Entre los acontecimientos a escala mundial que marcaron el fin del modernismo, el Holocausto es el que más profundamente ha comprometido al hombre, no sólo en su condicion existencial, sino asimismo en su esencial realidad.
Ha conmovido las mismas bases, que parecían estables, de la filosofía, la política y la teología, repercutiendo en forma considerable en la conciencia de las iglesias.
El genocidio más horroroso en la historia universal ha planteado desafíos comprometedores al conciente colectivo. Por una parte quebró para siempre la fe proclamada por la modernidad en los mitos de la razón, el progreso, la cultura, la nación, la raza y la clase social.
La meditación de sus misterios no ha agotado aún en la profundidad de su mensaje. Ha tenido la fuerza de hacer saltar los seculares y rígidos cercos religiosos provocando, en casos en forma apremiante, la apertura al intercambio teológico y religioso.
Para los que otean buscando en el horizonte los signos de los tiempos, su carácter profético se transforma a su vez en la historia del futuro.
El Holocausto replantea las mismas raíces de la fe, por cuanto ha hecho cambiar a cristianos y judíos su discurso sobre Dios. Se da una amplia coincidencia de que no es admisible un mundo sin Dios como tampoco un Dios sin mundo. No cabe el tener un Dios como simple concepto, ya que está presente y actuante en la historia humana; no es un anónimo pues está bien identificado como Persona misericordiosa y compasiva.
La fractura del exterminio del pueblo judío se convierte en la sublimidad de la fe expresada, en medio de la persecución, en la inscripción hecha en los muros del gheto de Varsovia:
”Creo en el sol, aunque no brilleCreo en el amor, aunque yo no lo sientaCreo en Dios, aunque no lo pueda ver”
Esta metáfora de infinita fe es la que se reproduce en el frontís del Mural Conmemorativo a las víctimas del Holocausto. Instalado en la capilla Santa Teresa de la Catedral Metropolitana a instancias de la Casa Argentina en Israel Tierra Santa, organización interconfesional que presido desde 1993, se ha convertido en un símbolo único y sin precedentesen la historia de las relaciones judeo-católicas.
Como acción de fondo, el Holocausto sigue conmoviendo la sensibilidad de la fe tanto cristiana como judía en sus expresiones desde las bases hasta las cúspides.
Es cierto que la misma naturaleza íntima de la fe no dejó de alumbrar, aunque en penumbras, la lámpara votiva de la verdad y del amor, con anterioridad al Holocausto.
Así, en pleno dominio del nazismo, en el año 1938 el Papa Pío XI en exhortaciones a los responsables de la radio católica belga, les dice:
”Observad que Abraham es nuestro patriarca en la fe, nuestro antepasado. El antisemitismo no es compatible con el pensamiento de esta sublime realidad que proclamamos en la Santa Misa. Es un movimiento en el cual no podemos nosotros, los cristianos, tener participacion alguna. Por Cristo y en Cristo, somos de la descendencia espiritual de Abraham. El antisemitismo es inadmisible. Somos espiritualmente semitas”
Este mismo Pontífice un año antes, en 1937, había condenado el nacionalsocialismo en su encíclica dirigida al pueblo Alemán: ”Mit Brenender Sorge”. Estas definiciones del Pontífice impulsaron al gran filósofo Jaques Maritain al estudio y publicación de su esclarecedora obra sobre la cuestión judía.
Pero es el Holocausto el que provoca el reconocimiento de culpas por el secular resentimiento de hostilidad de los católicos hacia los judíos concientizando el gran pecado de omisión, al no prestar los cristianos toda la resistencia que tan alevoso genocidio reclamaba. Se ha hecho clara conciencia de esa culpable inercia e inexplicable silencio ante tan dramático genocidio.
También es cierto que numerosos cristianos, particularmente las bases, expusieron sus vidas para salvar muchas existencias judías.
