellos que tienen responsabilidades de conducción: mis mejores deseos para la gestión de ustedes, que tanto significa para la marcha de sus centros. A veces la carga se torna pesada. No están solos. Cuiden con amor e idoneidad de cada uno y del conjunto, y sentirán a su vez la suavidad de una Presencia que los sostendrá y animará a ustedes.
Estén atentos al alimento que reparten en sus casas. No hay mejor memoria que la de un alumno agradecido.
Con la fuerza que viene de lo alto, con todo mi afecto, quiero desearles a todos los miembros de nuestras comunidades educativas de Buenos Aires, con el Apóstol:
”En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos. Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido,…, y el Dios de la paz estará con ustedes” (Flp. 4, 8-9).
En la Pascua, del año del Señor de 1998.