El secuestro del jerarca nazi Adolf Eichmann, en 1960 en Buenos Aires, sorprendió al mundo entero por su eficacia y fue un dolor de cabeza para el presidente Frondizi. Al cumplirse 40 años de la operación israelí, su ejecutor, el ex agente Peter Malkin, lo recuerda en un reportaje exclusivo.
Uno momentito, señor”, espetó de repente Peter Malkin, un agente secreto israelí, con un acento inconfundiblemente alemán. Era el 11 de mayo de 1960, exactamente a las 20:20 horas. Por Garibaldi, una calle oscura de San Fernando, venía tranquilamente Adolf Eichmann, el jerarca nazi más buscado de entonces. El hombre que organizó en la Segunda Guerra el transporte de millones de judíos hacia su exterminio en los campos de concentración, estaba ahora viviendo en la provincia de Buenos Aires, en una casa paupérrima. Trabajaba en una fábrica alemana, de la que volvía indefectiblemente a la misma hora. Tomaba el colectivo 203, se bajaba en la ruta 202 y caminaba dos cuadras. Los servicios secretos israelíes habían espiado sus movimientos, sabían a la perfección su rutina. Tenían como misión secuestrarlo de la Argentina, para juzgarlo en Jerusalén. Y Malkin, nacido en Polonia, cinturón negro en karate, era el encargado de capturarlo.
Esta operación clandestina generó un gran debate en la Argentina y una enérgica protesta del gobierno de Arturo Frondizi en contra de Israel. Malkin confiesa que entonces no sabían que se iba a producir tanto revuelo. En todo caso, él la justifica como ”un acto humano”, una necesidad de saldar las cuentas con un responsable del Holocausto.
De contextura menuda pero firme, Malkin es un hombre sumamente curioso: nunca lo intimidó el peligro, es extremadamente sagaz y puede comportarse como una máquina de calcular. Sin embargo, también es un tipo sensible, de contagioso sentido del humor. De hecho, desde que dejó su carrera en los servicios de inteligencia, se dedica -no sin éxito- a la pintura. Zona lo entrevistó en Nueva York, en la sede del comité internacional Raoul Wallemberg, una organización nacida en la Argentina que se dedica a promover en todo el mundo la memoria del diplomático sueco que salvó a miles de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. ”Ese fue un hombre creado a la imagen de Dios”, dice Malkin con emocionada admiración.
Una tarea de especialistas
El comando que secuestró a Eichmann estaba compuesto ”enteramente por miembros del servicio secreto israelí”, afirma Malkin. Aún hoy él no puede precisar si hubo o no argentinos involucrados en otros aspectos de la compleja operación, que incluyó -por ejemplo- el alquiler de ocho casas de seguridad en Buenos Aires -un terreno absolutamente desconocido-, la adquisición de gran número de automóviles, que de todos modos se terminaban rompiendo a cada rato. Pero de una cosa sí está completamente seguro: ”el gobierno no sabía nada de nuestra presencia. Nadie en el gobierno nos ayudó”.
La presencia de Eichmann en la Argentina había sido descubierta por un viejo ciego, que había escuchado el nombre del nazi durante el juicio de Nuremberg. Su hija había conocido a Nicolás Eichmann -el hijo del nazi- por casualidad y él le pareció muy curioso. Luego, el señor alertó a un fiscal judío de Essen, Fritz Bauer, quien a su vez, comunicó el dato al gobierno de Ben Gurion. Israel enseguida envió un agente a la Argentina para ratificar la información pero según Malkin, el espía era un poco ”vago”, y volvió a Tel Aviv creyendo que Ricardo Klement no era el hombre buscado. Una segunda misión, sin embargo, logró identificar después al objetivo. Comenzaron los planes.
Malkin cree aún que el gobierno argentino conocía la identidad de Klement pero no la de Eichmann. De todos modos, dejaría a su familia en una posición incómoda cuando fuera secuestrado. ¿Qué denuncia harían a la policía? ¿La desaparición de un criminal de guerra o de un simple alemán? Esta ambigüedad le permitía a los israelíes sacar cierta ventaja. De todos modos, la operación tenía que hacerse de forma rápida y efectiva. Eichmann podía tener aliados en la Argentina.
Pero dentro del comando no había acuerdo en cómo desarrollar la logística del secuestro, lo que despertó agitadas discusiones internas. Finalmente se acordó que Malkin redujera a Eichmann a metros de su casa, mientras dos autos lo esperaban muy de cerca. ”Uno momentito por fa vor”, le dijo a Klement, que lo miró con desconcierto. Pero éste no pudo resistirse a la fuerza de su captor. El agente israelí le tenía tanta aprensión a su presa que se había comprado unos guantes de cuero para evitar tocarlo . ”Yo no iba a taparle la boca con mis manos a quien dio la orden para asesinar a mi hermana, a sus hijos, a tanta gente”, dice Malkin. Su hermana Frumma había muerto en el Holocausto y él tenía presente su imagen todo el tiempo.
Sin embargo, Malkin afirma que actuó con profesionalidad frente a Eichmann. ”Lo traté correctamente. La verdad es que no sentía por él odio. Lo único que sentía era que tenía que hacer el trabajo hasta el final” Esto era: llevarlo con vida a Jerusalén. Durante el cautiverio, sólo una persona del comando tenía autorización para hablar con Eichmann, un interrogador llamado Hans. Sin embargo, Malkin no pudo resistir la tentación de dialogar con el nazi, de tratar de indagar qué había en la mente de un hombre capaz de mandar a millones de personas a la muerte.