Con todo, no fue una respuesta con-natural al sentir cristiano proporcionada a la gravedad de los acontecimientos, en particular por parte de los responsables en el magisterio de la fe.
Sincero reconocimiento de esa culpabilidad hicieron, días pasados, veinte obispos franceses presididos por el Cardenal Lertiguer, Arzobispo de París, pidiendo perdón a los judíos franceses sobrevivientes de los campos de exterminio nazi.
En el simposio sobre ‘Las raíces antijudías en el ambiente cristiano’ que finalizó el pasado 2 de noviembre en el Vaticano, con participación de sesenta estudiosos Cardenales y Obispos, se expusieron los fundamentos teológicos para un exámen de conciencia sobre esa responsabilidad de los cristianos con una invitación a la metanoia, es decir, al cambio de mentalidad y vida que formulará el Papa Juan Pablo IIa todos los cristianos del mundo como introducción al Jubileo del año 2000.
En la clausura del simposio, el Papa condenó con firmeza los sentimientos de hostilidad de los cristianos hacia los judíos, animosidad que impidió una resistencia contra las persecuciones antisemitas.
Juan Pablo II afirmó que en el mundo cristiano, no sólo por parte de la Iglesia como tal, las interpretaciones erradas e injustas del Nuevo Testamento relacionadas con el pueblo Judío y su pretendida culpabilidad, circularon durante mucho tiempo, engendrando sentimientos hostiles hacia ese pueblo.
El Holocausto encierra una fuerza transformante en la relación judeo-cristiana terminante en la Declaración Conciliar del Vaticano II Nostra Aetate de 1965.
Surge en la Iglesia Católica la conciencia de que la elección de Israel como pueblo de Dios es irrescindible e imprescriptible. Dios no ha cambiado sus promesas, aunque después de Cristo, tengan una nueva perspectiva.
Los judíos siguen siendo el pueblo elegido por Dios, como su primogénito. Se mantiene la Alianza, siempre amenazada y renovada, la presencia de Dios -”Shejiná” en su pueblo-, el Mesías Jesucristo del linaje judío en cuanto la carne y la sangre. Todo esto sigue siendo verdad a pesar de haber rechazado a Jesús como Mesías.
Los pensadores y religiosos judíos hacen también su examen de conciencia. Emil Fackenbrei confiesa que ”el Holocausto es un acontecimiento cualitativamente único, a cuya luz el judaísmo ha de contemplar nuevamente a Dios, a la humanidad y a sí mismo”. (‘To Mend the World’ – New York 1982.)
Por su parte Martín Gilbert en su monografía ”El Holocausto” narra la siguiente historia extraída de una cita del teólogo evangélico Eckeliard Bahr y publicado en Die Zeit el 28 de marzo de 1986.
”El joven Zvi Michalowski, juntamente con otros tres mil judíos lituanos, debía ser ejecutado por fusilamiento el 27 de septiembre de 1941. Inmediatamente antes que la ráfaga segara la vida de otros ejecutados, cayó en la fosa quedando vivo debajo de los cadáveres.
Durante la noche salió de la fosa y huyó hasta la aldea más cercana. Llamó a la puerta de una casa y su dueño, un labrador, se la abre y al verlo desnudo y cubierto de sangre lo rechaza diciéndole: ‘Judío, vuelve a la tumba que es tu lugar’. Desesperado llama a otra puerta. Una anciana le abre y el joven le dice: ‘Soy tu señor Jesucristo. He descendido de la Cruz. Mira la sangre y el dolor del inocente. Déjame entrar’. La anciana se arroja a sus pies y lo oculta durante tres días. El joven huye luego al monte y permanece allí como partisano hasta el final de la guerra”
Grande sigue siendo la conmoción de las conciencias que está causando para la salvación de la humanidad el intento criminal por exterminar al Pueblo de Dios
* El Pbro. Horacio F. Moreno fue Presidente de la Casa Argentina en Jerusalem. Buenos Aires, diciembre de 1997.