Mis queridos amigos.
Hace unos días le confesé a mi mujer, Silvia, que no sabía qué decir en este momento y eso que soy de carácter locuaz. Que me sentía apurado porque lo único que alcanzaba a pensar es que estaba emocionado y agradecido. Entonces ella, sin más me dijo: diles lo que sientes. Y eso es lo que quiero hacer en este instante y sin dilación: les aseguro que desde que me anunciaron el reconocimiento que hoy recibo de la Fundación Raoul Wallenberg he experimentado un carrusel de emociones que no me veo capaz de describir y les aseguro les estaré eternamente agradecido por ello. Gracias, desde el alma, por lo que están haciendo por mí.
Verán, siempre es un muy satisfactorio -y el que presuma de lo contrario, miente- recibir una felicitación pública por el trabajo de uno. Que alguien nos diga que nuestra labor está bien hecha nos gusta oírlo desde niños. Pero imaginen la sensación que me puede producir que mi oficio de periodista y unos reportajes sobre el Holocausto, reciban el reconocimiento de una Fundación que lleva el nombre y el espíritu de un héroe que encarna los mejores valores del ser humano: Raoul Wallenberg. Unos valores constatables, reales, auténticos, demostrados nada menos que en un momento en que la Historia puso a prueba a la Humanidad. Que mi propio nombre suene -aunque solo sea un instante y muy remotamente- relacionado con personas como Wallenberg, Sanz Briz, Julio Palencia, Miguel Ángel de Muguiro, Jorge Perlasca, José Ruiz Santaella y Carmen Schrader, Bernardo Rolland de Miota, Eduardo Propper de Callejón o Sebastián Romero Radigales….es sencillamente, muy emocionante.
En la introducción al e-book que hay en la Web de la Fundación di alguna pista sobre cómo nacieron los 16 reportajes que La Vanguardia dedicó al Holocausto que publicamos con motivo del 60 aniversario del nacimiento del Estado de Israel. Y hoy no quiero dejar pasar esta ocasión para contarles algunos de los pequeños secretos que hay detrás de la gestación de aquellos reportajes.
El asunto es que en esencia, el espacio disponible para publicar una noticia en un diario es muy limitado y está sujeto a lo que llamamos actualidad, de tal suerte que podría afirmarse que lo último que ha sucedido desbanca a lo anterior. El caso es que, en este mundo global en que vivimos, suceden tantas cosas y a tal velocidad que los periodistas de cualquier medio tenemos nuestra buena dosis de angustia diaria sólo para decidir qué noticia se publica y cuál se queda fuera. Todas no caben. Hay que escoger. Pues – y aquí les desvelo un pequeño secreto- si los responsables de los medios de comunicación ya se sienten desbordados por lo que sucede cada día, imaginen que pueden pensar cuándo un compañero les propone escribir de hechos que sucedieron hace sesenta años y de los que ya se han escrito decenas de relatos.
Pues en el caso de mi diario -y aquí está mi vicedirector, Alfredo Abián para desmentirme si no digo verdad- no hubo ni un instante de vacilación. Propuse el asunto y fue aceptado al momento. Fue cosa de dos minutos como máximo y creo que me excedo.
Un par de años antes había escrito una serie de 60 reportajes sobre el franquismo basada en un rastreo de documentos desclasificados por Estados Unidos. La serie, en la se relatan hechos relativos a España que van desde 1934 hasta la muerte de Francisco Franco en 1975, fue un éxito periodístico y mientras la escribía ya percibí que quedaba un vacío, un hueco histórico sobre el que no tenía documentación específica: La España de Franco y el Holocausto.
De ahí surgió la idea o mejor, la necesidad, de abordar el asunto de Franco y el Holocausto. Entonces rastreamos en Londres y el resultado fue -y este es otro pequeño secreto interno- sorprendente por lo inesperado; es decir que lo hallado era noticia, que es lo que buscamos los periodistas.
Entonces vimos que la política del franquismo inicial acerca de los sefardíes en particular y de los judíos en general fue oscura y tortuosa en contra de la idea que en España nos contaron durante años. Comprendimos que Franco siempre creyó en su terco ”contubernio judeo masónico y comunista” y que estuvo muy lejos del amigo de los judíos que trató de aparentar a partir del momento en que comprendió que el nazismo perdía la guerra. Un documento nazi en el que el III Reich, ante el silencio oficial español, le amplió el plazo para rescatar a los judíos españoles y que nuevamente se quedó sin respuesta fue la prueba definitiva de que el régimen de Franco abandonó a los judíos que tuvo en su mano salvar, dejándolos conducir a los campos de exterminio. Incontestable.
Esa comprobación documental elevó aún más si cabe el valor del extraordinario comportamiento de los diplomáticos españoles que fueron castigados en España por tratar de salvar por su cuenta a cientos o miles de seres humanos de los hornos crematorios nazis.
La consecuencia es lógica: si aquellos hechos han podido ser noticia en el Siglo XXI es evidente que los medios de comunicación tenemos la obligación profesional de rastrear en lo sucedido y contarlo ahora para que se sepa y no se olvide nunca. Como escribí en otra ocasión; la memoria es un arma feroz, de largo alcance, que cuando se desentierra, se esgrime y se usa con rigor puede impedir que se repitan viejas fechorías. Que la información veraz es una herramienta esencial para la libertad lo demuestra que los nazis ocultaron sus campos de exterminio; aunque me sea triste constatar que también los Aliados por necesidades bélicas miraron a otro lado para no ver una tremenda realidad que les salpicó en plena cara.
Y así hemos interpretado el periodismo en La Vanguardia: como un instrumento que informa de todo aquello que consideramos noticia aunque de vez en cuando nos tengamos que remontar decenas de años atrás. Y es que en el caso del Holocausto y más aún en el de los salvadores de aquel infierno en la tierra, los periodistas tenemos la obligación de investigar, contar y recordar. No es un terreno sólo para los historiadores. Esa sería una coartada falsa y una salida fácil que no nos podemos permitir. Los periodistas somos testigos a diario de demasiados hechos de corte neonazi o totalitarios como para no estar alerta y al menor atisbo de retorno al pasado, desenfundar rápidamente y disparar a bocajarro una ráfaga de memoria que ataje cualquier señal de inhumanidad.
No soy capaz encontrar las palabras que describan mi agradecimiento y estado de ánimo por el afecto que me han demostrado y por la admiración que siento por los supervivientes de los campos de exterminio, por las víctimas, por los salvadores y por los que honran su recuerdo.
Por eso le pido a las personalidades políticas presentes que sin distinción de color ayuden para que estos las gestas de estos héroes sean estudiadas en los colegios españoles. En España hay muchos nombres de calles y plazas absurdos y a veces hasta insultantes y en cambio estas personas no tienen un lugar que les recuerde y les honre lo que demuestra ignorancia dejación de nuestra propia historia.
Yo voy a trata de honrar el resto de mi vida la distinción de que hoy he sido objeto y les prometo solemnemente que nunca olvidaré este día. Gracias a todos, de corazón.
Eduardo Martín de Pozuelo
En Madrid, en la representación de España de la Comisión Europea el jueves 28 de mayo de 2009
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