- La
paradoja argentina
Diario Clarin - Mayo, 2000
Se
cumplen cuarenta años del día en que Adolf
Eichmann fue capturado. Muchos de los que tuvieron la
fortuna de eludir la muerte aún viven y sus testimonios
nos permiten conocer la verdadera historia. Pero algún
día el último de los sobrevivientes y el
último de los testigos morirán. Será
entonces obligación de quienes los sucedan mantener
viva la verdad de lo ocurrido para las futuras generaciones.
En especial, cuando cobran protagonismo personajes que
desde un supuesto saber académico cuestionan la
exacta naturaleza de la Shoá (Holocausto) afirmando
con desvergüenza que las cámaras de gas de
Auschwitz no son sino una ingeniosa escenografía
dramática montada por las fuerzas aliadas de liberación.
Esta tarea tiene un sentido preciso
en Argentina pues su historia específica en la
materia es tan intensa como contradictoria. Centenares
de criminales de guerra nazis encontraron seguro refugio
en el país. Pero también miles de sobrevivientes
y perseguidos por pogroms o dictaduras gozaron aquí
de paz y prosperidad. Dos bombas volaron la Embajada de
Israel y la mutual judía (AMIA) y dieron muerte
a más de un centenar de personas en los mayores
atentados de la historia argentina. Sin embargo, un gobierno
del partido fundado por el general Perón condecoró
a la señora Emilie Schindler -por sugerencia de
nuestra fundación- en la misma Cancillería,
otrora ámbito donde se tejieron provechosas relaciones
con el régimen de Adolf Hitler. La Iglesia misma,
que hoy de la mano de un Papa singular realiza sinceros
esfuerzos de autocrítica sobre su pasado, alentó
desde su máxima jerarquía la instalación
en 1997 de un recordatorio a las víctimas de la
Shoá dentro de la catedral porteña, suceso
que no tiene precedentes en el mundo entero. También
vale reflexionar en torno a un caso testigo como el de
Eichmann para reivindicar a quienes, como el diplomático
sueco Raoul Wallenberg durante su misión salvadora
de decenas de miles de judíos en Budapest en 1944,
no se valieron de sus cargos públicos para el beneficio
personal y la rapiña, sino para servir y proteger
a quienes más los necesitaran. Aún a riesgo,
como Wallenberg, de perecer a manos de un totalitarismo
distinto a aquel contra el cual luchaba.
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