La distribución del ingreso continúa siendo un tema que interesa y preocupa. Con frecuencia se ofrecen datos y conceptos para medir y evaluar el impacto de los procesos económicos y las políticas de gobierno sobre el grado de igualdad distributiva. Es una preocupación comprensible y, por lo general, loable. Pero es anticuada.
Por mucho que se imaginen políticas públicas tendientes a mejorar el perfil distributivo y aumentar la equidad económica, es probable que el mundo siga conviviendo con altos grados de desigualdad, y es también probable que la desigualdad tienda a aumentar en ciertas fases de los ciclos económicos de largo plazo, cuando la productividad crece más rápidamente que la producción global.
La preocupación es anticuada, porque hay otros procesos distributivos que tienen consecuencias más serias sobre la igualdad de oportunidades que la distribución del ingreso. El más relevante de esos procesos es la distribución de la capacidad innovadora. La brecha entre las personas -y las empresas- con mayor potencialidad de innovación y las de menor capacidad es mucho más amplia que la brecha entre los más ricos y los más pobres. Es difícil cuantificarla, ya que carecemos de conceptos adecuados para establecer patrones de mediciones, pero podemos intuír que el cociente que mide esa distancia se acerca a infinito.
Para decirlo con términos de Toffler, la distribución del ingreso era un tema relevante en las sociedades de la ”segunda ola”, basadas en la producción de bienes; en las sociedades de la ”tercera ola”, basadas en la información, es más relevante la distribución de la capacidad innovadora.
Así, en la Argentina existen personas y empresas con altísimo potencial innovador, en algunos casos tan alto que se encuentran en los primeros rangos a nivel mundial. Sin embargo, muchos de ellos no pueden desarrollar plenamente esa potencialidad por la enorme distancia que los separa de gran parte de su propia sociedad, y el conjunto de la sociedad tampoco puede obtener plenamente los beneficios como resultado de la brecha.
Por ejemplo, alguien puede estar en condiciones de operar con procesos productivos altamente innovadores en cualquier punto del país -de hecho, eso ocurre en muchos casos, y no sólo en Buenos Aires-; pero para trasladar sus productos de un lugar a otro (por caso, para trasladar limones producidos con buena tecnología y adecuado management) debe congeniar con la policía de una provincia que establece una ”aduana interna paralela” obstruyendo el libre tránsito de productos en las rutas. En otras palabras, el innovador que está en la frontera tecnológica del mundo actual debe convivir con una institución de un primitivismo medieval que pone obstáculos al funcionamiento del mercado en el plano más físico y menos virtual que existe, el de las rutas por donde transitan los camiones. (El ejemplo está tomado de la provincia de Tucumán, Argentina, 1998, y es ilustrativo de lo que ocurre en nuestro país en muchos planos).
Los ejemplos son aun más dramáticos cuando centramos la atención en las personas altamente innovadoras en el campo de la tecnología. En ese campo, los innovadores se desenvuelven cómodamente en el mercado virtual -que está cien por ciento globalizado- pero la desigualdad distributiva margina a los demás de los intercambios provechosos con éstos, y dificulta el acceso a los conocimientos y los intercambios que hacen posible ser innovador. Muchísimas personas que disponen de las aptitudes, o de la motivación, necesarias para ser actores capaces de jugar en la frontera, se ven condenados inexorablemente a jugar en la retaguardia, donde hay menos oportunidades y donde los rendimientos del esfuerzo personal son insignificantes.
La desigualdad tecnológica puede ser compensada parcialmente por políticas públicas en mayor medida que la desigualdad en la distribución del ingreso. Así, por ejemplo, los gobernantes de la provincia argentina de Tucumán no pueden hacer casi nada para reducir la brecha económica inmensa que existe entre los ricos y los pobres de su provincia, pero podrían -si se lo propusieran- hacer algo para terminar con esa asombrosa ”aduana interna” que grava el tránsito de mercadería en las rutas de la provincia. Si los gobiernos avanzaran en informatizar la policía, reducirían la brecha acercando a los agentes de policía a la tecnología del mundo actual; además, harían más improbable la exacción ilegal a los camioneros y facilitarían el control de las irregularida-des. Pero no lo hacen, porque no consideran que esta desigualdad es un factor importante en la calidad de la vida social.
Además, si la Argentina lograse mejorar la equidad distributiva en la capacidad innovadora, es posible que mejorase un poquito la distribución del ingreso.
* Manuel Mora y Araujo es sociólogo, argentino. (Publicado en BAE, 11 de septiembre de 1998)