Pero, en realidad, quien rompió el silencio fue el propio Eichmann. ”El me preguntó, ¿Ud. es el hombre que me capturó? ¿Cómo lo sabe?, le respondí. Nunca me voy a olvidar que me dijo Uno momentito, señor. Me acuerdo de su voz”, dice Malkin que le respondió Eichmann. ”Eso abrió el camino para que pudiéramos hablar. Yo no hubiera sabido cómo hacerlo. ¿Cómo preguntarle por qué le hizo esto a los judíos? El Holocausto es un tema demasiado grande. Por eso, empecé preguntándole algo más simple. Le pregunté por su hijo. Entonces saltó, y me dijo, ¿lo mataste? Le respondí que no, que no teníamos nada en contra de su familia, y que si lo hubiéramos querido matar, ya le hubiéramos tirado un tiro a través de la ventana. Nuestro objetivo es llevarlo a Jerusalén”, le respondió el agente.
A continuación, Malkin siguió diciéndole: ”Quiero preguntarle por su hijo, con el que le he visto jugando, lo he visto abrazado tantas veces. ¿Por qué él está vivo, mientras que el hijo de mi hermana, que tenía los mismos ojos azules y cabellos rubios como su hijo, está muerto?”. Entonces, según cuenta ahora el entrevistado, Eichmannn le respondió: ”El era un judío, ¿no? Ese era mi trabajo. ¿Qué podía hacer yo? Yo era un soldado. También usted es un soldado. Usted me vino a capturar. Está siguiendo una orden”. ”No puede comparar la orden que me dieron a mí con la suya”, respondió Malkin. ”Yo no maté a nadie, sólo fui responsable por el transporte de la gente”, retrucó el secuestrado. ”Pero ¿adónde los llevaste?, a los campos de concentración, a sus muertes. Había mujeres, niños, mi hermana, sus hijos. ¿Esos eran sus enemigos?” Malkin recuerda que a Eichmann se le iluminaba el rostro cuando hablaba de Adolf Hitler. ”Para él era un dios. Me dijo que Hitler había cambiado la vida de los alemanes, les había devuelto el honor. Pero a él no le gustaba Himmler u otros jerarcas. Decía que éstos se habían escapado sin terminar su trabajo. En cambio, él se jactaba de haberse quedado hasta el último momento de la guerra. Para él, su tarea era lo más importante. Sin embargo, como los otros, terminó huyendo disfrazado de piloto” Eichmann debió permanecer diez días en cautiverio, mientras se hacían los planes para sacarlo clandestinamente de la Argentina. Entre tanto, se produjeron algunas situaciones ridículas, otras grotescas. En el comando había una mujer, llamada Rosa, que entre otras cosas debía cocinar. ”íPero no sabía ni hacer un huevo!”, recuerda entre risas Malkin. Ella era muy religiosa, por lo que toda la comida debía ser kosher. ”De qué te preocupás de que la comida sea kosher. Esto es para Eichmann”, le decía yo.
Sonríe también al recordar que Eichmann se negaba a ir al baño. Sólo lo hizo cuando le dieron la orden, en tono militar. Entonces, a cada una de sus flatulencias, pedía perdón avergonzado. ”El nunca pedía perdón por nada. Nunca reconoció su culpabilidad de nada. Nunca dijo lo siento por lo que le hice a tu hermana. Sólo pedía perdón por lo que sucedía en el baño”.
Los servicios secretos israelíes no querían llevarse sólo a este jerarca de la Argentina, sino también a Josef Mengele, el llamado ”Doctor Muerte”, del que tenían información de que podría encontrarse en el país. Eichmann, sin embargo, no estaba enterado de la presencia de otros nazis en Buenos Aires. Sus captores lo interrogaron varias veces sobre el tema, pero al final Malkin se convenció de que el prisionero estaba diciendo la verdad. ”Eso es ciento por ciento seguro. Eichmann era el hombre más buscado del momento. Todo el mundo estaba detrás de él. Por eso estaba viviendo en un lugar miserable. Nadie se le quería acercar. Era quemarse”.
Finalmente, llegó la hora de sacarlo de Argentina. En esos días se celebraba el 150 aniversario de la Revolución de Mayo y a los fastos habían sido invitadas delegaciones de todo el mundo. Entre ellas, había una israelí, que había llegado en un avión de la línea El-Al, que por primera vez aterrizaba en Ezeiza. La inteligencia israelí decidió entonces sacar al secuestrado en ese vuelo. Malkin, que era un maestro en las artes del maquillaje, disfrazó al nazi con el uniforme de la compañía aérea. Luego le inyectaron un tranquilizante, para simular que estaba borracho. Un falsificador preparó un pasaporte. El traslado se hizo sin problemas.
Malkin cree todavía que comandos nazis en la Argentina pudieron haber sospechado que los israelíes iban a sacar a Eichmann en ese vuelo. Sin embargo, afirma tajantemente que el gobierno de Frondizi no pudo haber estado en conocimiento de que el nazi sería evacuado en ese avión. ”El que diga lo contrario miente. Miente en un ciento por ciento”, sostiene.
Eichmann no quería ir a Jerusalén. Preguntaba por qué no a Frankfurt, por qué no a Munich. Pero finalmente terminó firmando una declaración de que salía voluntariamente de la Argentina. Quien lo convenció de ello fue Malkin, sobornándolo con vasos de vino kosher y cigarrillos. Al final, el secuestrado le terminó pidiendo a su secuestrador que lo fuera a visitar a Jerusalén. El agente le prometió que así lo haría y un buen día, meses más tarde, se apareció en el juicio. Entonces, pudo ver a su presa detrás de una caja de cristal. Ambos se miraron a la distancia. No había nada que decirse.
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