Se fue uno de los grandes argentinos. Nacido en Quilmes en 1918, Horacio Fidel Moreno se recibió de abogado y poco después se ordenó sacerdote. Joven, apuesto, de gran presencia física, desde el seno de una Iglesia Católica que entonces privilegiaba la obediencia se convirtió en un luchador incansable por las libertades, tanto en el ámbito religioso como en el político. En 1948, cuando en el país se opacaban las garantías cívicas, se lo acusó de organizar un complot -junto al legendario dirigente laborista Cipriano Reyes- tendiente a asesinar al presidente Perón y a su esposa durante una función del Teatro Colón.
Fue detenido y torturado por la policía política y uno de los esbirros, entre sesión y sesión, le confió que la supuesta conspiración era un invento del propio gobierno. Años después, uno de los torturadores vino a confesarse con él y el padre Moreno le prestó asistencia espiritual hasta su muerte, sin que ninguno de los dos mencionara nunca el tema de los tormentos.
A fines de la década del cincuenta fue uno de los precursores del diálogo interreligioso, que despertaba resistencias tanto en la comunidad católica como en la judía y la islámica. El canciller israelí Aba Ebban, durante su visita a Buenos Aires en 1960, asistió a la parroquia de Fátima, en Martínez, presidida por el padre Moreno, como reconocimiento a esta difícil labor. El párroco Horacio Fidel no sólo hizo de Fátima uno de los templos más modernos y bellos del país, lleno de luz y con pocas imágenes, sino que también construyó allí el Teatro de la Cova. Cuando la encíclica Nostra Aetate , de Juan XXIII, cambió la actitud del catolicismo hacia el mundo hebreo, Moreno acompañó a Baruj Tenembaum, monseñor Ernesto Segura, Numo Werthein, Zulema Alzogaray y Miguel Podolsky, entre otros, en la fundación de la Casa Argentina en Israel Tierra Santa, entidad que promueve la convivencia entre las distintas religiones monoteístas y que contó con el aporte de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Ernesto Sabato y otros intelectuales y artistas. Miguel de Unamuno había dicho durante la Guerra Civil española: ”Venceréis, pero no convenceréis”.
El lema que Horacio Fidel y Baruj impulsaron para los diálogos interreligiosos en la Casa Argentina era ”Persuadir y no convencer”, porque convencer podía entenderse como doblegar, imponer, mientras que persuadir significaba, simplemente, mostrar razones. Moreno quería que todos conservaran sus credos y no intentaba convertir a nadie, sino que trataba de buscar los elementos positivos o los puntos de unión de las distintas religiones. Exaltaba el principio judío de ”tikun olan”, que supone que Dios creó el mundo, pero los hombres debemos corregirlo y mejorarlo. También hablaba de preguntar y no inquirir, porque esto último evocaba la siniestra institución de la Inquisición. Era enemigo de la pena de muerte y afirmaba que todos los textos debían ser interpretados con buena fe y no con integrismos propios de fanáticos. Aventuraba que la bandera argentina había tomado sus colores del manto de la Virgen y que éste venía de los chales celestes que se usaban en las sinagogas. Por eso la enseña argentina, la israelí y la de muchos otros países hispanoamericanos tenían los mismos colores.
En los días del golpe de Estado de marzo de 1976, Baruj Tenembaum fue secuestrado por uno de los grupos parapoliciales que actuaban en la época. Los captores afirmaron que el cautivo sería ejecutado ”por haber infectado a la religión católica y estar al servicio de Israel”, a menos que su familia pagara un rescate. En ese ambiente de crímenes, miedo y amenazas, Moreno alzó su voz tonante desde el púlpito de Fátima y condenó a los raptores. Manifestó que no eran católicos, sino delincuentes, y exigió la liberación de su par en el diálogo. Los secuestradores aceptaron canjear a Tenembaum por su compañera Perla para que éste pudiera conseguir el dinero y, entonces, el padre Moreno se trasladó a vivir con él a su casa, para protegerlo. Lo acompañó durante una semana y, cerca de la cancha de River, se encontró con los raptores, quienes lo reconocieron y quisieron justificarse alegando que ellos no eran criminales, sino católicos. ”Ustedes están locos y son nazis”, los apostrofó el valiente sacerdote, y una vez liberada la esposa acompañó a la pareja extorsionada hasta Ezeiza, desde donde partieron para Estados Unidos.
Hermanados ya para siempre, Horacio Fidel y Baruj secundaron años después al cardenal Antonio Quarracino en la instalación de un mural conmemorativo del Holocausto y de los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA, en la catedral metropolitana. El día de la inauguración se lo vio a Horacio Fidel emocionado. Se justificó: ”¡Cuántas lágrimas judías cayeron por la intolerancia!”. En la idea de que era necesario pasar de la simple convivencia a una posición algo más activa, Moreno y Tenembaum impulsaron la creación de la Fundación Internacional Raoul Wallenberg, que recuerda al diplomático sueco que salvó a miles de judíos en la Hungría ocupada por los nazis.
El 17 de noviembre último, en el la iglesia de Fátima, donde se velaban los restos del padre Moreno, nos abrazamos con Tomás Kertesz (salvado en Budapest por Wallenberg) y con su esposa, Katy, Miriam Kesler (cuyo padre murió en un campo de concentración nazi), y mi mujer, Graciela Gass, y yo vertimos lágrimas juntos por este hombre extraordinario que, entre aplausos de los concurrentes, partía hacia su última morada. Comprendimos entonces, transidos por un dolor que no aceptaba odios ni reconocía religiones, que la vida del querido padre Moreno no había sido en vano.
El autor es abogado y periodista. Su último libro es Por qué crecen los países .