Es Aristides de Sousa Mendes, cónsul de Portugal en Burdeos, Francia, durante la Segunda Guerra Mundial
Son sólo papeles. Visas firmadas en setiembre de 1940 por Aristides de Sousa Mendes, cónsul de Portugal en Burdeos, Francia, que permitieron salvar a 30.000 personas. Fotos de refugiados en Lisboa, con la pérdida en los ojos. La orden del dictador Antonio de Oliveira Salazar, quien lo expulsó del servicio diplomático por desobedecerlo, y lo condenó a morir en la miseria. Papeles que testimonian dolores y esperanzas.
Con la muestra documental Vidas poupadas (Vidas salvadas), la Embajada de Portugal y la Fundación Internacional Raoul Wallenberg rinden homenaje a uno de los muchos hombres que, iluminados por el coraje, rescataron a miles de personas durante la Segunda Guerra Mundial. La exposición puede ser visitada de lunes a viernes hasta el 10 de agosto en Maipú 942, piso 17°, de 9.30 a 12.30 y de 14.30 a 17.
Los facsímiles expuestos no alcanzan para contar la hazaña de Aristides de Sousa Mendes, nacido en 1885 en el pueblo Cabanas de Viriato, al norte de Portugal. Pero explican por qué un aristócrata católico, conservador, antirrepublicano y monárquico, decidió rebelarse y afrontar las consecuencias.
Cursó diplomacia en la Universidad de Coimbra. En la Guyana Británica, Zanzíbar, Brasil, Estados Unidos, España y Bélgica fueron naciendo los 14 hijos que tuvo con su esposa Angelina.
La guerra
Estaba lejos de desear el oscuro destino de cónsul general en Burdeos, adonde lo envió Salazar en 1938. En setiembre del »39, ese puerto del sur de Francia se volvió un sitio peligroso. La guerra acababa de comenzar, y Sousa Mendes envió a sus hijos a Portugal; con él y su esposa sólo quedaron Pedro Nuno y José, los mayores.
A su despacho empezaron a acercarse los primeros refugiados. La directiva de Salazar era estricta: en nombre de la neutralidad y alineado con su vecino, el Generalísimo Franco, no debían emitirse visas a judíos ni a otras personas que no pudieran volver a su patria.
Para quienes no podían costearse un pasaje en barco desde Burdeos, la alternativa era Portugal, ya que los gendarmes españoles permitían el paso con visa de ese país. Sousa Mendes se permitió algunas desobediencias, que le fueron observadas por la policía portuguesa de fronteras.
En mayo, ante el avance de los alemanes, el consulado se vio sitiado por miles de desesperados. Oficiales austríacos, polacos y checos. Franceses, belgas y luxemburgueses antinazis. Intelectuales, artistas y periodistas que habían denunciado al fascismo. Miles de judíos que, de ser atrapados, serían enviados a los campos de exterminio. Entre ellos estaba el rabino Chaim Kruger con su familia, a quienes el cónsul llevó a vivir a su casa.
Envió cientos de telegramas en clave pidiendo autorización para emitir visas. En junio, ante la inminencia del armisticio francoalemán, los soldados rodearon el consulado. El diplomático abrió las puertas a los refugiados. La respuesta de Lisboa fue tajante: nada de visas.
Ancianos. Mujeres embarazadas. Chicos cuyos padres habían muerto en las rutas bajo las bombas alemanas. Miles de personas hambrientas durmiendo en el suelo y en las escaleras. Sousa Mendes cayó enfermo. Encaneció en tres días.
Miles de visas
Al cuarto, el 16 de junio de 1940, se levantó y encaró a la multitud: ”No puedo permitir que mueran. Muchos de ustedes son judíos, y nuestra Constitución establece que ni la religión ni las creencias políticas pueden ser usadas como pretexto para rechazarles la permanencia en Portugal”.
El cónsul armó una ”línea de ensamblaje” con sus hijos, su secretario y el rabino. El maratón de visados gratuitos duró tres días e incluyó a la familia imperial austríaca, los Habsburgo. El 19 de junio, Alemania bombardeó Burdeos.
Junto con la multitud aterrada que huía hacia el sur viajó Sousa Mendes. En Toulouse autorizó al vicecónsul a sellar pasaportes. En Bayona firmó más visas. Mientras Salazar enviaba funcionarios para detenerlo, el cónsul siguió estampando su nombre en Biarritz y en Hendaya, ya en la frontera y hasta sobre el puente. Puso el garabato mágico en cualquier documento e incluso en trozos de papel de diario. El 23 de junio lo atraparon.
El dictador recogió la gratitud de los refugiados, mantuvo las fronteras abiertas -por la ruta trazada por Sousa Mendes escapó un millón de personas-, pero ordenó juzgarlo. A las convicciones católicas del cónsul, el consejo disciplinario opuso las violaciones a las normas. Sousa Mendes fue destituido. Su nombre, prohibido durante décadas.
No hubo trabajo para los hijos. La familia empezó a comer con los refugiados en la Sociedad de Ayuda al Inmigrante Hebreo (HIAS). Recluido en Cabanas de Viriato, Sousa Mendes sufrió una hemiplejia. En 1948 murió Angelina. De a uno, la HIAS sacó del país a sus hijos. Tras la muerte del diplomático, la casona fue rematada. Todos los muebles habían sido vendidos; las puertas, convertidas en leña.
Recién en 1987, el presidente Mario Soares pidió públicamente perdón a sus familiares. Los 10.000 judíos que le debían la vida no lo habían olvidado. El monumento levantado frente a su casa resume su espíritu: ”Prefiero estar con Dios en contra de los hombres, que con los hombres en contra de Dios”.
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